Evaristo Fuentes Melián
Hace algunos años, en un artículo sobre la Semana Santa en
el Valle de la Orotava, escribí que, coincidiendo con el final del franquismo,
la Semana Santa fue perdiendo una parte importante de su fervor tradicional en
nuestros pueblos, de tal modo que parecía que desaparecerían sin remedio las
procesiones por falta entre otras cosas de costaleros que cargasen las
imágenes. Pero luego –escribí también en su momento—hubo un resurgir de la
tradición procesional que aún pervive renovada, y una cantera de jóvenes han
recogido el relevo con la celebración anual solemne y renovada de la Semana
Santa.
He leído últimamente algunos de los pregones de la Semana
Santa de La Orotava; en uno de ellos hay un comentario similar, sobre esa etapa
de la decadencia y posterior resurgir del fervor procesional. Es en el Pregón
del año 2015, a cargo del amigo y casi compañero de curso en el colegio
salesiano orotavense, Felipe Acosta Rodríguez, quien luego se ordenó sacerdote
salesiano y llegó incluso a la categoría de Inspector.
Pero más recientemente, acabo de leer un artículo, desde un
punto de vista totalmente opuesto, de un intelectual no creyente, como lo es el
escritor Antonio Muñoz Molina (Periódico El País, Babelia, sábado 29.04.17).
Tibio de corazón y escaso o exento de creencias en el más allá, copio ahora dos
frases de Muñoz Molina:
“Cuanto más sagrada es una tradición, más innecesario y
peligroso se vuelve el conocimiento”. Y esta otra: “El paso del tiempo ha
servido para fortalecer prejuicios y para fomentar las adhesiones irracionales
a lo unánime”.
En conclusión: he querido contrastar aquí pareceres totalmente opuestos. Muñoz Molina
lamenta, comprobándolo empíricamente, la realidad de un regreso al pasado con
el aumento de creyentes y practicantes de las formas externas del catolicismo y su liturgia.
Espectador
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