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sábado, 7 de marzo de 2020

UN AVESTRUZ Y OTROS SUCESOS PORTUENSES


Javier Lima Estévez. Historiador

El siguiente artículo toma como referencia algunos aspectos que forman parte de la obra Memoria de los sucesos más memorables acaecidos en el Puerto de La Cruz de La Orotava en este siglo XIX. Se trata de un manuscrito que permanece inédito y cuya autoría corresponde al polígrafo portuense José Agustín Álvarez Rixo (1796-1883), siendo depositado por sus herederos en la Universidad de La Laguna en el año 2014.

De tal aportación, nos centraremos con especial atención en el capítulo VI. La incomodidad, costo, e incertidumbre que causaba a la amistad o negociantes la correspondencia de pueblo a pueblo de la isla, fue motivo suficiente para que varias personas se  interesasen por buscar una solución a tal problema mediante diferentes estrategias.  

Relata Rixo la llegada al Puerto de la Cruz de un barco procedente de Senegal a consignación de Little. En su interior viajaba un avestruz, siendo el primer ave de tal característica que llegó hasta Canarias. Para los contemporáneos sería un hecho que indudablemente captó la atención, no solo por la singularidad de su figura, sino también por la rara voracidad al comer huesos y otros cuerpos duros que se le arrojaban.

El año 1810 también incluyó otros hechos curiosos, tal y como sucedió con S. José Peraza, monja del convento de catalinas y natural de la isla de La Gomera. Huyó de la clausura el 23 de septiembre impulsada por su misma impaciencia. Al parecer, sus parientes la habían hecho profesar cuando la misma era muy joven. Era tal su frustración que advirtió que no dudaría en prender el convento en caso de que alguien se opusiera a su voluntad. El Obispo la hizo recoger en el convento de recoletas de Canarias, aunque de allí huyó al poco tiempo. De su vida se cita que murió pobre aunque con la idea de vivir en libertad sin el sometimiento al que había sido expuesta.

Destaca de tal contexto la carencia de casas suficientes para las personas que querían avecindarse aquí en esta época, tanto por la afluencia del comercio, como por las emigraciones de la Península. El Ayuntamiento se vio obligado a tomar cartas en el asunto sobre ello. De tal forma, acordaría repartir varios solares en los espacios de los caminos contiguos a esta población, siendo “una idea que parece fue un triste agüero de lo mucho que había de minorarse al año siguiente”. El número de niños nacidos llegó a 156; pero las personas fallecidas se elevaron hasta 104.

Afirma Rixo que iniciado ya el año 1811, diversas personas notables, tanto propietarios como comerciantes, viendo la utilidad que los habitantes de Gran Canaria tenían con los barcos costeros, trataron de establecer la pesquería de la costa de África directamente desde el Puerto de la Cruz. En ese momento, José Celestino Ventoso extendió un plan considerado como el más halagüeño. 

Cada acción era de mil pesos corrientes y se admitían también medias acciones. Se compraron dos barcos, uno de los cuales se perdió algunos meses después bajo el Montullo de Pacheco. Sería necesario vender el otro, y se arruinó la empresa, de modo que apenas recogieron 100 pesos corrientes de cada 500 que habían puesto. Tal y como señala el cronista, “la experiencia acreditó, que nuestros marineros no son apropósito, pues acostumbrados en sus viajes y faenas de Puerto a Puerto, al uso del vino, cuando este por la dilatación les faltaba en la costa, entraba el descontento, nada querían hacer y era preciso volverse a media pesquería”.

A las cinco y media de la mañana del día 19 de septiembre, llegó al núcleo portuense el Teniente Coronel D. Antonio Palma, edecán o ayudante del Duque del Parque, conduciendo al contador de consolidación D. Juan Bautista Antequera. Con motivo de la curiosa defensa que escribió el Deportado, se ha podido saber que durante ese mismo año fue introducido en nuestras tertulias por dicha persona el denominado juego del busca tres, con el que tanto se divertía la juventud todavía en aquellos momentos.

Hechos, anécdotas y curiosidades que quedan en nuestra memoria gracias a la labor del cronista José Agustín Álvarez Rixo.

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