Javier
Lima Estévez. Historiador
A partir de la lectura de un artículo publicado en el
periódico El Valle de Orotava, el 14
de octubre de 1887, obtenemos numerosos datos para comprender, a grandes
rasgos, el proceso de construcción del actual Ayuntamiento de La Orotava. En
primer lugar, el artículo recuerda la necesidad que durante muchos años se
había generado en torno al planteamiento de un edificio municipal en
condiciones tras el derribo del antiguo convento clariso. Al parecer, la falta
de recursos había sido el principal motivo -y excusa- en torno al retraso de
las obras. Sin embargo, matiza el autor que “las grandes empresas son efecto
muchas veces del esfuerzo y del patriotismo, y que unidos todos en una misma
aspiración, podía darse cima a tan importante obra”, recordando la necesidad de
cumplir con una pequeña cantidad anual –a trueque de algunas economías- destinada
a cumplir con ese fin en el capítulo del presupuesto municipal. Por su parte,
se afirma la necesidad que tienen los pueblos de realizar obras públicas para,
de esa forma, responder y reducir las dramáticas cifras del desempleo. Un
desempleo que a finales del siglo XIX se manifestaba de forma importante en el
Valle de la Orotava como consecuencia de la crisis desarrollada en torno al
sector agrícola. Al mismo tiempo, nuevas construcciones representaban un hecho
“de utilidad común”. Su construcción mostraría las características de “un
palacio con espaciosa plaza y hermosísimo jardín”, con una estructura definida
por “un gusto artístico que bien puede hacer honor el reputado Arquitecto D.
Manuel Oraá, encargado de reformar el primitivo plano de la indicada obra”. Ya
desde entonces se contemplaba su situación en el marco de un punto privilegiado
entre la población, pues parece que “se extiende en su mayor altura para
dominar todo lo que le rodea, ofreciendo las más bellas perspectivas del valle,
al observador que asciende a sus elevadas y extensas azoteas”. El artículo
especifica los gastos que se habían generado en la construcción del inmueble
durante lo que se denomina como “segunda época de su construcción”, entre el 1
de julio al 30 de septiembre.
En ese sentido, se exponen algunos detalles
respecto a la dirección facultativa, el mampostero, los labrantes y canteros,
los pica-pedreros, los peones, los carpinteros, los aserradores, los materiales
y, por supuesto, su transporte. La principal preocupación se centraba en
conocer si se disponía de suficiente capacidad para poder hacer frente a los
gastos económicos que, con gran esfuerzo, desarrollaban de forma conjunta la
Corporación y algunos vecinos de forma voluntaria. Sin embargo, a pesar de la
evidente preocupación existente, se aseguraba que las obras podrían llegar
prácticamente a su final sin problemas. Para los vecinos, a pesar de la
compleja situación económica, contribuir a la obra tendría como beneficio,
además, la “comodidad, el ornato público y hasta el propio decoro”. Su
esfuerzo, junto a la apuesta firme y rigurosa del Ayuntamiento y las ayudas del
Gobierno, derivó en la materialización de una obra de características únicas.
Como ya anunciara el artículo de 1887, “un edificio honroso y digno de la
cultura de nuestro pueblo”.
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