Salvador García Llanos
Presidente de la
Asociación de la Prensa de Tenerife
Presentación del
libro Cincuenta sonetos lingüísticos, de Ramón Alemán
Casa de los
Capitanes
San Cristóbal de La
Laguna Marzo 6/2020
La idea se te
instala en la mollera
más fácil si la
escuchas verseada;
con ese noble fin
fue redactada
esta obra didáctica
y austera.
Mis sonetos indagan
en misterios
de la gramática
sutil y arcana,
de la sin par
ortografía hispana;
te enseñan con
humor, pero son serios.
Este libro confiesa
que yo amo
a mujeres y hombres
elevados
que miman el idioma
de Cervantes.
“Guardianes de la
lengua” yo los llamo,
y estos guardias no
riñen: son soldados
de una hueste de
sabios tolerantes.>
No hay Violante que
ordene a Ramón Alemán la elaboración de un soneto, como lo prueba este que
acabamos de leer el cual sirve de contraportada al libro Cincuenta sonetos
lingüísticos, editado por 'Pie de Página', con prólogo de Juan Cruz Ruiz e
ilustraciones de Ventura Alemán, que anoche presentamos en La Laguna.
Y como no la hay,
hasta pareciera un estrambote de la producción poético-literaria del autor. Los
presentes, los lectores y el propio autor saben de su celo creativo, de su
pasión por las letras y la escritura: aquí sale a relucir el espíritu
emprendedor de quien, corrector de textos, exprime sus largas e interminables
horas ante la pantalla, los archivos -impresos y de los otros- y puede que ante
los manuscritos para revisar, corregir, puntuar y pulir lo que escriben otros y
lo que escribe él mismo, capaz de hacer un guiño con la cantidad que ideó la
escritora británica, de origen chileno-escocés, E.L. James, seudónimo de Erika
Leonard Mitchell, para su célebre trilogía sobre las sombras.
La originalidad de
Alemán, en este sentido, es indiscutible. Convertir en estrofa de
endecasílabos, los dos cuartetos y los dos tercetos, las vivencias, los
episodios, los perfiles y los sucesos, no es chiste fácil. Todo eso que se
encuentra en los pliegues de la infinita lectura, hasta que se rinden los
párpados, se va plasmando desde la mollera con esa redacción austera y de neta
vocación didáctica.
Enfrentar -en el
sentido de poner en páginas contrapuestas y consecutivas- la poesía -a la
izquierda, faltaría más- con la prosa analítica, reflexiva y hasta cargada de
humor y gotas sarcásticas o de ironía sencilla, para contrastar las aristas de
la acentuación, la puntuación, la gramática y la “incesante transitividad”
-título de uno de los sonetos: ¡manda trillos!- invita a una lectura detenida
que, automáticamente, resultará amena, gusten más o gusten menos los malabares
de la escritura.
El maestro Juan
Cruz Ruiz prologa con tino todo ese caudal: “Un soneto es la más juvenil de
nuestras memorias poéticas”, hasta el punto de que él retornaba a casa
“transido por esos cánticos rimados”, consciente de que los sonetos, verso a
verso, imponen: “la perfección buscada, -escribe Cruz- la palabra que no ha de
desmerecer la exigencia de la rima”. Por eso, califica este conjunto de sonetos
de Ramón Alemán como un “consejo coral”, sustrato de “un relato completo, un
cuento”, plagado de versos antiguos y modernos “que han hecho del idioma un
artefacto de usos y costumbres obligatorios e íntimos, no sujetos al invento o
al equivocado albedrío”.
Al autor le dijeron
que está como una cabra, “por textos corregir y vivir de esto”, y él admite su
locura, pero rubrica que “con palabra”, que es tanto como decir que nada ni
nadie le detendrán en su afán creativo e investigador, ya haya cinismo o
morosidad por medio, aunque el suyo sea, según autodefinición, un oficio
invisible.
Alemán recuerda que
el idioma es de todos y que todas las palabras existen. Por eso, para cuidarlo
y vigilarlas, dedica un amplio capítulo a los que considera “guardianes de la
lengua”, entre quienes figura quien aquí se encuentra, venido expresamente para
la ocasión, Álex Herrero.
Nada mejor que el
soneto que le dedica para entender lo que Herrero representa en su oficio y en
su quehacer:
<Dos cadenas me
ayuntan a un lingüista
de nombre Álex
Herrero, madrileño
que ejerce con
rigor y terco empeño
su oficio de
gramático analista.
La primera, el amor
apasionado
que entrambos
profesamos al lenguaje,
al misterio que
esconde su engranaje,
al código ancestral
que nos fue dado.
La otra es una
fobia razonada
al mal de
titulitis, torpe intento
que el saber
encasilla y estabula.
Aparte de eso, hoy
dejo confesada
una envidia
envidiosa por su bula
de ser un joven
sabio, raro invento.>
Y no digamos más de
Cincuenta sonetos lingüísticos, que el propio Álex tiene ideas que señalar.
Solo invitamos a su lectura, ahora que a los periodistas se nos está pidiendo,
entre otras cosas, rigor, también a la hora de redactar.
Y agradecemos, como
es natural, esta aportación de Ramón Alemán, bendita mollera en prosa y en
verso, con la que aprendimos, disfrutamos, nos divertimos y percibimos que las
letras y los pensamientos con sonetos entran.
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