Evaristo Fuentes Melián
La primera
sorpresa que me produjo la película ‘Tristana’, fabricada en 1969.70, novela
homónima de don Benito Pérez Galdós, bajo la dirección de Luis Buñuel, con
actores internacionalizados de la talla de Fernando Rey, Catherine Deneuve o
Franco Nero y, especialmente, en el papel de criada, o sirvienta o ama de
llaves, por la simpar Lola Gaos; la primera sorpresa, digo, fue ver en un papel
secundario a Antonio Cintado, actor ya veterano, que años antes, había sido
componente principal, como gestor de la empresa y como actor en la compañía del
Teatro Cubano o Teatro de Maria Teresa Pozón, que en el otoño de 1957 y 1958
montó en La Orotava una carpa rectangular en un terreno junto a la gasolinera
de nuestro inolvidable ‘Pancho Pistolas’, y que luego fue ocupado por un
edificio moderno, junto a una araucaria que se resistió a ser talada al paso de
los años.
De la categoría teatral interpretativa de determinados actores, también dan fe otras películas, como
‘Viridiana’, donde Fernando Rey actúa en el papel cínico de un señorito de
aparentes hechuras por fuera y corrupto podrido por dentro hasta la médula,
cuando invita a su sobrina monja (la bella actriz mejicana Silvia Pinal) y la
recibe en su domicilio, como última visita al mundo exterior, antes de hacer
los votos perpetuos de castidad. El muy ladino del tío viudo, le pone una
adormidera en su cena para que la monja quede profundamente dormida; momento
álgido de la trama, cuando el caballero miserable (valga la paradoja) intenta
besarla en los pechos y algo más… Es ésta una de las secuencias que
probablemente inclinó al Jurado del Festival de
Cannes en 1961, a darle la Palma de Oro.
Lola Gaos, por su parte, trabaja también en ‘Viridiana’, en
el papel de pobretona que asalta la mansión residencial, cuando los señores
están ausentes, y en el fragor de una borrachera colectiva de los más pobres miserables de su entorno
vivencial, Lola Gaos se levanta la falda en expresión grotesca, en dirección a
la mesa de comensales, donde hay doce más uno (parodia inequívoca de los doce
apóstoles más Jesucristo en su Última Cena) en indisciplinada juerga de alto
voltaje… ¿Hay quien ofrezca más morbosidad pecaminosa que ese terrible
sacrílego desmán?
También mencionemos a Franco Nero, actor italiano que en
este filme viene de pintor exquisito a
enamorar a Tristanita; y que yo había visto en una ocasión, en 1975, en la isla
de Madeira, cuando películas prohibidas en España ya era posible visionar en
Portugal, concretamente—qué coincidencias—en la isla donde nació Cristiano
Ronaldo, que ahora juega en la Juve de Turín.
De Tristana, la película, solo dar un par de detalles más
para no alargarme en demasía; aclarando,
en especial a los jóvenes de menos de cincuenta tacos que quieran y soporten
leerme, que esa época, años treinta
siglo XX, en nuestros pueblos de la
España cañí y de pandereta y tambores
como los de la Semana Santa de Calanda (pueblo de nacimiento de Buñuel), y
también como el del futbolero Manolo el del Bombo, había una dejadez, una
parsimonia, acorde con vicios ocultos seculares de impacto, que rebotaban en el
alma, pero que se disimulaban hipócritamente en la conversación de las gentes
de todos los lugares.
Pongamos, hablando de Tristana, otros botones de muestra:
el autoritario señor de la casa, Don Lope, cuando ordena, más que ruega, a la
sirvienta (sic) “¡Desmánchame la cinta del sombrero!”; o cuando el párroco y la
curia del lugar (Toledo) (aunque Galdós la situó en un barrio de aquel Madrid)
se reúnen, babosos, en la mansión de don Lope, para una merienda con chocolate
y picatostes exquisitos fabricados por la ‘mano buena’ de la sirvienta Saturna;
y uno de los curas, encarnado en Juanjo Menéndez, comenta por lo bajo a los
demás sacerdotes, en referencia al ya con achaques Don Lope: “Éste se nos va…”;
si se muere el caballero, se pierde la teta de la exquisita merienda…
(Un inciso: ¿Cuántos amigos, amigotes y adláteres,
saturados de adulonería, tiralevitas, nos hemos tropezado por nuestras propias
vidas, en circunstancias similares, ya en pleno siglo XXI?)
Prosigamos: el humor del hijo sordomudo de Saturna, que llega también a intimidades,
indescriptibles por inmorales, cuando se las ‘entiende’ (¡horror!) con
Tristanita. A ésta le falta ya una pierna, amputada por enfermedad repentina, y
luego, con un humor erótico pero también negro negrísimo, se quita el sujetador
y se asoma al balcón para enseñarle sus pechos desnudos al joven sordomudo.
¡Dios mío, qué desvarío!
Una penúltima sevicia he de comentar: a don Lope, al
acostarse, la fiel sirvienta ha de calentarle la cama con termos, como pasaba
en las altas familias aristocráticas de mi pueblo, de cuyo nombre prefiero no
acordarme…
Y el último golpe inmoral para las conciencias
aparentemente cristianas: don Lope, infartado, yace moribundo en su cama; y
Tristana, que le odia a muerte (nunca mejor dicho), finge llamar al médico,
¡pero no lo llama!, y cuando Don Lope está en el último suspiro de la agonia,
Tristana abre la ventana para que entre el frio de la tremenda nevada que cae
en aquel momento, y así perjudicarle todavía más si cabe.
Pregunta final: ¿hay quien dé más? Solamente he de
mencionar un detalle de menor
importancia: al pasear por las calles toledanas, hay un vendedor ambulante de
barquillas, que Tristana compra en su carrito de inválida. Costumbre la de la compra de barquillas, que
por nuestros pueblos tinerfeños llegamos a experimentar aunque pocas veces hace
más de medio siglo.
ESPECTADOR
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