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viernes, 20 de marzo de 2020

TRISTANITA Y SU CONTEXTO


Evaristo Fuentes Melián

La primera sorpresa que me produjo la película ‘Tristana’, fabricada en 1969.70, novela homónima de don Benito Pérez Galdós, bajo la dirección de Luis Buñuel, con actores internacionalizados de la talla de Fernando Rey, Catherine Deneuve o Franco Nero y, especialmente, en el papel de criada, o sirvienta o ama de llaves, por la simpar Lola Gaos; la primera sorpresa, digo, fue ver en un papel secundario a Antonio Cintado, actor ya veterano, que años antes, había sido componente principal, como gestor de la empresa y como actor en la compañía del Teatro Cubano o Teatro de Maria Teresa Pozón, que en el otoño de 1957 y 1958 montó en La Orotava una carpa rectangular en un terreno junto a la gasolinera de nuestro inolvidable ‘Pancho Pistolas’, y que luego fue ocupado por un edificio moderno, junto a una araucaria que se resistió a ser talada al paso de los años.

De la categoría teatral interpretativa de determinados  actores, también dan fe otras películas, como ‘Viridiana’, donde Fernando Rey actúa en el papel cínico de un señorito de aparentes hechuras por fuera y corrupto podrido por dentro hasta la médula, cuando invita a su sobrina monja (la bella actriz mejicana Silvia Pinal) y la recibe en su domicilio, como última visita al mundo exterior, antes de hacer los votos perpetuos de castidad. El muy ladino del tío viudo, le pone una adormidera en su cena para que la monja quede profundamente dormida; momento álgido de la trama, cuando el caballero miserable (valga la paradoja) intenta besarla en los pechos y algo más… Es ésta una de las secuencias que probablemente inclinó al Jurado del Festival de  Cannes en 1961, a darle la Palma de Oro.

Lola Gaos, por su parte, trabaja también en ‘Viridiana’, en el papel de pobretona que asalta la mansión residencial, cuando los señores están ausentes, y en el fragor de una borrachera colectiva  de los más pobres miserables de su entorno vivencial, Lola Gaos se levanta la falda en expresión grotesca, en dirección a la mesa de comensales, donde hay doce más uno (parodia inequívoca de los doce apóstoles más Jesucristo en su Última Cena) en indisciplinada juerga de alto voltaje… ¿Hay quien ofrezca más morbosidad pecaminosa que ese terrible sacrílego desmán?

También mencionemos a Franco Nero, actor italiano que en este filme  viene de pintor exquisito a enamorar a Tristanita; y que yo había visto en una ocasión, en 1975, en la isla de Madeira, cuando películas prohibidas en España ya era posible visionar en Portugal, concretamente—qué coincidencias—en la isla donde nació Cristiano Ronaldo, que ahora juega en la Juve de Turín.

De Tristana, la película, solo dar un par de detalles más para no alargarme en demasía;  aclarando, en especial a los jóvenes de menos de cincuenta tacos que quieran y soporten leerme, que esa época,  años treinta siglo XX,  en nuestros pueblos de la España  cañí y de pandereta y tambores como los de la Semana Santa de Calanda (pueblo de nacimiento de Buñuel), y también como el del futbolero Manolo el del Bombo, había una dejadez, una parsimonia, acorde con vicios ocultos seculares de impacto, que rebotaban en el alma, pero que se disimulaban hipócritamente en la conversación de las gentes de todos los lugares.

Pongamos, hablando de Tristana, otros botones de muestra: el autoritario señor de la casa, Don Lope, cuando ordena, más que ruega, a la sirvienta (sic) “¡Desmánchame la cinta del sombrero!”; o cuando el párroco y la curia del lugar (Toledo) (aunque Galdós la situó en un barrio de aquel Madrid) se reúnen, babosos, en la mansión de don Lope, para una merienda con chocolate y picatostes exquisitos fabricados por la ‘mano buena’ de la sirvienta Saturna; y uno de los curas, encarnado en Juanjo Menéndez, comenta por lo bajo a los demás sacerdotes, en referencia al ya con achaques Don Lope: “Éste se nos va…”; si se muere el caballero, se pierde la teta de la exquisita merienda…

(Un inciso: ¿Cuántos amigos, amigotes y adláteres, saturados de adulonería, tiralevitas, nos hemos tropezado por nuestras propias vidas, en circunstancias similares, ya en pleno siglo XXI?)

Prosigamos: el humor del hijo sordomudo  de Saturna, que llega también a intimidades, indescriptibles por inmorales, cuando se las ‘entiende’ (¡horror!) con Tristanita. A ésta le falta ya una pierna, amputada por enfermedad repentina, y luego, con un humor erótico pero también negro negrísimo, se quita el sujetador y se asoma al balcón para enseñarle sus pechos desnudos al joven sordomudo. ¡Dios mío, qué desvarío!

Una penúltima sevicia he de comentar: a don Lope, al acostarse, la fiel sirvienta ha de calentarle la cama con termos, como pasaba en las altas familias aristocráticas de mi pueblo, de cuyo nombre prefiero no acordarme…

Y el último golpe inmoral para las conciencias aparentemente cristianas: don Lope, infartado, yace moribundo en su cama; y Tristana, que le odia a muerte (nunca mejor dicho), finge llamar al médico, ¡pero no lo llama!, y cuando Don Lope está en el último suspiro de la agonia, Tristana abre la ventana para que entre el frio de la tremenda nevada que cae en aquel momento, y así perjudicarle todavía más si cabe.

Pregunta final: ¿hay quien dé más? Solamente he de mencionar  un detalle de menor importancia: al pasear por las calles toledanas, hay un vendedor ambulante de barquillas, que Tristana compra en su carrito de inválida.  Costumbre la de la compra de barquillas, que por nuestros pueblos tinerfeños llegamos a experimentar aunque pocas veces hace más de medio siglo.       

   ESPECTADOR

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