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sábado, 17 de octubre de 2015

EL TOMATE Y CANARIAS


Javier Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL

Prácticamente a diario nos encontramos en diversos medios de comunicación con multitud de noticias que hacen referencia a las complejas circunstancias que giran en torno al subsector agrícola del tomate canario. Se trata de un cultivo cuyo origen se desarrolló a finales del siglo XIX en el Archipiélago, teniendo a Gran Bretaña como impulsora de esa medida. La aportación del capital extranjero fue esencial y clave para la dinamización y puesta en producción de un cultivo que rápidamente se fue extendiendo a través de las zonas más áridas del sur de las Islas.   

En ese sentido, con la finalidad de conocer y valorar la realidad sobre tal cultivo décadas atrás, nos aproximamos a un artículo escrito por Federico C. Varela bajo el título “Seamos optimistas” y publicado en el periódico La Gaceta de Tenerife el 9 de marzo de 1929, disponible en la red gracias al portal Jable de la ULPGC. El autor se hace eco de la preocupación en aquellos momentos por el cultivo del tomate, ante un producto que, a finales de la década de los años veinte del pasado siglo, estaría marcado por un “aburrimiento, de zozobra, de disgusto, de inquietudes para el pago de letras, de abonos químicos, de la renta de la tierra, y de toda la larga fila de gastos que requiere este especial cultivo en las islas Canarias”, reflejando en su opinión la conciencia generaliza de que el tomate era un producto solamente apto para la exportación. Se trata de un  aspecto analizado por el historiador Nicolás González Lemus, en su artículo Los inicios del tomate, plátano y turismo en Canarias. Apuntes histórico-económicos afirmando que “el tomate, a pesar de ser cosechado, curiosamente no era comestible en las islas. Por regla general no se comía porque se creía que tenía efectos negativos sobre la sangre. Era rechazado entre los naturales de las islas en la dieta y ni siquiera era un producto de comercialización entre las mismas”.

Federico C. Varela incide en la necesidad de fomentar el consumo interno, mostrando las características de su valor positivo en el ámbito insular, y, al mismo tiempo, señalando toda una serie de soluciones para exportar el tomate a otros lugares y adquirir mayor tiempo de maduración. Sobre todo, intenta demostrar que el tomate, a pesar de que en determinadas ocasiones no reúna cualidades suficientes para ser exportado, pueda ser aprovechado para la extracción de su semilla, afirmando las innumerables posibilidades que se podrían generar a partir de la venta de semillas de tomate en cualquier parte del mundo, atendiendo a las cualidades únicas de la semilla canaria, pues “se adelanta a todas las demás semillas en su producción de cosecha en cuatro meses”.

Sin lugar a dudas, ante el tomate nos encontramos con un cultivo que no es fácil de trabajar. Se requiere una adecuada preparación del terreno y una continua supervisión, junto al trabajo de la recogida de ese producto, donde la mujer ha tenido un papel fundamental, tal y como se refleja en multitud de imágenes no tan lejanas en el tiempo.  


Hoy, continúan existiendo toda una serie de problemas en torno a un cultivo que durante varias décadas fue fundamental en nuestra economía y que, actualmente, depende de multitud de ayudas para poder hacer frente a la competencia de otros mercados con mayor producción y mejores ventajas para su distribución. 

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