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sábado, 3 de octubre de 2015

RELATOS DE VIAJES, SOÑANDO CON LA LIBERTAD


Carmen Felipe Martell

La Isla de Los Esclavos se recorta en el horizonte.

Y digo se recorta, no se alza. La isla se recuesta  sobre el océano, aplastada por el peso de su vergüenza, de su terrible historia no tan lejana en el tiempo.

En mi primer viaje por el África Occidental, había llevado conmigo una mente abierta, mi gran capacidad para seguir sorprendiéndome cada día por el latido de la tierra, mi ya conocido espíritu aventurero  y una inagotable sed de descubrir lo que la vida me ofrece a cada paso. También me llevé un libro, canto a la tolerancia, que narra una historia ficticia que cada día parece más y más real: 

Los Privilegiados del Azar.


De pronto, un cayuco interrumpe mi línea de visión, llevando a bordo muchos bultos de oscuro color.


-¡Son personas!, pienso mientras mi mente me lleva a las antiguas películas en “blanco y negro”. Me resulta extraño el doble sentido: hombres negros, cazados por hombres blancos como si de bestias se tratara, eran hacinados en cuartos de engorde para que pudieran soportar el largo viaje hasta lejanos lugares de los que ni habían oído hablar. Perdida para siempre su familia, sus amigos, sus raíces… y hasta su humanidad. ¡Perdida toda esperanza!

Al final del viaje: cansancio, hastío, dolor, desarraigo. Al final del viaje, el final de la vida. El comienzo de un declive de dignidad, de sueños, de autoconfianza.
La isla dejó atrás la esclavitud en 1848. Y ¿qué ha cambiado?

Hoy, cayucos como el que tengo ante mis ojos, aún parten desde estas y otras costas cercanas;  ya no son esclavos (¿o quizá sí?) Venden todo cuanto tienen, pagan un viaje sin retorno a hombres sin honor que les abandonan ante cualquier contratiempo y, si consiguen avistar nuestras costas aún con vida, ¿qué les depara el destino?


Al acecho, antes de que el primero de ellos llegue a pisar la playa, los privilegiados del azar les esperan para convertir su sueño de libertad en un imposible. Les esperan para recordarles que, a veces, el peor infierno comienza en la puerta del paraíso soñado.

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