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sábado, 24 de octubre de 2015

COMIENZO DE LA TRANSFORMACIÓN DEL PUERTO DE LA CRUZ DE PUEBLO A CIUDAD


Agustín Armas Hernández

Toda persona -partiendo naturalmente de que posea un mí­nimo de sensibilidad- siente nostalgia de su vida pasada, tanto cuanto más va entrando en la edad..., madura. Cuando nos damos cuenta el tiempo -que se nos concede- ha pasado fugazmente.

Muchos amigos de colegio. Es ahí precisamente en los centros de enseñanza infantil donde empezamos a convivir socialmente donde se forjan las amistades del futuro. Quien no se ha preguntado alguna vez ¿qué habrá sido de aquel amigo de la infancia que más tarde tuvo ­por diversas razones- que des­pIazarse a otro pueblo, o quizás emigrar a otra nación allende los mares? ¡Cuánto me agradaría volver a verlo! recuerda con nos­talgia. "



Hace algunos años una seño­ra alemana -actualmente fallecida- me dijo refiriéndose -entre suspiros- al Puerto de la Cruz, de la década de los 50: -ha perdido su encanto» recalcó muy estrictamente. ..Estoy de acuerdo con usted, señora», le respondí de inmediato. El diálo­go continuo y seguimos recor­dando tiempos pasados. El Puer­to de la Cruz empezó a transformar de pueblo en ciudad con la puesta en marcha de la urba­nización Llanos de Martiánez.


Y... como todo tiene su precio con la citada urbanización desa­pareció el más bonito platanal -preludio de otros- que en un simpar alarde de belleza circun­valaban al antaño pescador y agrícola...pueblito». Entonces donde hoy está ubicada la aveni­da de Colón sólo existía un pa­seo de tierra con una hilera de ta­rajales que dividiendo el cami­no de la playa, empezaban en la ermita de San Telmo y termina­ban en el centro mismo de la pla­ya Martiánez. Comenzaba a con­tinuación una plaza con una am­plia terraza de cemento, base ésta de ubicación de varias casetas «típicas, que a la sombra de ta­rajales, arbustos y techo de pal­meras, atenuaban el rigor del sol en los días fuertes del verano pla­yero. En dichas casetas ­acondicionadas para restaurantes con vistas al mar y bañistas­ se podían degustar los mejores pescados y mariscos del litoral portuense (entonces muy abun­dantes), viejas, pulpos, lapas, al­mejas, ete., sin olvidar por su­puesto, ese rico crustáceo «el cangrejo, todo ello acompaña­do de aquel buen vino tinto del norte de nuestra isla. Frente al susodicho lugar dando frente a la playa y rodeada de lindos plata­nales se encontraba la piscina municipal Martiánez, lugar de citas y encuentros de muchísi­mos bañistas y expertos nadado­res: unos porque preferían la tranquilidad de las aguas para darse un chapuzón y otros para entrenarse, con vistas a las com­peticiones de natación que en di­cha piscina se solían celebrar. Categoría no solamente regional, sino también nacional e interna­cional tenían estos enfrentamientos deportivos. Grandes nadado­res se formaron y nadaron en la piscina que nos ocupa; de entre ellos mencionaré a dos de los grandes, Fermín Rodríguez Méndez que junto al chicharre­ro Alfonso Veller conquistaron para Tenerife el campeonato de España de natación en el año 1942, el primero estilo maripo­sa y el segundo en espalda.



Si por el día se nadaba, por la tarde/noche se bailaba. Al son y ritmo de la portuense orquesta Manigua. Movían los esqueletos lugareños, foráneos e incluso extranjeros que desde muchos años antes ya nos visitaban. Esta prestigiosa orquesta en aquellos años muy solicitada, hacía la de­licia con las melodías de en­tonces: El manisero, bésame mucho, el pasodoble tres veces guapa, etc."- de los extranjeros aludidos y que se hospedaban en los cuatro únicos hoteles del en­cantador Puerto de la Cruz de aquellos años. El gran hotel Taoro..., dirigido por don Enri­que Talg, hotel Marquesa lle­vado y dirigido por su dueño don Sebastián González Nepomuce­no; Monopol» dirigido también por su propietario don Carlos Gleixner, y por último el Mar­tiánez, llevado por don Enrique Talg,



Una sociedad cultural y re­creativa el «Círculo Iriarte., alma de la cultura para jóvenes y adultos. Por fin: exposiciones de pintura, conciertos musicales, conferencias y diversas recrea­ciones.


Otros tiempos, sin duda, que no volverán -«ni hace falta- res­ponderán nuestros jóvenes ­pero que nosotros los adultos re­cordamos con nostalgia

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