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sábado, 31 de octubre de 2015

T.Q.M.

José Sebastián Silvestre
En esta larga noche, como tantas otras en las que no consigo dormir, me coloqué los audífonos  y me dispuse a escuchar un poco de música de la que tengo en mis archivos y así, con un poco de suerte, dejarme vencer por el sueño.
Al rato de estar en esa situación, pensando en cómo me había ido el día con mi trabajo, en  ampliar mis clases a las tardes para poder comprar otro coche mucho mejor que éste, en esa pretensión tuya de trabajar más para conseguir ese puesto de ejecutiva que te reportará más dinero para adquirir aquella casa en la playa de la que hemos hablado tantas veces,  en esos viajes por el mundo, o en matricular a los chicos en las grandes universidades del país o del extranjero, para que sean los mejores abogados, médicos, ingenieros, economistas... y seamos la admiración y la envidia de nuestras amistades, por haber “triunfado en la vida”, di con una canción que hace tiempo cantaba Raphael: “A veces llegan cartas”. De las pocas veces que le prestó atención a la letra, cuando el cantante decía aquello de… “son cartas que te dicen que desean verte y que en la distancia el cariño crece” volví a reproducir esas palabras y… no sé bien por qué, pero cuando acabó me vino en ese momento a la cabeza esa otra canción que cantaba Ives Montand, “Las feuilles mortes”. Su letra, en español, dice más o menos:   “Esta canción se nos parece, me amaste tú y yo te amé. La vida así la compartimos juntos.  Me  amaste tú y yo te amé. Más la vida ahora nos separa, con suavidad, sin más rumor. Y el mar borrará de la arena las huellas de aquel amor.” Activé el whatsapp en mi móvil y leí tu última “carta de amor”, en forma de mensaje tecleado.  Eran frases que me recordaban a otras anteriores, dejadas en el contestador automático del teléfono, en mi correo, o en un papelito pegado en el frigorífico: “Llegaré tarde a casa. Tengo mucho trabajo y hoy tenemos una cena en la reunión con los directivos de la Empresa.  Así que no me esperes despierto.  Dile a la chacha que prepare algo de cena para ti y para los chicos y, si pone la lavadora, que no toque el botón de la derecha; que el del programa en frío es el de la izquierda, que ya me echó a perder mi preciosa chaqueta tan cara que compré en la boutique   D’Lina.  No me despiertes en la mañana cuando te levantes porque llegaré rendida y necesito dormir. Os preparáis el desayuno, llevas a los chicos al instituto y, si tienes algo urgente me mandas un mensaje por whatsapp, me envías un correo, o una nota en el frigorífico. No me llames, porque estaré en plena reunión y al Presidente no le gustan las interrupciones.”
“Ahhh, bueno, y… eso,  que… T.Q.M.”
La verdad, no puedo describir la emoción tan pobre y el vacío tan intenso que experimenté en ese momento. Tuve una sensación amarga, cargada de melancolía, que me hizo pensar que ya peino canas y que todavía no he abandonado, ni quiero abandonar, aquél tiempo en que se sacaba del cajón cuidadosamente, con delicadeza, un papel inmaculado, se tomaban unos segundos mirando los árboles, o la luna por la ventana, para ordenar lo que se quería escribir con tinta y a veces con algún tachón para corregir alguna palabra mal escrita o equivocada y en la carta se decía todo lo que se quería decir a la persona amada, a quien iba dirigida.  Se terminaba con la huella húmeda de una lágrima que en ese momento cayó  o con la de unos labios impresos, en forma de beso, que expresaban los sentimientos de quien la había escrito y con un…”Te quiero mucho.”  Así, como suena, y el nombre, rubricado.  Se metía en un sobre,  se le ponía el sello y se depositaba en un buzón del correo.  Tocaba entonces esperar en la incertidumbre y en la emoción de si llegaría a su destino y qué sentimiento provocaría en la persona a quien iba destinada, a la vez que se esperaba con las mismas ansias su respuesta y, hasta entonces, el corazón latía de forma acelerada, más que nunca.
Y yo, que soy un romántico y no me acostumbro a las nuevas tecnologías y avances modernos, ¿qué puedo hacer?  Hay quien me considera una especie de resto de dinosaurio o, analfabeto tecnológico o, simplemente, un ridículo. Pero a mí me sigue pareciendo esa una forma entrañable de comunicación y de comunión entre dos personas.
Será que la vigilia me mantiene algo sensible, pero lo cierto es que después de escuchar esas canciones y leer ese mensaje tuyo de whatsapp y otros que mantengo guardados,  después de volver a escuchar los mensajes de voz dejados en el teléfono y repasar los últimos papelitos amarillos, pegados en el frigorífico, no pude evitar que me viniera la “vena filosófica” y empecé a cuestionarme acerca de eso que los psicólogos y sociólogos modernos llaman ahora   “Proyecto de vida en común”.     
¿Proyecto de vida en común…?
No abjuro de nada que suponga un avance para la humanidad, en sus usos, costumbres y  calidad de vida, siempre que esa…pretendida calidad de vida, basada sólo en el dinero, no sea a costa de hipotecar el tiempo de dedicación a uno mismo, al otro, y a la familia. Prefiero la modestia a la abundancia, si ésta hay que pagarla sacrificando lo anterior.  Pero creo firmemente que toda esa tecnología no ha de estar reñida con otros usos y costumbres que han conseguido, por lo que ahora toca en esta carta, comunicar a unas personas con otras, dándole a esa comunicación una pátina entrañable y humana y por mucho empeño que se ponga en lo moderno, en nada se parece a lo añejo, aunque, lamentablemente, va desapareciendo como el humo provocado por el fuego.  Cada  vez más las personas nos comunicamos de manera restringida, escueta, con símbolos y abreviaturas, como si el tiempo no bastara, a fin de dedicarlo a otros menesteres que el consumismo nos impone y que sólo valen… dinero, en detrimento de lo que nada cuesta: amor, compañía, dedicación… Yo, por mi parte, me quedo con esto último y sí; abjuro de la excesiva dependencia y alienación que nos reporta el momento tecnológico, psicológico y social en el que estamos metidos.
Ciertamente, empiezo a estar cansado de todo eso.  También empiezo a estar harto del buzón de voz, en el que casi nunca escucho mensajes íntimos, a flor de piel, con ese frío y automático parpadeo, y harto de los mensajes enlatados del whatsapp, que hacen terriblemente evidentes e insoportables mi soledad y tus ausencias.  Empiezo a estar harto de las dichosas y estúpidas “T.Q.M.” pretendiendo tomar el lugar de esa frase tan hermosa. Pues… vale; ¡Qué bien! Esto es lo que se dice una “auténtica y apasionada” relación; un “proyecto de vida en común” moderno, civilizado y racional del que yo, decididamente y a partir de este momento,  me desvinculo.
El caso es que quiero pensar que me quieres y que te quiero y que la ambición por el tener y el poseer, en perjuicio del ser y del estar,  el apego a la vanidad y la fatuidad, en desprecio de la modestia y la sencillez, todavía no han borrado del todo ese atisbo de… sentimiento, que parece desprenderse  de esas siglas que, a veces, se olvidan y casi siempre aparecen como una mutilación de lo que quieren expresar: “Te Quiero Mucho.”  Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que nos lo dijimos a escasos centímetros, piel con piel, hasta confundir nuestros alientos, cuántas veces tomamos el tiempo necesario para mirarnos a los ojos en un amanecer, en un atardecer… y, sin necesidad de decirlo, sentirlo con un abrazo… con un beso. Y, por el contrario, cuántas más, de forma abreviada, acelerada, vía correo, vía móvil o vía papelito pegado en el frigorífico.
Bien.  Hemos puesto la lavadora con el botón de la izquierda, el de los programas en frío, hemos preparado el desayuno, como siempre,  he llevado a los chicos al instituto, como siempre y he dado mis clases, como siempre.   He esperado toda la tarde en casa, como ayer, como antes de ayer… viendo televisión, leyendo y repasando mis clases para mañana. Hemos preparado algo de cena y ahora, después de la nostalgia que me embarga en esta soledad que siento; en esta insoportable vacuidad,   te necesito. Te necesito aquí conmigo ahora, como te necesito cada día, cada tarde, cada momento.  Por eso te escribo esta carta, que pretende ser de amor, pero que no es más que una sucesión de letras morfológicamente iguales, con tipo del 11.  Tal vez lo sería, si no estuviera escrita en una pantalla, en documento Word y, por el contrario, lo fuera  en un papel manuscrito con tinta, con algún tachón de alguna palabra mal escrita o equivocada, y con la huella de una lágrima furtiva o la huella de los labios, o quizás con un pétalo de rosa entre su doblez, metido dentro de un sobre, con su sello y todo, y entregada al portero de tu empresa multinacional, para que te la dé en mano, como corresponde a un loco romántico empedernido, como yo, a un troglodita, como yo, a un ridículo, como yo.  Pero… es que… en casa no hay folios, ni sobres ni sellos y además no logré encontrarlos en ningún sitio cercano.  No obstante, solo de pensar que al final tengo que darle al “enter” y consignar tú…. “Nombrearrobahotmailpuntocom”, para que llegue a tu ordenador personal, se me cae el alma a los pies.
Sabes, creo que mejor le daré a “borrar” ahora mismo, y cuando este aparatejo me pregunte si de verdad estoy seguro de suprimir el documento Word (¡Joder, que tenga yo que tragar con que a una carta de amor y nostalgia se la llame documento de Word, manda cojones!)  Le diré que sí.
Te dejaré una nota pegada en el frigorífico pidiéndote que, si puedes, hagas lo posible por tomar un tiempo para que, al menos, pueda verte aunque sea media hora cada día,  y no a base de mirar tu foto, enmarcada en la mesita de noche. Los chicos ya se han acostumbrado a no verte, a no extrañarte.  ¡Pero yo me niego; no quiero!  Quiero poder tocarte, mirarte, hablarte con el aliento, con un susurro, sentir tu presencia y tu olor en cada rincón de esta casa y…en mi cama. 
O mejor, que te plantees seriamente qué crees que es lo realmente importante en nuestra relación, hacia dónde vamos y, para qué.  Qué crees, en definitiva, que nos falta o nos sobra en este… “proyecto nuestro de vida en común” y que me digas cuál es tu decisión, porque…. Yo ya tomé la mía. Aunque, todavía… Te Quiero Mucho.

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