José Sebastián
Silvente
Tú, mi musa
Tu nombre significa música, elocuencia, danza, poesía…Como
una diosa del Olimpo, semejante a todas ellas, de perfecta arquitectura, en
formas onduladas, de ojos tártaros y frágil voz almibarada, que en palabras
menudas acaricias mis oídos cada noche.
De amplia sonrisa en labios afanosos; de besar ardiente y
desmedido. Amante impenitente del mar y los poemas, sueñas, despierta, con versos
transoceánicos y, al alba, suspiras melancólica por un amanecer de sol
mediterráneo.
Tú, mi musa.
De cuello cincelado, de hombros torneados quizás por un
discípulo de Fidias, de cónicos senos, firmes y homogéneos, como dos perfectas
réplicas del Monte Carmelo, mansos al tacto de mis manos: pezones de canela,
generosos al roce de mi boca.
Cuando mis manos recorren tus caderas, hermosa proa donde
revientan los deseos, tus nalgas, voluptuosas como esferas, se abren en
perfecta elipse a cada parte, semejantes a un perfil de cimitarra, y a las
ventanas moras de La Alhambra, y en el idílico paisaje que ofrecen noche y día,
regalan a mis ojos lascivos de califa un pubis entramado en cuerdas de
guitarra: goce para mis dedos, ávidos de su armonía.
Tú, mi musa.
El silencio, la entrega, la media luz, el lecho…constante y
firme en tus “te quiero.” Andar la vía de tus piernas enciende mi pasión,
porque bogar entre tus muslos es ir hacia ese edén preñado de foresta y de
fragancia austera. Su fruto humedecido, anula mi razón y, como Diógenes en su
tonel, quisiera yo también estar dentro de ti un día, un mes… la vida entera.
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