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sábado, 1 de abril de 2017

EL EXTRAVAGANTE Y EL TRABAJADOR

Lorenzo de Ara

“Todas las extravagancias caen ante su fuerza”. No sé quién es el autor o autora de la frase, pero me viene como anillo al dedo para seguir escribiendo sobre los avatares del Puerto de la Cruz y, a la vez, sobre la memez política que, todavía hoy, para desgracia de sus vecinos, se experimenta en ella.

La extravagancia en un líder político es muchas veces consustancial a su forma de ser. Incluso a su forma de entender la vida. Ni que decir tiene que un servidor siempre ha mostrado el mayor de los respetos hacia el camino ideológico y personal que emprende libremente un coetáneo.

En la política, la extravagancia es una herramienta (casi nunca un arma) tentadora pero a mi entender, ineficaz y pesada. Extravagancia es pontificar a todas horas. Pregonar a los cuatro vientos la llegada del apocalipsis, aun a sabiendas de que la mentira se huele y se ve, y es fea porque se muestra desnuda y envejecida de tanto usarla.

La extravagancia en los jóvenes que militan y participan en un proyecto político es mucho más dolorosa.

Pero, claro, alguien podrá preguntarse qué quiere decir Lorenzo con extravagancia. La RAE sentencia:

1. adj. Que se hace o dice fuera del orden o común modo de obrar.

2. adj. Raro, extraño, desacostumbrado, excesivamente peculiar u original.

3. adj. Que habla, viste o actúa de forma excesivamente peculiar u original. U. t. c. s.

4. adj. desus. Dicho de una correspondencia: Que, por tener su destino en otra población, es recibida en tránsito por una administración de correos.

5. m. desus. Escribano que no era de número ni tenía asiento fijo en ningún pueblo, juzgado o tribunal.

6. f. Cada una de las constituciones pontificias que se hallan recogidas y puestas al fin del cuerpo del derecho canónico, después de los cinco libros de las Decretales y Clementinas.

Al hijo de Adela y Periquín le interesa que se tenga muy presente, en uno de los momentos más concluyentes para el Puerto de la Cruz, que el lector, siempre sapientísimo, señale el defecto y posterior efecto que un líder político local podría (de hecho ya lo está haciendo) causar a los intereses de la ciudad.

A ver si de una vez por todas el líder en cuestión hace un ejercicio bien sencillo. Consiste, por ejemplo, en meditar sobre lo que dice el filósofo español, Fernando Savater: “Nuestros tenaces vicios espirituales.” O lo que escribe Pedro G. Cuartango, director de El Mundo: “Todo esto no es una teoría abstracta ni un discurso para un debate académico sino que es la triste conclusión que podemos extraer de un entorno dominado por la demagogia y el populismo, que nos conducen a mirarnos al ombligo y a responsabilizar a los otros de los males de los que somos responsables.”

Poco a poco voy experimentado un cansancio infinito al escuchar por obligación la repetida cantinela del que, sabiéndose perdedor, ridículamente va dando lecciones de victoria y de superioridad moral. Repito, un cansancio que puede llegar a confundirse con el asco.

P.D. Juan Carlos Marrero, concejal de Urbanismo en el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz está desarrollando un trabajo notable en el área, a la que llegó para sorpresa de muchos, y en la que, también para sorpresa de un servidor, se encuentra muy a gusto y con ganas sobradas de aprender todos los días. Es un hecho que existe la maduración vital de las personas. De Juan Carlos me distancié muchísimo en el pasado. Pero no me duele en absoluto reconocer que el edil de este mandato, tras sufrir con crudeza el batacazo electoral de CC en las pasadas elecciones locales, es un hombre y un político en el que el alcalde puede y debe depositar la máxima confianza. Aunque Marrero repita hasta la saciedad que su ciclo en la política concluirá en 2019, soy de los que afirman que se ha ganado con creces recapacitar sobre ese precipitado adiós que tanto anuncia. Yo no regalo piropos. Yo constato hechos. Marrero está haciendo un gran trabajo.

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