Agustín Armas Hernández
Escribir sobre el Puerto de la Cruz es siempre grato. Para
mí lo es doblemente. Primero, porque le escribo al pueblo que me vio nacer. Y
segundo, porque lo quiero y lo llevo en mis entrañas.
La importancia del Puerto de la Cruz, tanto comercial como
turística, nadie la pone en duda. Su pequeño muelle, ahora solo pesquero, fue
en los siglos XVII y XVIII el más importante de las Islas Canarias en carga y
descarga de mercancías. Por su minúscula bocana salían los productos agrícolas
y artesanales de nuestras islas rumbo a los mercados europeos y americanos.
Debido al poco calado de la bahía las mercancías eran transportadas en
lanchones a los grandes barcos anclados en alta mar. Como consumidor habitual y
principal de los productos de las Islas Canarias sobresalía la población
británica. Hacia Inglaterra partían los mejores caldos que daban las vides de
nuestros campos. Y, sobre todo, la famosa malvasía que Shakespeare tanto alabó
y resaltó en sus escritos y en amenas charlas con sus amigos. De entre los
productos del agro isleño que se exportaban a ese mercado, aparte del vino ya
mencionado, destacamos los siguientes: plátanos, tomates, papas, cebollas,
cebollinos, etc. Sin olvidar, claro está, la cochinilla (insecto hemíptero que
convertido en polvo se empleaba para dar color a telas como lana, seda o lino).
Este minúsculo animalito fue muy solicitado por el mercado textil mundial,
favoreciendo su exportación muy positivamente a la economía isleña.
Con el descubrimiento
y aplicación de los colorantes químicos terminó el interés y el envío de la
cochinilla.
Si Inglaterra fue el
principal consumidor de nuestros productos, también fue uno de los primeros
surtidores de mercancías a este archipiélago. Productos necesarios para la
manutención de nuestras gentes y para la prosperidad material de esta tierra.
De ese país, o de los que estaban bajo su órbita, importábamos, entre otras
mercancías, pintura, loza (vajillas de China); madera (de Riga), chocolate,
caramelos y utensilios para la construcción. Uno de los principales receptores
de estas partidas en el Puerto de la Cruz era la compañía Reíd S.L., casa
fundada en 1867 por D. Pedro Reíd, conocido, en estos peñascos, por D. Pedro el
Inglés (aunque su origen era escocés), siendo además cónsul de ese país en las
Islas Canarias. Fallecido este popular y querido personaje, la firma pasó a
llamarse Tomás M. Reíd, nombre de su hijo, quien también heredó el nombramiento
de cónsul de Gran Bretaña en esta tierra. Esta casa comercial de gran arraigo
en el Puerto de la Cruz poseía en su interior una bien dotada bodega de vinos
de la tierra y licores de variadas marcas. Vinos que, como quedó dicho, se
exportaban y licores que se importaban allende del mar. La bonanza del mar del sur,
lo contrario del norte (siempre alterado), el acondicionamiento de las
Carreteras y los medios rápidos y modernos del transporte de mercancías
propiciaron que, desde finales del siglo XIX, el muelle del Puerto de la Cruz
perdiera el liderazgo y protagonismo de muelle principal, cediéndoselo al de
Santa Cruz de Tenerife. No obstante, el pequeño y vetusto muellito seguía
atendiendo, con su rudimentario y engorroso sistema de embarque, a los grandes
navíos que a él se acercaban a cargar mercancía.
Con el transcurrir del tiempo y el intercambio comercial
entre las Islas Canarias y el continente europeo, además de con el americano,
se fue propagando por todo el mundo la belleza de nuestra tierra y la
benignidad de su clima. El Teide, el Valle de la Orotava y el Puerto de la
Cruz, fueron y quizás sigan siéndolo a pesar del deterioro, los principales
atractivos de cuantos nos visitaban y visitan. Motivos de salud, científicos,
artísticos y últimamente turísticos son la causa de cuantos aquí se acercan. Grandes.
Personalidades nos han visitado a lo largo del tiempo.
Viajeros ilustres en el Puerto de la Cruz se han hospedado. Destaquemos algunos
de ellos, Alexander Von Humboldt (científico naturalista), Marianne North
(pintora), Olivia Stone (escritora), etc. Muchos de los personajes que llegaban
a Tenerife procedentes de Europa se quedaban largas temporadas e incluso para
siempre viviendo en el Puerto de la Cruz.
En aquellos tiempos, que conocemos como es obvio por los
medios escritos o a través de conferenciantes de historia, la hoy Ciudad
Turística de Canarias fue medio campesina y medio marinera, viviendo de esas
dos posibilidades, la agricultura y la pesca. El turismo no se conocía o no se
practicaba, más sí empezaba a vislumbrarse propiciado por la propaganda
favorable que sobre el clima y belleza de estas islas hacían nuestros primeros
visitantes que, por diversos motivos, como quedó dicho, hasta estas islas se
desplazaban, sobre todo, a curar sus enfermedades o de paso hacia otros lugares
del mundo. Muchos de los que por aquí pasaban, volvían acompañados de sus
familiares a conocer las islas o a establecerse definitivamente en el Puerto de
la Cruz. Ingleses, irlandeses, holandeses, alemanes, franceses, etc., en esta
bonita ciudad se ubicaron e incluso fundaron su hogar.
Después de pasado el tiempo, algunos de sus descendientes
se casaron con nativas canarias. De esas uniones matrimoniales nació, en parte,
esa intelectualidad que ha caracterizado a muchos portuenses. Téngase en cuenta
que muchas de esas familias que en el Puerto de la Cruz se afincaron, entre su
equipaje traían libros. Libros que en las Islas Canarias no se conseguían
fácilmente. Si a esa razón se le añade la cultura que ya poseían, de los
estudios en sus países de origen, se puede comprender sin dificultad que la
llegada de los extranjeros a esta ciudad benefició cultural y materialmente a
su población. De entre las personalidades que ha dado el Puerto de la Cruz
podemos citar algunas de ellas: D. Agustín de Betancourt (ingeniero inventor, 1758-1824),
D. Tomás de Iriarte (fabulista, 18-9-1750) y D. Luis de la Cruz y Ríos (pintor
de cámara del Rey Fernando VII, 1776-1853). Etc.
Pero el Puerto de la Cruz seguía inquieto con su pequeño
muelle, necesitaba otro de más calado y amplitud, donde pudieran atracar los
buques que a su costa llegaban a cargar los frutos del Valle de La Orotava.
Este muelle, hasta hoy, no se ha podido conseguir por dos razones principales.
En primer lugar, porque el mar reinante en el norte de Tenerife casi siempre
alterado, no hacia fácil su construcción. Al menos con los medios que había en
aquel entonces. Hoy es otra cosa, Y, en segundo lugar, porque los que podían y
estaban llamados a intentarlo no querían ni les interesaba dicho muelle.
Debido, más que nada, a que la ubicación de un gran muelle en el Puerto de la
Cruz, norte de Tenerife, perjudicaba a sus intereses personales. Pero aquel
pueblito pintoresco y recoleto no podía perecer, estancado en el tiempo. Por
dos principales motivos no se quedaría rezagado e ignorado. Primero, porque
posee uno de los mejores climas del mundo y segundo porque está instalado en el
mejor lugar del famoso Valle de La Orotava: a sus faldas y lindando con el mar
océano. El Puerto de la Cruz, a pesar de algunos, ha pasado en pocos años de
pueblo pequeño, aunque de siempre culto, a Ciudad Turística de Canarias, con importantes
avenidas, bonitas plazas y jardines, sin olvidar, claro está, sus lindas
playas, que hacen de todo ello el atractivo y la atracción de los miles de
turistas que cada año nos visitan.
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