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sábado, 1 de abril de 2017

EL PUERTO DE LA CRUZ DE AYER Y DE HOY

Agustín Armas Hernández

Escribir sobre el Puerto de la Cruz es siempre grato. Para mí lo es doblemente. Primero, porque le escribo al pueblo que me vio nacer. Y segundo, porque lo quiero y lo llevo en mis entrañas.

La importancia del Puerto de la Cruz, tanto comercial como turística, nadie la pone en duda. Su pequeño muelle, ahora solo pesquero, fue en los siglos XVII y XVIII el más importante de las Islas Canarias en carga y descarga de mercancías. Por su minúscula bocana salían los productos agrícolas y artesanales de nuestras islas rumbo a los mercados europeos y americanos. Debido al poco calado de la bahía las mercancías eran transportadas en lanchones a los grandes barcos anclados en alta mar. Como consumidor habitual y principal de los productos de las Islas Canarias sobresalía la población británica. Hacia Inglaterra partían los mejores caldos que daban las vides de nuestros campos. Y, sobre todo, la famosa malvasía que Shakespeare tanto alabó y resaltó en sus escritos y en amenas charlas con sus amigos. De entre los productos del agro isleño que se exportaban a ese mercado, aparte del vino ya mencionado, destacamos los siguientes: plátanos, tomates, papas, cebollas, cebollinos, etc. Sin olvidar, claro está, la cochinilla (insecto hemíptero que convertido en polvo se empleaba para dar color a telas como lana, seda o lino). Este minúsculo animalito fue muy solicitado por el mercado textil mundial, favoreciendo su exportación muy positivamente a la economía isleña.

Con el descubrimiento y aplicación de los colorantes químicos terminó el interés y el envío de la cochinilla.

Si Inglaterra fue el principal consumidor de nuestros productos, también fue uno de los primeros surtidores de mercancías a este archipiélago. Productos necesarios para la manutención de nuestras gentes y para la prosperidad material de esta tierra. De ese país, o de los que estaban bajo su órbita, importábamos, entre otras mercancías, pintura, loza (vajillas de China); madera (de Riga), chocolate, caramelos y utensilios para la construcción. Uno de los principales receptores de estas partidas en el Puerto de la Cruz era la compañía Reíd S.L., casa fundada en 1867 por D. Pedro Reíd, conocido, en estos peñascos, por D. Pedro el Inglés (aunque su origen era escocés), siendo además cónsul de ese país en las Islas Canarias. Fallecido este popular y querido personaje, la firma pasó a llamarse Tomás M. Reíd, nombre de su hijo, quien también heredó el nombramiento de cónsul de Gran Bretaña en esta tierra. Esta casa comercial de gran arraigo en el Puerto de la Cruz poseía en su interior una bien dotada bodega de vinos de la tierra y licores de variadas marcas. Vinos que, como quedó dicho, se exportaban y licores que se importaban allende del mar. La bonanza del mar del sur, lo contrario del norte (siempre alterado), el acondicionamiento de las Carreteras y los medios rápidos y modernos del transporte de mercancías propiciaron que, desde finales del siglo XIX, el muelle del Puerto de la Cruz perdiera el liderazgo y protagonismo de muelle principal, cediéndoselo al de Santa Cruz de Tenerife. No obstante, el pequeño y vetusto muellito seguía atendiendo, con su rudimentario y engorroso sistema de embarque, a los grandes navíos que a él se acercaban a cargar mercancía.

Con el transcurrir del tiempo y el intercambio comercial entre las Islas Canarias y el continente europeo, además de con el americano, se fue propagando por todo el mundo la belleza de nuestra tierra y la benignidad de su clima. El Teide, el Valle de la Orotava y el Puerto de la Cruz, fueron y quizás sigan siéndolo a pesar del deterioro, los principales atractivos de cuantos nos visitaban y visitan. Motivos de salud, científicos, artísticos y últimamente turísticos son la causa de cuantos aquí se acercan. Grandes.

Personalidades nos han visitado a lo largo del tiempo. Viajeros ilustres en el Puerto de la Cruz se han hospedado. Destaquemos algunos de ellos, Alexander Von Humboldt (científico naturalista), Marianne North (pintora), Olivia Stone (escritora), etc. Muchos de los personajes que llegaban a Tenerife procedentes de Europa se quedaban largas temporadas e incluso para siempre viviendo en el Puerto de la Cruz.

En aquellos tiempos, que conocemos como es obvio por los medios escritos o a través de conferenciantes de historia, la hoy Ciudad Turística de Canarias fue medio campesina y medio marinera, viviendo de esas dos posibilidades, la agricultura y la pesca. El turismo no se conocía o no se practicaba, más sí empezaba a vislumbrarse propiciado por la propaganda favorable que sobre el clima y belleza de estas islas hacían nuestros primeros visitantes que, por diversos motivos, como quedó dicho, hasta estas islas se desplazaban, sobre todo, a curar sus enfermedades o de paso hacia otros lugares del mundo. Muchos de los que por aquí pasaban, volvían acompañados de sus familiares a conocer las islas o a establecerse definitivamente en el Puerto de la Cruz. Ingleses, irlandeses, holandeses, alemanes, franceses, etc., en esta bonita ciudad se ubicaron e incluso fundaron su hogar.

Después de pasado el tiempo, algunos de sus descendientes se casaron con nativas canarias. De esas uniones matrimoniales nació, en parte, esa intelectualidad que ha caracterizado a muchos portuenses. Téngase en cuenta que muchas de esas familias que en el Puerto de la Cruz se afincaron, entre su equipaje traían libros. Libros que en las Islas Canarias no se conseguían fácilmente. Si a esa razón se le añade la cultura que ya poseían, de los estudios en sus países de origen, se puede comprender sin dificultad que la llegada de los extranjeros a esta ciudad benefició cultural y materialmente a su población. De entre las personalidades que ha dado el Puerto de la Cruz podemos citar algunas de ellas: D. Agustín de Betancourt (ingeniero inventor, 1758-1824), D. Tomás de Iriarte (fabulista, 18-9-1750) y D. Luis de la Cruz y Ríos (pintor de cámara del Rey Fernando VII, 1776-1853). Etc.


Pero el Puerto de la Cruz seguía inquieto con su pequeño muelle, necesitaba otro de más calado y amplitud, donde pudieran atracar los buques que a su costa llegaban a cargar los frutos del Valle de La Orotava. Este muelle, hasta hoy, no se ha podido conseguir por dos razones principales. En primer lugar, porque el mar reinante en el norte de Tenerife casi siempre alterado, no hacia fácil su construcción. Al menos con los medios que había en aquel entonces. Hoy es otra cosa, Y, en segundo lugar, porque los que podían y estaban llamados a intentarlo no querían ni les interesaba dicho muelle. Debido, más que nada, a que la ubicación de un gran muelle en el Puerto de la Cruz, norte de Tenerife, perjudicaba a sus intereses personales. Pero aquel pueblito pintoresco y recoleto no podía perecer, estancado en el tiempo. Por dos principales motivos no se quedaría rezagado e ignorado. Primero, porque posee uno de los mejores climas del mundo y segundo porque está instalado en el mejor lugar del famoso Valle de La Orotava: a sus faldas y lindando con el mar océano. El Puerto de la Cruz, a pesar de algunos, ha pasado en pocos años de pueblo pequeño, aunque de siempre culto, a Ciudad Turística de Canarias, con importantes avenidas, bonitas plazas y jardines, sin olvidar, claro está, sus lindas playas, que hacen de todo ello el atractivo y la atracción de los miles de turistas que cada año nos visitan.

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