Agustín Armas Hernández
¡Mil religiones y cultos diferentes, pero un solo Dios!
Pululan por doquier las sectas tanto cristianas como orientales: fenómeno nuevo
y variopinto. Hay entre estas sectas, una muy activa y beligerante, cuyos
miembros llaman valerosamente en todas las puertas. Algunos de estos me han
afirmado, que Jesucristo no es Dios, sino solamente hijo de Dios. Por otra parte,
oí que, para las sectas nacidas del hinduismo y budismo, Jesús es una
«encarnación divina», un dios como tantos otros de las religiones politeístas.
Consulté con un
sacerdote, competente en estas materias, y con sus instrucciones pude componer
estas modestas líneas.
¡Jesús, el Cristo! ¿Quién de los cristianos no ha puesto
este nombre en sus labios? y aún entre los no cristianos: ¿cuántos habrá que no
hayan escuchado este dulce nombre?
Jesús, nacido de la divina María, apareció y actuó en su vida
pública como un profeta, el «Gran profeta» a juicio de la gente; y fue
paulatinamente manifestándose como el Mesías esperado. Declaró que era «una
cosa con el Padre» (Jn X 30), y ante el tribunal de Caifás se proclamó «hijo de
Dios».
Después de esto, Jesús es llamado «Dios» directamente en diversos
pasajes del Nuevo Testamento.
Pero la gran proclamación de la divinidad del Señor fue
hecha en el primer Concilio Ecuménico, llamado Concilio de Nicea (Asia Menor,
año 325), donde se elaboró el «símbolo de Nicea» (o credo de la misa): «Creemos
en un solo Señor Jesucristo, hijo único de Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero.
Engendrado, no creado, consubstancial al Padre, y por quien todo fue hecho».
¡Confesión sublime, precisa, inspirada, poética! ¿Qué más se puede decir en tan
breves palabras?
Contra ciertas sectas y religiones cristianas podemos
alegar que los católicos creemos no solamente en la Biblia, sino también y
principalmente en la Iglesia. Decimos en el «credo de los Apóstoles»: «Creo en
la Santa Iglesia Católica». El magisterio, pues, de la Iglesia nos indica lo
que tenemos que creer. Miles, millones de mártires sellaron con su sangre, a
través de 2.000 años estas verdades. En todas partes y momentos, los labios de
los cristianos las proclaman para salvación de sus almas.
San Pablo nos enseña que: «la fe viene por el oído» (o
predicación). Jesús ordenó escuchar a sus enviados; no el leer la Biblia (Mt.
XXVIII, 19-20). San Agustín, cuando era incrédulo leyó la Biblia y nada
entendió. Más tarde oyó predicar a San Ambrosio en Milán, y comenzó a ver la
luz de la verdad. Hace falta, pues, un guía, un maestro espiritual para ir
penetrando en los «siete sentidos» o significados, que contienen las Sagradas
Escrituras.
Para las sectas orientales, Jesús es «dios», un dios como
Krishna, Rama, Budha, Maitreya, etc. Para ellos todos los Santos son «dioses».
Es más: todos nosotros somos «dioses». Así también lo creen algunas sectas y
fraternidades de origen occidental. Este es un error muy antiguo, llamado
«panteísmo» por filósofos y teólogos. Aunque nos disguste, no somos «dioses»
sino «seres humanos». Eso sí, Jesús nos prometió hacernos «mártires y
participes de su divinidad» (Jn I, 12; Pedro 1, 4) con tal que le imitemos con
una virtud perfecta.
Gandhi, el héroe de la India (1869-1948) decía: «me gusta
Jesús, pero no tanto los cristianos». Por tanto, nosotros los bautizados, con
nuestra mala conducta, profanamos, deshonramos el nombre de Dios, como ya el
Señor advertía a los israelitas por medio de los profetas.
Este es el misterio
de que florezcan por todas partes las sectas y movimientos religiosos: que
nosotros los católicos no armonizamos la vida con la doctrina.
Sin embargo, espero la época de paz, amor y justicia,
anunciada por la Virgen en Fátima (año 1917) y en otros muchos lugares
recientemente.
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