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sábado, 30 de junio de 2018

EDUCAR PARA LA REALIDAD Y LOS LÍMITES


Iván López Casanova 

Explica Marco Bersanelli, catedrático de Astronomía y Astrofísica en la Universidad de Milán, su asombro ante el «privilegio de entender la estructura del orden de la naturaleza», su admiración porque parecemos hechos para «entrar en relación con toda la realidad». Se sorprende de que sea posible conocer: «Un regalo maravilloso que no comprendemos ni merecemos». Pero, sobre todo, concluye que lo más maravilloso de la investigación científica es que aclara la vertiginosa situación de la persona humana en el universo, porque «es precisamente el vértice de toda la historia cósmica donde la naturaleza se vuelve conocimiento de sí misma, autoconocimiento».

También, semanas atrás, le preguntaban a José Manuel Sánchez Ron, físico e historiador de la ciencia y miembro de la Real Academia Española, cuál era para él el mayor misterio del universo, aquel que le suscitaba un mayor deseo de desvelar. En su respuesta, afirmó que lo más inexplicable para él era que el ser humano posea conciencia reflexiva de sí mismo, que podamos salir fuera de nosotros y pensarnos como identidad. Y, en consecuencia, la «autoevidencia existencial que nos sitúa en el mundo según nuestra propia elección», al decir del filósofo José Ramón Ayllón, en distinción absoluta con el resto de las especies.

En su libro Es posible conocer, Bersanelli narra una conversación con una maestra en la guardería de sus hijos, de la que se puede extraer muchas consecuencias: «Una mañana cuando dejé a los niños en la guardería, una de ellas me dijo: “¡Qué suerte la tuya, que te vas ahora a estudiar todas esas cosas maravillosas, las galaxias, el universo, mientras nosotras nos tenemos que pasar el día detrás de estos trastos que enredan todo el rato”». ¿No podríamos, cualquiera de nosotros, protagonizar este comentario?

Y continúa el físico italiano: «Entonces me quedé en silencio un momento y le dije: “No. Si hablas así es que no te has enterado de nada. Si te dieses cuenta de que esos niños son el mayor fruto, el más precioso, de catorce mil millones de años de historia del universo, tendrías una impresión distinta de tu trabajo”».

Porque educar es trasmitir a los jóvenes, la conciencia que hemos acumulado a lo largo de los siglos de lo que somos nosotros y la realidad, «las mejores cosas que la humanidad ha descubierto a lo largo de su historia», según afirma Bersanelli.

Se trata de buscar el desarrollo del sentido crítico, para que cada niño pueda forjar su propia identidad sin ser arrollado, uniformizado, por las modas intelectuales tan cargadas de hedonismo, de hipersexualización de la infancia, de consumismo y banalidad. Frente a esto, se debe ofrecer, en la familia y en las aulas, una educación que suscite su capacidad de hacer preguntas, acrecentar su curiosidad y su sensibilidad para cuestionarse por el significado de las cosas que se le enseñan.

Educar es proponer límites razonables; sin ellos, la juventud será blanda y meliflua: por ejemplo, nunca pantallitas hasta los dos años, nunca móviles hasta los 14 años. También, lograr jóvenes proactivos, que valoren la donación, que sepan darse a los demás. Asimismo, la educación valiosa es la que apunta a formar el cerebro emocional: que entiendan sus emociones, las emociones de los demás y que sean capaces de ponerse en el lugar de los otros.  Así se educa la razón y la libertad, lo fundamental de la tarea formativa.

«Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia, / toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte, / pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios. / ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimiento? / ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?», cantó T S Eliot.

El verano resulta un periodo decisivo para la formación familiar. Pero solo se educará bien si poseemos la conciencia de la sublimidad de esa labor, para, así, hacer atractivos los límites. ¡Ánimo!

Iván López Casanova, Cirujano General.

Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.

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