Iván López Casanova
Releo esta afirmación de G. K. Chesterton: «La más
consistente e inconfundible seña de locura, es esta combinación entre la
integridad lógica y la contracción espiritual». Efectivamente, no hay peor
situación que la de la persona con mucha erudición y una gran pobreza interior,
porque lo primero camufla lo segundo. Y esta paradoja se podría aplicar también
a una sociedad que combina un altísimo grado de avances materiales con una
profunda crisis de su suelo ético.
Ante esta situación, me parece muy necesario
educar con fuerza a los hijos −a los jóvenes− proporcionándoles una enérgica
identidad familiar, formándoles para que posean una trabajada ética interior
con la que abordar su vida futura. Así reflexionaba Etty Hillesum sobre las
carencias en su educación: «Bajo la superficie de esa resignada filosofía de
vida, que dice: “en fin, quién puede saberlo”, bosteza el caos. Y es el mismo
caos que me amenaza, del que tengo que salir. Salir de él debe ser para mí la
tarea de mi vida». Precioso lamento sobre la insuficiencia de su formación
familiar para orientarse en la vida adulta.
Porque la vida sin dificultades materiales,
envuelta por múltiples avances tecnológicos, atiborrada de videoclips donde
todos son sonrisas y mullida por mil posibilidades de entretenimiento
hedonista, puede hacer olvidar que existe el bien y el mal; y desatender, por
ello, la educación moral familiar. La novelista Susanna Tamaro en Donde el
corazón te lleve, también se apena de ese temor a invadir la libertad de los
hijos −«quería ser una madre diferente, respetar la libertad de su existencia»−;
pero concluye con realismo: «Detrás de la máscara de la libertad se esconde
frecuentemente la dejadez, el deseo de no implicarse (…). Existir en plenitud
exige gestos fuertes y precisos. Yo había disfrazado mi cobardía y mi
indolencia con los nobles ropajes de la libertad».
Detrás de cada decisión subyace el bien y el mal,
y como el ser humano es intrínsecamente moral, se opta entre uno u otro. En
consecuencia, la educación familiar debe proporcionar un entrenamiento fuerte
para acertar en esas decisiones fundamentales para la felicidad propia y la de
quienes conviven con nosotros: «Si no hemos trabajado nuestro interior es fácil
que prevalezca la inclinación al mal», sostiene Tamaro.
La novelista italiana llegará a afirmar que «la
primera cualidad del amor es la fuerza». Y en relación con la formación de una
hija, añadirá en su relato literario: «Si la hubiese amado verdaderamente
habría tenido que indignarme, tratarla con dureza; habría tenido que obligarla
a hacer determinadas cosas o no hacerlas en absoluto. Tal vez ella era
justamente eso lo que quería, lo que necesitaba».
Educar es tallar una identidad familiar de
contornos fuertes. Para ello hay que presentar con belleza atractiva la vida
moral. También, gastarse corrigiendo con franqueza las debilidades de los
hijos. Porque lo necesitan para avanzar por una sociedad de contrastes, por el
mejor mundo en muchos sentidos, pero por un universo herido por falta de
ideales y por el desamor que produce el escepticismo generalizado.
Sin una identidad esculpida, debido a que el ser
humano necesita seguir un modelo, los hijos acabarán apostando −con gran
fuerza, esto es lo asombroso− por una ideología débil o pobre, tal vez
simplemente porque esté de moda. Además, cuanta menos claridad moral interior
posean, con más violencia exterior se manifestarán; y con menos capacidad de
diálogo ante quien no piense como ellos, para disimular su carencia de
argumentos interiores.
Los jóvenes necesitan una educación firme sobre
los temas fundamentales: Dios, la felicidad, el sentido de la existencia, el
amor, la donación sexual y la vida moral. También sobre cómo vestirse, por
ejemplo, porque como afirma María Lourdes Delgado Luque, el mundo lo mueven las
ideas, pero estas se transmiten a través de la moda, de la vestimenta. Así
superarán el ser «ricos en expresión, / pero pobres en vida» del poema de José
Mateos.
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de
pensar.
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