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sábado, 16 de junio de 2018

ALGO NECESARIO: UNA FUERTE IDENTIDAD FAMILIAR


Iván López Casanova 

Releo esta afirmación de G. K. Chesterton: «La más consistente e inconfundible seña de locura, es esta combinación entre la integridad lógica y la contracción espiritual». Efectivamente, no hay peor situación que la de la persona con mucha erudición y una gran pobreza interior, porque lo primero camufla lo segundo. Y esta paradoja se podría aplicar también a una sociedad que combina un altísimo grado de avances materiales con una profunda crisis de su suelo ético.

Ante esta situación, me parece muy necesario educar con fuerza a los hijos −a los jóvenes− proporcionándoles una enérgica identidad familiar, formándoles para que posean una trabajada ética interior con la que abordar su vida futura. Así reflexionaba Etty Hillesum sobre las carencias en su educación: «Bajo la superficie de esa resignada filosofía de vida, que dice: “en fin, quién puede saberlo”, bosteza el caos. Y es el mismo caos que me amenaza, del que tengo que salir. Salir de él debe ser para mí la tarea de mi vida». Precioso lamento sobre la insuficiencia de su formación familiar para orientarse en la vida adulta.

Porque la vida sin dificultades materiales, envuelta por múltiples avances tecnológicos, atiborrada de videoclips donde todos son sonrisas y mullida por mil posibilidades de entretenimiento hedonista, puede hacer olvidar que existe el bien y el mal; y desatender, por ello, la educación moral familiar. La novelista Susanna Tamaro en Donde el corazón te lleve, también se apena de ese temor a invadir la libertad de los hijos −«quería ser una madre diferente, respetar la libertad de su existencia»−; pero concluye con realismo: «Detrás de la máscara de la libertad se esconde frecuentemente la dejadez, el deseo de no implicarse (…). Existir en plenitud exige gestos fuertes y precisos. Yo había disfrazado mi cobardía y mi indolencia con los nobles ropajes de la libertad».

Detrás de cada decisión subyace el bien y el mal, y como el ser humano es intrínsecamente moral, se opta entre uno u otro. En consecuencia, la educación familiar debe proporcionar un entrenamiento fuerte para acertar en esas decisiones fundamentales para la felicidad propia y la de quienes conviven con nosotros: «Si no hemos trabajado nuestro interior es fácil que prevalezca la inclinación al mal», sostiene Tamaro.

La novelista italiana llegará a afirmar que «la primera cualidad del amor es la fuerza». Y en relación con la formación de una hija, añadirá en su relato literario: «Si la hubiese amado verdaderamente habría tenido que indignarme, tratarla con dureza; habría tenido que obligarla a hacer determinadas cosas o no hacerlas en absoluto. Tal vez ella era justamente eso lo que quería, lo que necesitaba».

Educar es tallar una identidad familiar de contornos fuertes. Para ello hay que presentar con belleza atractiva la vida moral. También, gastarse corrigiendo con franqueza las debilidades de los hijos. Porque lo necesitan para avanzar por una sociedad de contrastes, por el mejor mundo en muchos sentidos, pero por un universo herido por falta de ideales y por el desamor que produce el escepticismo generalizado.

Sin una identidad esculpida, debido a que el ser humano necesita seguir un modelo, los hijos acabarán apostando −con gran fuerza, esto es lo asombroso− por una ideología débil o pobre, tal vez simplemente porque esté de moda. Además, cuanta menos claridad moral interior posean, con más violencia exterior se manifestarán; y con menos capacidad de diálogo ante quien no piense como ellos, para disimular su carencia de argumentos interiores.

Los jóvenes necesitan una educación firme sobre los temas fundamentales: Dios, la felicidad, el sentido de la existencia, el amor, la donación sexual y la vida moral. También sobre cómo vestirse, por ejemplo, porque como afirma María Lourdes Delgado Luque, el mundo lo mueven las ideas, pero estas se transmiten a través de la moda, de la vestimenta. Así superarán el ser «ricos en expresión, / pero pobres en vida» del poema de José Mateos.

Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.      

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