María Isabel Miranda de Robles
No busques ni escondas segundas intenciones en mis
palabras, si me tropiezo, si me caigo o me equivoco en lo que digo, es porque
soy humana, no por intención. ¿Qué necesidad de romperte la cabeza imaginando
que si dije “esto” lo diría por “aquello”? No te creas que es fácil esconder
elefantes detrás de los postes del alumbrado, ¿Por qué suponer que si juegas
con las palabras diciendo una cosa se va a entender otra? ¿Para qué está la
verdad entonces? Es cierto que la verdad no siempre se presenta radiante y vestida
de colores; pero nunca le he tenido miedo.
Hay gente que pierde gustosa sus afectos sin
aclarar situaciones tan solo porque “creyó” descubrir esas segundas o terceras
intenciones, a veces inexistentes. Qué difícil es estar cuidando siempre lo que
decimos por temor a herir susceptibilidades ajenas. ¿Dónde queda la
espontaneidad? ¿Es la sinceridad una mentira entonces?
¿Te has devuelto tú alguna vez sobre el camino de
todo lo dicho en tu vida? ¡Qué ocioso! y sin embargo, quizá así te darías
cuenta de cuántas veces te han perdonado aquellos que bien te quieren y lejos
de sentirse ofendidos, te disculparon convencidos de que un laberinto de
palabras te encerró y saliste por el significado que menos esperabas.
Es cierto, que, diferentes apreciaciones de
conceptos pueden desprenderse de una sola expresión; pero ¿qué podemos hacer?
¿Obligar a los demás a que nos entiendan como nosotros necesitamos ser
entendidos? En este mundo como hay colores hay estados emocionales y códigos
mentales que se encargan de ponernos en situación de afinidad o no afinidad con
los demás. Eso es todo. Si no fíjate como a veces se echan a perder
maravillosas pláticas colectivas cuando una “risita” sobresale a la voz
principal “celebrando” el doble sentido que creyó encontrar en una frase que
nada tenia que ver con tu propia situación mental.
Deja que nos expresemos tal cual queremos hacerlo.
No te conviertas en un detective de significados,
no vayas tras las palabras rastreando mensajes. Pueda que todos queramos ser
fieles a nuestros deseos y emociones a la hora de hacerlos frases y el mismo
miedo a ser mal interpretados o sobreentendidos nos desvía de nuestro modo
original.
La gente que dice “se lo voy a decir de esta forma
a ver si entiende lo que quiero dar a entender”, esta enviando un anónimo. Si
el que esta a prueba capta la idea y lo encara, el otro siempre responde: “ay,
pero si yo no te lo decía por eso”. La cobardía, como los errores, nunca son
reclamados por su dueño.
No es grato sentirnos acorralados por ningún dueño
de verdades, porque de esos hay muchos; pero, sí te digo que nadie revuelve,
por gusto, hiel entre la miel; por eso me gustaría que siempre tuvieras en
mente, que aun con todo lo que me equivoque, siempre que hablo contigo o con
quien sea, yo trato de pasar el mejor momento de mi vida. El último de mis
deseos es dejarte ofendido.
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