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viernes, 11 de octubre de 2013

LAS CARTAS AL DIRECTOR

Evaristo Fuentes Melian

El pasado lunes día 7 de octubre, en el Instituto de Estudios Hispánicos del Puerto de la Cruz, hubo unas interesantes palabras seguidas de  debate y charla, en la presentación de un libro de Olga Álvarez de Armas, con un coloquio a dúo con el periodista Salvador García. Se tocó también el tema de las cartas al director en los periódicos,  que al parecer  van en desuso.

Mi historia personal de cartas al director, como colaborador espontáneo, gratuito y casi siempre bajo seudónimo ha sido prolija y prolífica. A  mediados de los años sesenta del siglo XX, con la nueva Ley de Manuel Fraga, se abre en cierta manera relativamente la mano y se produce un fenómeno comunicativo en los pueblos y ciudades: a partir de ahí, ya se puede criticar abiertamente a los políticos, a los alcaldes sin ir más lejos. Las primeras cartas de un servidor fueron publicadas en el periodo El Día. Era su director el recordado Ernesto Salcedo Vílchez, y las publicaba en la mejor página, la tercera, junto a colaboradores habituales y firmas de prestigio como el inolvidable Miguel Borges Salas. Me sentía con ello plenamente satisfecho.

Por aquellos años sesenta se produjo un fenómeno que no se ha vuelto a repetir y con toda seguridad no se repetirá nunca más en la prensa. En La Orotava, y en menor intensidad en el Puerto de la Cruz, los escasos letrados, bachilleres y algunos intelectuales adláteres que se habían hecho a sí mismos se dedicaron a polemizar en el espacio de cartas al director, en especial en el citado rotativo El Día. Pero casi siempre, el denominador común fue que  nadie firmaba con su nombre; incluso creo recordar que hubo un pillo o más, que se apropió del seudónimo de otro para sus diatribas y críticas, casi siempre basadas en los problemas de la propia localidad o la isla: el agua corriente, la electricidad, las calles o carreteras mal acondicionadas… Fue el uso de seudónimo un fenómeno rocambolesco muy propio—a mi parecer--  de la socarronería del canario típico, que tira la piedra y esconde la mano, en algún caso por partida doble: con seudónimo, pero con seudónimo que no es el suyo sino el de otro. ¡Genial! (pero ilícito).

Pasa el tiempo y en los años ochenta las cartas en El Día son muy abundantes. Durante la dirección de J. Manuel  de Pablos, el espacio de cartas al director— a veces titulado de otra manera-- es un verdadero cajón de sastre donde va a parar de todo; un par de páginas completas dedicadas a cartas conforman un batiburrillo en el que es muy difícil distinguir las cartas interesantes de las que tienen poco interés.

Y, en fin, pongamos como ejemplo de cartas al director de gran calidad las del periódico El País, que recibe más de un centenar diariamente  y más aún ahora con la facilidad que da el mundo de lo digital tan espontáneo e inmediato.  De ellas solo publica El País cada día  media docena, y le da una calidad especial a ese espacio de cartas: si hay polémica de algún lector con los colaboradores habituales de opinión, muchas veces intelectuales de gran prestigio,  la contestación de estos a su interlocutor lector de opinión discrepante, se inserta en el mismo espacio de cartas.

 Nota final.- Gracias, Salvador García, por mentarme como ‘cartista’ al director, en la charla con Olga Álvarez, que fue profesora mía muy recordada en la Facultad de Ciencias de la Información. Y gracias al nuevo libro de Olga, ‘Preterido Imperfecto’, pues estoy seguro de que me va a enseñar algo nuevo. Y también gracias a Isidoro Sánchez, amigo ilustre de siempre, desde que tocaba el timbre de la hora en el aula de estudio del colegio salesiano. Isidoro alzó en broma su voz con el grito de aliento de ¡Espectador!,  palabra bastante definitoria de mi trayectoria vital en lo público, y que he utilizado como uno de mis seudónimos a lo largo de tantos años de ‘cartista’. (Que no es lo mismo que carterista, ojo).

   Un abrazo a ‘ambos dos’ y besos para Olga.

          Espectador

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