Teresa
González
Había
una vez una sangre
paseando
sus instintos
por
los ingenuos pasadizos
de
mi jardín
Era
una sangre hija de la noche
sin
olor, sin sabor, sin alma…
Y
sin pensarlo
salpicó
de toxinas
su
boca las pilastras
de
mi gruta atormentada
lloviéndole
sobre mojado
a
mi amor multiplicado
hasta
que mi repertorio nombre
se
ahogó en la rutina de su lengua,
floreciendo
bendiciones
tras
la luz que las sombras
poco
a poco se llevaban.
Esa
sangre,
que
lactó su inventario
con
mis lágrimas
no
termina de pagar
su
importe a la vida
ante
mis anonadadas borrascas,
espectadoras
de su fiera lucha
disputándose
el penúltimo mendrugo metálico
que
le arrebataron al alfa
responsable
de su sangre percudida…
Hubo
una vez una sangre
que
fue elegida por mi alma
como
mía para volver…
en
mis estancias terrenales
a
cantarle a la luna.
Hubo
una vez una sangre
que
se intoxicó
con
el rojo dulce de la mía…
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