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sábado, 10 de octubre de 2015

TOLERANCIA E INTOLERANCIA


Juan Antonio Gómez Jerez

“El furor de la intolerancia es el más loco y peligroso de los vicios, porque se disfraza con la apariencia de la virtud.”
Robert  Southey

“Aunque toda sociedad está basada en la intolerancia, todo progreso estriba en la tolerancia.”
George Bernard Shaw

 ¿Qué es la tolerancia?  La tolerancia en las sociedades modernas se defiende penalmente y busca el respeto de los derechos y los intereses de todas las personas con independencia de sus circunstancias individuales, para la coexistencia pacífica y social.

A nivel individual es la capacidad de aceptación de una situación, o de otra persona o grupo considerado diferente, pero no todos los individuos estamos capacitados para ser tolerantes. Es la actitud que una persona tiene respecto a aquello que es diferente de sus valores. Es también la aceptación de una situación injusta en contra de los intereses propios o en contra de los intereses de terceras personas. Es también la capacidad de escuchar y aceptar a los demás.



Este comportamiento social se ha dado en todas las épocas de la humanidad y en todos los lugares del mundo como un medio para la coexistencia pacífica y en este contexto es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Es también el respeto injusto de las ideas o intereses de los demás en contra de los propios.

¿Qué es la intolerancia?   La intolerancia se define como la falta de la habilidad o la voluntad de tolerar algo. En un sentido social o político, es la ausencia de tolerancia de los puntos de vista de otras personas.  La intolerancia resulta ser cualquier actitud irrespetuosa hacia las opiniones o características diferentes de las propias en otras personas.


También podríamos decir que la intolerancia es miedo, muchísimo miedo. Quizá La intolerancia se alimente de nuestros propios temores, unas  veces a las cosas que nos llegan desde el exterior y otras veces  a nuestro propio interior al que no aceptamos, al que no conocemos y del que nos surgen todas las preguntas a tantas respuestas sin contestar. Y es ese desconocimiento general de las cosas y de nuestro propio entorno el que, a veces, nos hace ser intolerantes. Es el miedo a lo diferente lo que nos hace escondernos detrás del escudo de la intolerancia. Todos en algún momento hemos tenido un acto intolerante, comprobando después, que no está dentro de nosotros, que no es nuestro verdadero sentimiento, que surge por influencia de alguien o de algo, quizá por influencia del mismo miedo y desconocimiento.

¿Cuántas veces hemos dicho
no soporto a esa persona o a una cosa en concreto?
¿Hemos reflexionado en lo duro que es decir eso?
¿Hemos pensado en la energía negativa que desprendemos
hacia los demás y nosotros mismos cuando
generamos un pensamiento de este tipo?

Desde mi punto de vista este mismo sentimiento que desarrollamos cuando expresamos esto, ya sea en público o para sí mismo, nos hace daño, nos agrede, nos sacude el alma y nos hace sentir mal, porque padecemos en ese mismo momento el dolor que nos produce ese sentimiento hacia otra persona o cosa, sin darnos cuenta de que a quien más daña es a nosotros mismos, jugando al mismo tiempo, peligrosamente,  con nuestra propia salud mental, social y afectiva. La intolerancia nos relega al incivismo y nos deja huérfanos de sí mismos.  Es la responsable irremediable de muchos conflictos entre las personas, y ha generado guerras, conflictos sociales, invasiones, violencia, odio, orgullo, y ha desmembrado pueblos y sociedades porque la intolerancia muchas veces no tiene cura. Es como una enfermedad crónica que se puede paliar pero o curar.



¿Por qué tener miedo a lo que nos viene de fuera o no se ajusta a lo que conocemos y valoramos como único y bueno?   El miedo nos va a cegar y nos va a robar toda reacción posible. El miedo no nos va a dejar ver con claridad y nos va a dejar indefensos ante nosotros mismos.

Pero quizá es que el ser humano es intolerante por naturaleza, quizá lo seamos y  muchas más veces de lo que nos imaginamos, y contra nosotros mismos. Ninguno de nosotros estamos libres de desarrollar en algún momento una actitud intolerante en nuestra vida, ya sea contra otra persona o personas o alguna cosa o situación en general. Aceptarnos  a nosotros mismos con nuestros defectos y virtudes es, en definitiva, un acto de conciliación con uno mismo a la hora de entender y comprenderse a sí mismo y a los demás. Y por consiguiente aprender a ser tolerante con el resto.  Ellos, los otros, ustedes, nosotros, todos en general somos responsables  absolutos de mantener la intolerancia fuera de nuestras vidas.




Cada uno es como es, y ahí puede que aflore la riqueza del ser humano, en su variedad. Cada uno de nosotros somos de una manera u otra porque cada uno de nosotros venimos de sitios y situaciones distintas, educación distinta o culturas distintas y nada ni nadie es mejor a otro, sino distinto y enriquecedor. Cada persona es diferente a las demás y todos tenemos gustos, aficiones, pensamiento, forma de ser y aspectos diferentes al resto. Sigamos pensando en un cambio y en una evolución del ser humano. Pensemos en el amor y respeto fraternal y habrá desaparecido la intolerancia. Pero pensémoslo seriamente…

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