Javier Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL
Prácticamente
a diario nos encontramos en diversos medios de comunicación con multitud de
noticias que hacen referencia a las complejas circunstancias que giran en torno
al subsector agrícola del tomate canario. Se trata de un cultivo cuyo origen se
desarrolló a finales del siglo XIX en el Archipiélago, teniendo a Gran Bretaña
como impulsora de esa medida. La aportación del capital extranjero fue esencial
y clave para la dinamización y puesta en producción de un cultivo que
rápidamente se fue extendiendo a través de las zonas más áridas del sur de las
Islas.
En
ese sentido, con la finalidad de conocer y valorar la realidad sobre tal
cultivo décadas atrás, nos aproximamos a un artículo escrito por Federico C.
Varela bajo el título “Seamos optimistas” y publicado en el periódico La Gaceta
de Tenerife el 9 de marzo de 1929, disponible en la red gracias al portal Jable
de la ULPGC. El autor se hace eco de la preocupación en aquellos momentos por
el cultivo del tomate, ante un producto que, a finales de la década de los años
veinte del pasado siglo, estaría marcado por un “aburrimiento, de zozobra, de
disgusto, de inquietudes para el pago de letras, de abonos químicos, de la
renta de la tierra, y de toda la larga fila de gastos que requiere este
especial cultivo en las islas Canarias”, reflejando en su opinión la conciencia
generaliza de que el tomate era un producto solamente apto para la exportación.
Se trata de un aspecto analizado por el
historiador Nicolás González Lemus, en su artículo Los inicios del tomate, plátano y turismo en Canarias. Apuntes
histórico-económicos afirmando que “el tomate, a pesar de ser cosechado,
curiosamente no era comestible en las islas. Por regla general no se comía
porque se creía que tenía efectos negativos sobre la sangre. Era rechazado
entre los naturales de las islas en la dieta y ni siquiera era un producto de
comercialización entre las mismas”.
Federico
C. Varela incide en la necesidad de fomentar el consumo interno, mostrando las
características de su valor positivo en el ámbito insular, y, al mismo tiempo,
señalando toda una serie de soluciones para exportar el tomate a otros lugares
y adquirir mayor tiempo de maduración. Sobre todo, intenta demostrar que el tomate,
a pesar de que en determinadas ocasiones no reúna cualidades suficientes para
ser exportado, pueda ser aprovechado para la extracción de su semilla,
afirmando las innumerables posibilidades que se podrían generar a partir de la
venta de semillas de tomate en cualquier parte del mundo, atendiendo a las
cualidades únicas de la semilla canaria, pues “se adelanta a todas las demás
semillas en su producción de cosecha en cuatro meses”.
Sin
lugar a dudas, ante el tomate nos encontramos con un cultivo que no es fácil de
trabajar. Se requiere una adecuada preparación del terreno y una continua
supervisión, junto al trabajo de la recogida de ese producto, donde la mujer ha
tenido un papel fundamental, tal y como se refleja en multitud de imágenes no
tan lejanas en el tiempo.
Hoy,
continúan existiendo toda una serie de problemas en torno a un cultivo que durante
varias décadas fue fundamental en nuestra economía y que, actualmente, depende
de multitud de ayudas para poder hacer frente a la competencia de otros
mercados con mayor producción y mejores ventajas para su distribución.
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