Manuel Hernández González
En el Icod del Siglo XVIII irrumpen una serie de familias que
proyectan su campo de actuación en el
comercio y la emigración canario-americana. Forman cadenas sociales y enlazan
entre sí, expandiendo sus negocios e iniciativas a ambos lados del Atlántico.
La expansión de esa nueva elite icodense es un hecho característico de la
centuria de las Luces, que explica el elevado protagonismo de esa dinámica
localidad del norte de Tenerife. Uno de los linajes más significativos de ese
grupo social lo constituye los Perdomo Bethencourt. En ellos destaca un amplio
elenco de miembros que emprendieron actividades socio-económicas y de
repercusión en todos los órdenes de la sociedad a ambos lados del Atlántico,
como Juan Perdomo Bethencourt, impulsor del experimentalismo y las reformas
ilustradas en Canarias y Venezuela o el de Pablo Perdomo, emigrante a
Venezuela, Cuba y Méjico, donante del Santo Domingo americano conservado en la
ermita del Amparo.
La primera generación de estas familias la
constituyeron individuos que habían prosperado socialmente con los negocios con
América, la gestión de rentas agrarias y el desempeño de profesionales
liberales. José ejerció como escribano en La Orotava. Varios de sus nietos
desarrollaron la carrera eclesiástica, estudiando en la Universidad de Caracas,
como Ángel, canónigo de la Catedral y condiscípulo de Andrés Bello. Otro
hermano, Pablo, realiza numerosos viajes a la Habana, La Guaira y Campeche y
enlaza con otra familia expansiva de
Icod, los Pérez Domínguez. De uno de esos viajes trajo el citado Santo Domingo.
Durante su estancia de varios años en Caracas fue prioste de la esclavitud del
Santísimo Sacramento de la parroquia de San Pablo. Tuvo varios hijos, uno de
los cuales desempeñó la carrera eclesiástica, José Agustín, presbítero, cura de
Guía.
Pero de toda esa generación destacó poderosamente
Juan. Había estudiado medicina en la Universidad de Granada. Casado en Sevilla
con María Francisca Cortes, vivió en diversas localidades del norte de
Tenerife, para pasar los últimos años de su vida en el Puerto de la Cruz, donde
edificaría una casa de dos pisos con bodega adosada en la calle que con el
tiempo llevaría el nombre de su familia y cuya denominación “Perdomo”, al lado
de la plaza del Charco, se conserva hasta la actualidad. Trabajo como médico e
invirtió también gruesas sumas de dinero en el comercio indiano. Tuvo 7 hijos
que llegaron a la edad adulta, 5 hembras y dos varones. Conforme a su
estrategia familiar destinó a los dos varones a la carrera eclesiástica, para
lo que trató de dotarles con rentas suficientes. Para tal fin los envió a
Córdoba para realizar estudios en el colegio de la Asunción. Allí los cursaron,
pero ninguno de ellos se convertiría en presbítero. Irían a Granda donde Juan
Antonio estudiaría medicina y Antonio la abogacía.
Las 5 mujeres permanecerían solteras todas, excepto María Rita, casada
con el icodense, capitán de la carrera de Indias, José López Gordillo.
Antonio ejercería la abogacía en la Real Audiencia
de Las Palmas, donde destacó por su aptitud y su ideología ilustrada. Murió
tempranamente. Tuvo dos hijos de su matrimonio con Rosa María López Ginory , de
la burguesía agraria del Valle de La Orotava. El único varón, Juan Antonio,
emigraría a Venezuela, donde sería Teniente Justicia Mayor de Guigue en el
Estado Carabobo, donde enlazaría con un miembro de su elite local.
Sin duda el más significativo de los Perdomo
Bethencourt es Juan Antonio. Tras ejercer como médico titular de la ciudad de
Las Palmas, emigra en 1766 a
Venezuela. Se había formado en un medio ilustrado como el tinerfeño, recibiendo
las enseñanzas prácticas de su padre y de Domingo Madan, el irlandés que fue
catedrático de la extinta Universidad lagunera y padre del catedrático de
hebreo de los Reales Estudios de San Isidro de Madrid, y amigo personal de
Perdomo, y de notables comerciantes del tráfico canario-americano. En Caracas,
recién llegado, introduce la inoculación de la viruela. Ésta consistía en la
introducción de una aguja con la materia infectada de un enfermo. La había
conocido en el Puerto de la Cruz, donde se había experimentado desde 1750. Tuvo
tal éxito su iniciativa que salvó numerosas vidas en una epidemia, por lo que
su fama fue notable.
Perdomo fue sin duda el médico más significativo de
su tiempo en Venezuela y abrió el país al experimentalismo y el racionalismo.
Su prosperidad le permitió invertir en haciendas cacaoteras en Choroní. Llegó a
ser durante muchos años Alcalde Mayor de la importante localidad aragüeña de La
Victoria, donde se casó con Manuela Pedrosa, con la que tuvo una hija, Manuela.
Tuvo tal influencia entre las elites venezolanas que influyó hasta en el mismo
Francisco de Miranda y en los Bolívar. Fue médico personal de la familia del
primero y fue recordado por éste en su estancia en Rusia. Sus relaciones con
los expedicionarios revolucionarios franceses que hicieron escala en Venezuela
durante la Guerra de las Trece Colonias fueron intensas. Ante ellos defendió la
independencia de Venezuela y se mostró abiertamente hostil al Santo Oficio.
Tenía una biblioteca llena de libros prohibidos, entre los que destacaban los
de Pascal, Voltaire, Rousseau y Raynal, que tenía escondida en una pared que
abría con un hábil mecanismo.
La valentía con que defendía la ideología ilustrada
y la notable repercusión que sus opiniones alcanzaron en la sociedad
venezolana, le llevaron a su procesamiento ante la Inquisición y en el Tribunal
del Obispado. Pero tal fama tenía que hasta el obispo Martí a pesar de su
enemistad, le hizo llamar para que lo curase en Barquisimeto, a pesar de la
larga distancia de esa ciudad desde Caracas. En su proceso interviene un amplio
elenco de miembros de la elite caraqueña. Se ordenó su encarcelamiento en
Madrid, donde se hallaba para defender a una sobrina. Pero escapó a tiempo y
fue detenido en Tenerife, donde había ido a visitar a sus hermanas. Encerrado
en el tribunal de Las Palmas, su causa inquisitorial, despertó numerosos apoyos
tanto en Canarias como en Venezuela. En las islas intervino a su favor el cabildo
de Las Palmas y el propio obispo ilustrado Tavira, que, a pesar de haber sido
condenado por el Santo Oficio, lo llevó por las islas como su médico personal.
En Caracas, el Capitán General y la Audiencia. Tanto miedo tenía la Inquisición
que lo trasladó a Sevilla para juzgarlo. Allí lo condenó a no volver a
Venezuela, por lo que se estableció con sus hermanas en el Puerto de la Cruz,
donde fallecería en 1799.
Juan Antonio Perdomo es el más certero exponente de
las ansias y expectativas de un sector social intermedio expansivo que surgió
en Icod en el siglo XVIII. Enriquecido a partir de sus negocios en tierras
americanas, y a través de su endogamia interna y estrategia grupal, aportó
dinamismo a la sociedad canaria y venezolana de esa centuria.
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