Evaristo Fuentes Melián
Cuando yo era un niño había una dulcería frente a la casa
donde nací. Desde mi ventana se veía la entrada a la dulcería, y una vez vi a
un chico que fue a comprar unos rosquetes edulcorados con un exquisito almíbar.
Su madre le había dado la orden de que le trajera los hermosos rosquetes
intactos, que no probara ni uno. Entonces el chico, mientras caminaba hacia su
domicilio después de haber recibido el cucurucho de papel de estraza con una
docena de hermosos rosquetes almibarados, no pudo contener la tentación y,
pensando que su madre no iba a darse cuenta, fue chupando parsimoniosamente
cada uno de los rosquetes y depositándolos luego dentro del cucurucho como si
nada hubiera pasado. No probó ni mordió los rosquetes, pero con sus lametazos
dejó reducido a casi nada el delicioso almíbar.
Viene bien este cuento para compararlo al menos
parcialmente con la tele de pago que se apropia descaradamente y encarece la
retransmisión de casi todos los partidos de más interés para los aficionados al
futbol. De ese modo cortapisa su visión
a los televidentes de inferior
poder adquisitivo que no tienen tele de pago. Y veo, con lágrimas en los ojos,
que en el telediario de la tele pública, inmediatamente después de cada
partido, dan la noticia del resultado
pero ‘esconden’ sistemáticamente las imágenes aunque solo sean los goles. Por
eso me acordé del niño de los rosquetes y los lametones al almíbar, y lo
comparo por contraste con la tele de pago, que codifica y ni siquiera deja ver
los goles de inmediato a los que no pueden pagarla, goles que son el
equivalente al almíbar de los rosquetes del chico del cuento. Qué pena me está
dando está mal llamada democracia, en la que a mi parecer debiera haber alguien
–el parlamento o el gobierno —que legisle o dicte normas que impidan
tajantemente que las teles de pago lleguen a estos extremos de racanería
mezquina, usurera y ramplona.
Espectador
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