Juan
Calero Rodríguez
y aceptamos
como fósiles las derrotas
entre
amigos que se ocultan y se privan
y alguna
vez recuerdan
el regreso
a donde nada queda por hacer.
Hay conmemoraciones que son para
olvidar. Pero hay algunas, que no debemos permitir que sigan proscriptas, por
unos tratando que no se recuerden y por otros, cicatrizando el dolor.
En días como estos de un mes de
octubre, hace medio siglo, fueron creadas las UMAP en la República de Cuba.
Las UMAP fueron campos de de
concentración levantados en la provincia de Camagüey donde fue impuesto un
régimen de trabajo forzado con el mismo fin de las Gulap soviéticas, reeducación
política a la manera china bajo Mao Tse Tung; y tratamiento de la
homosexualidad como enfermedad; custodiados por soldados con rifles AK, que con
dieciséis años eran llamados a las filas del Servicio Militar Obligatorio.
Esos campos estaban cercados con
doble círculos de alambradas con pinchos y en su centro los llamados ‘caza
bobos’; los rollos de alambre imposibles de atravesar.
Dos años antes de que fueran
internados los primeros reclusos había sido aprobada la Ley 1129 de Servicio
Militar Obligatorio, que serviría como justificación oficial: se alegó que a
las UMAP iban quienes no podían cumplir el servicio militar regular.
Escuchar en aquellos tiempos de
represión ‘se lo llevaron para la UMAP’ podía interpretarse como ‘se lo llevó
la muerte’. Y según el comentario popular ‘seguro era maricón’.
Las creación de las UMAP fue un
movimiento estratégico que permitió alcanzar tres objetivos esenciales durante
unos años donde existió una creciente falta de brazos para el trabajo agrícola:
la neutralización de inconformes ideológicamente, la creación de puestos para
personal militar que no cumplía con los estándares de la modernización del
ejército, y formación de una fuerza laboral que ayudara a reducir los costos de
las numerosísimas fuerzas armadas.
Un estimado hecho por dos antiguos
agentes de la inteligencia cubana eleva a 35.000 el número de reclusos. La
mayoría, religiosos y homosexuales. Religiosos de diversos credos: Testigos de
Jehová, abakuás, adventistas del Séptimo Día, católicos, bautistas, metodistas,
pentecostales, episcopalianos, santeros, gedeonistas.
También universitarios, poetas, sacerdotes,
artistas, intelectuales, prisioneros políticos, funcionarios acusados de
corrupción, emigrantes potenciales, chulos, campesinos reacios a la
colectivización de las tierras, vagos, trabajadores por cuenta propia…
Los encargados de facilitar candidatos
eran los designados a controlar en los Comités de Defensa de la Revolución
(CDR) al resto de los vecinos en cada calle.
Los campamentos ostentaban nombres
como "Viet Nam Heroico", "Mártires de Girón" y "Héroes
del Granma". En cada uno, el político era el jefe del campamento y se
ocupaba por las noches de la reeducación de los reclusos, y las sesiones de
concientización solían ser más largas los domingos. En ocasiones, sobre todo
cuando recibían permiso de visita, los hacían marchar vestidos de uniforme de
gala: pantalón azul oscuro de mezclilla y la camisa también de mezclilla pero
de un azul más claro. Y un monograma con la forma del escudo cubano, de fondo
claro y que en un tono rojizo decía ‘Umap 1’, que era para ponérselo en la
manga izquierda de la camisa. Seguramente con el fin de hacer creíble la
versión de que aquello era una suerte de servicio militar.
He dormido en barracones, en el suelo,
entre tantos otros
apilados en hogueras, cuerpo con cuerpo, por
frío.
Y nos saltamos la penitencia
en aquellos campos olvidados por los sueños.
Los reclusos trabajaban largas
jornadas en la agricultura de lunes a sábado desde el amanecer hasta el
anochecer. Durante la zafra azucarera la norma a cumplir era de 150 arrobas. El
resto del año era arrancar la hierba de seis surcos. Se les negaba la comida en el caso de que no
cumplieran las cuotas de producción, recibían el mismo pago de los movilizados
por el Servicio Militar Obligatorio (7 pesos) y tenían libres aquellos domingos
los que tenían cumplida la tarea semanal y no fuese programado trabajo
voluntario. El menú casi fijo consistía para el desayuno café y pan; para el
almuerzo, una bandeja de aluminio con chícharo o espaguetis, arroz o harina de
maíz con gusanos verdes, boniato hervido o huevo hervido y dulce.
Quienes recibieron el peor trato fueron,
indudablemente, los Testigos de Jehová. Golpeados, pasados por falsas
ejecuciones, enterrados hasta el cuello, atados desnudos a la intemperie con
alambre de púas sin comida ni agua. Los compañeros de las otras religiones le
tiraban por la ventana del barracón latas de leche condensada y trozos de pan. No
les permitían recibir visitas o correspondencia, y no gozaban de pase. Entre
las posibles causas: el apoliticismo remarcado del que esos religiosos daban
muestras.
El Viernes Santo de 1966, todos los
reclusos se unieron en torno a Aldo, pastor bautista, comulgaron con trozos de
pan y guarapo de caña fermentado.
¡A erradicar la homosexualidad!
Las UMAP constituyeron parte de una
política sanitaria de erradicación de la homosexualidad, entendida como
enfermedad prevenible. Investigadores de la Universidad de La Habana fueron
enviados a las UMAP para estudiar la "rehabilitación" de
homosexuales. En palabra del dramaturgo Héctor Santiago, testigo aun viviente,
‘A veces te dejaban sin agua y sin comida durante tres días mientras te
mostraban fotos de hombres desnudos, y luego te daban comida y te mostraban
fotos de mujeres. Si no eras diabético y te inyectaban insulina, entrabas en
shock, te orinabas, te defecabas, vomitabas… Descargas eléctricas… Perdías la
memoria, y dos o tres días después no sabías quién eras, estabas catatónico y
no conseguías hablar’.
De los 35.000 reclusos, 507
terminaron bajo cuidados psiquiátricos, 180 eligieron el suicidio y 72 murieron
por torturas. No obstante, las UMAP no podrían catalogarse como campos de
exterminio, pues allí no se buscaba expresamente la muerte de los reclusos.
Raúl Castro, entonces Ministro de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias, declara en abril de 1966:
«En el primer grupo de compañeros
que han ido a formar parte de las UMAP se incluyeron algunos jóvenes que no
habían tenido la mejor conducta ante la vida, jóvenes que por la mala formación
e influencia del medio habían tomado una senda equivocada ante la sociedad y
han sido incorporados con el fin de ayudarlos para que puedan encontrar un
camino acertado que les permita incorporarse a la sociedad plenamente»
Ante las protestas de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, de organismos internacionales y medios de prensa
extranjeros, son cerradas las UMAP en 1968. El documental Conducta impropia, de
Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal, testimonia el acoso sufrido por los
que fueron confinados en esos campos.
(Este texto ha sido elaborado
tomando de varias fuentes y entrevistas).
TESTIMONIO DEL SOLDADO DESERTOR
A los
estigmatizados y humillados de por vida
Un
día me negué a que el fuego ardiera por el resto de mi vida.
Y fui olvidado, como se olvida tarde o temprano a los héroes.
No es posible latir, como otro madero cualquiera, sin ritmo
o mejor digo, con el mismo ritmo de otro madero cualquiera.
Primero amanecemos
en el brocal para luego tallar los tuétanos
donde los pinos
inventan su mito entre tanto ruido.
Una
razón se sienta tras el eterno cadalso
donde
nadie pregunta, ni se explica.
Las
razones no mueren en los cementerios,
reclaman
la techumbre por donde escapar del silencio.
He dormido
en barracones, en el suelo,
entre
tantos otros
apilados en
hogueras, cuerpo con cuerpo, por frío.
Y nos
saltamos la penitencia
en aquellos
campos olvidados por los sueños.
No por ello
fuimos héroes, ni mártires,
cada adversidad reta un nuevo milagro.
Solo inocentes.
Y ofrendamos nombres
a náufragos cotidianos
y aceptamos
como fósiles las derrotas
entre amigos que se ocultan y se privan
y alguna vez
recuerdan
el
regreso a donde nada queda por hacer.
(Del
poemario Testigo de otro reino, en proceso de edición)
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