Gladys
González
La
actualidad nos llega cada día con imágenes de los refugiados sirios. Esta pobre
gente ha tenido que salir de su país con
lo puesto o de lo contrario solo les esperaba la muerte a manos de les
terroristas de Al-Qaeda. Solo recordar la triste fotografía del niño muerto en
el agua, nos hace sentir el horror y la impotencia de estos hechos.
A
la vez muchas voces, cada vez más, se alzan en contra de la ayuda de los países
Europeos a estos refugiados sirios, incluyendo la de algún cardenal de la
iglesia española, corregido posteriormente, pero ahí quedo dicho, Saltándose
las doctrinas contrarias del propio Papa Francisco.
Por
supuesto,la respuesta de las personas, con una ética y moral acorde a una
civilización democrática y solidaria no puede ser otra que la de acogida de
estas personas. No hay punto de comparación entre una persona que está sin
trabajo, sin ayuda del estado, una persona que ha trabajado por su país,
cotizado a la seguridad social y que no percibe una ayuda pública a la problemática
de estas personas que vienen con una mano delante y otra detrás, dejando casa,
trabajo, muchos de ellos con estudios superiores, con niños y niñas
pequeños, en definitiva con la familia a
cuesta…si no la han perdido por el camino.
Solo
tenemos que hacer un ejercicio de empatía, ponernos en el lugar del otro, para
darnos cuenta que esta ayuda es necesaria y hasta diría obligada. La persona
refugiada viene por un tiempo, porque su
meta es volver a su país, nadie quiere estar o morir en un lugar diferente a su
tierra.
Quizás,
si deberíamos criticar a los gobiernos europeos y de otros continentes, por su
ineptitud en solucionar este caos sirio, que dura varios años, sin una
respuesta de la ONU que sirva para recuperar esta nación. ¿Para que sirven estas
organizaciones supranacionales si no aportan soluciones?
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