Evaristo Fuentes Melián
A Pedro, ese tinerfeño
enrolado en la siglas del Futbol Club Barcelona, le pasa lo que al solitario
corredor de fondo, juega, corre mucho y bien, pero no es apoyado a plenitud por
sus compañeros de equipo. He leído hace
poco, en un crucigrama hecho en la Península, una definición de isla: “Una isla
es un pequeño trozo de tierra que si vas navegando te lo encuentras en alta mar”.
Pedrito nació en un barrio metropolitano tinerfeño, pero cambió de domicilio siendo
un niño y al fin fue a parar a Los Abades, una zona playera entonces semi
solitaria, en la costa de un municipio llamado Arico, el más ventoso de
Tenerife. Pedrito es, pues, el paradigma del proceso de un aislado por partida
doble, habitante de isla y vecino de un caserío alejado de la capital.
El último partido que
le vi a Pedrito me pareció que—acostumbrado de niño a hablarle y charlar a
silbidos con el alisio insular sureño-- no conversa bien, no sabe compaginar a
través de su deje del léxico/jerga popular de Canarias, con el resto de
jugadores blaugranas. Pedro corre --y si no corre, vuela-- dribla, adelante, atrás,
pasa la bola, pero a veces se enrolla, cual solitario filósofo libre pensador, y
termina por pasar mal o patear sin eficacia la pelota.
La isla nos condiciona,
es un hándicap que tenemos que salvar los isleños; una isla lejana como la
nuestra, nos condiciona aún más. Los chicos isleños de menos de 40 años de edad,
ya viajan constantemente y no se sienten tan aislados como los que nacieron en
la guerra o recién terminada la guerra del 36-39. Aquí nos creíamos fantásticamente
el centro del universo, pero estamos en la periferia de España y éramos el culo
del mundo.
A Pedrito -- esa es la
impresión que me da-- le pasa eso, no acaba por conectar anímicamente con sus ‘coequipiers’,
ellos tampoco le dan mucho ‘chance’. Y Pedrito se vuelve loco gambeteando,
buscando un apoyo amigo, un interlocutor fiel, como el viento de Los Abades…
Espectador
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