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sábado, 25 de octubre de 2014

ENTREVISTA AL CANÓNIGO DON JOSÉ SIVERIO PÉREZ.

HABLAR CON NUESTRO AMIGO Y CONOCIDO REALEJERO CANÓNIGO DON JOSÉ SIVERIO PÉREZ.

José Peraza Hernández                                                      

Una reseña más, de la Biográfica para la historia de esté realejero bien reconocido, por todos los pasos que ha hechos en toda su vida, quien comenta que él ama generosamente a su pueblo. Procedemos a conversar paso a paso.

¿Podríamos comenzar pidiéndole que nos hable de su determinación de dedicarse a la vida eclesiástica? …
       
Hijo de RAFAEL Siverio Díaz (reconocido autodidacta y ávido lector,  creador de una envidiable biblioteca personal)  y de CARMEN Pérez y Pérez Achard (ama de casa, excelente bordadora, con notables conocimientos del dibujo y la pintura al oleo), JOSE SIVERIO PEREZ, cuarto de seis hermanos, nació en el Realejo Bajo, Los Realejos, el día 29 de noviembre de 1928, víspera del día de San Andrés, en cuyo atardecer siempre ha festejado este pueblo la apertura de las bodegas y la tradicional “corrida del carro”, haciendo arrastrar, por grupos juveniles, ristras de cacharros por las calles. Diríase que era aquella la mejor ocasión para abrir los ojos a este mundo un personaje que con el tiempo demostraría un acendrado amor y respeto entrañable por todas las tradiciones populares y el acervo histórico de esta su villa natal. José Siverio hizo estudios de educación primaria en la escuela unitaria de la Calle del Medio, que regentaba el maestro Don Casiano Hernández; y con sólo esa preparación escolar, lograría, por examen, el ingreso de Bachillerato en el Instituto de Canarias en La Laguna. Y al mismo tiempo, aprendía solfeo y música instrumental en la Academia municipal de “La Filarmónica” con el maestro músico Don Enrique Olivera González, director de la Banda local La Filarmónica. Cursó los primeros años de Bachillerato en los colegios privados “Farrais”(de La Zamora y La Orotava)  e “Iriarte” de Puerto de la Cruz; estudios que interrumpió para ingresar en el Seminario Conciliar de La Laguna en octubre de 1942.

Cursó la carrera eclesiástica entre los años 1942 y 1952, año éste en que recibió la Ordenación Sacerdotal de manos del Obispo Don Domingo Pérez Cáceres, en la Catedral, el día 4 de mayo, celebrando su Primera Misa en el templo parroquial de La Concepción del Realejo, el día 14 de mayo, miércoles, en presencia de la devota Imagen de la Virgen del Carmen, alojada entonces en dicha iglesia por el reciente incendio del ex convento de las monjas agustinas. En la tarde de aquel día 14, se trasladó en procesión hasta las ruinas del Santuario la Imagen de Nuestra Señora del Carmen, y allí, sobre la visible emoción del numeroso público congregado, se dio a conocer el telegrama oficial del gobierno al Ayuntamiento, en que se garantizaba la reconstrucción del Santuario del Carmen a cargo de la Dirección General de Regiones Devastadas.

Es sabido que eso se produce como respuesta a una vocación, o llamada de Dios.

Es el Señor el que elige, como lo dice El mismo en el Evangelio: “soy Yo quien os ha elegido, no me elegísteis vosotros”.Y esa llamada divina, verdadera vocación, no sucede ordinariamente a partir de un hecho o gesto concreto; sino mediante variadas acciones o situaciones que desde el principio van creando en la conciencia del “llamado” un cierto sentimiento de atracción y simpatía hacia el Sacerdocio y lo que significa... Después, estos u otros sentimientos similares, van madurando, y, con la ayuda del director espiritual o el simple confesor habitual, incluso el tacto de la madre del propio sujeto,   cuajan el convencimiento de que efectivamente es Dios quien lo quiere y llama; y ya sólo falta responderle con un decidido y sincero.

¿A qué edad ingresó usted en el Seminario?

A punto de los catorce años: fue el 30 de septiembre de 1942, a dos meses justos de mi cumpleaños. Pero antes había hecho los primeros cursos del Bachillerato de entonces, y no obstante, inicié los estudios eclesiásticos desde el principio, o sea, que empecé con el examen de ingreso, aún cuando podía haber convalidado las asignaturas de aquellos cursos de bachillerato

¿Recuerda sus primeras experiencias sacerdotales?

Sí, por cierto; sucedieron en el intervalo de diez días que mediaron entre la Ordenación Sacerdotal (4 de mayo) y la primera Misa solemne (14 de mayo de 1952); en sustitución transitoria del Párroco de mi parroquia nativa, (La Concepción, de estos Realejos) un venerable anciano con sobrados achaques, tuve la oportunidad de estrenar el ministerio sacerdotal en un bautizo y una boda. El bautismo me sedujo, y marcó mis predilecciones desde entonces: siempre he tenido por encantador y repleto de significado el acto del bautismo de un cristiano. Y acerca de la boda, debo decir que no hace mucho tiempo, cuando los de mi promoción celebrábamos el cincuentenario de nuestra Ordenación, vino a saludarme en la calle una señora para recordarme que ella y su marido también celebraban aquellos días sus bodas de oro matrimoniales, y que nunca habían olvidado que la suya fue la primera boda que yo oficié recién ordenado sacerdote. Le agradecí su buen recuerdo, porque yo, lamentablemente no la había asociado a ella con aquella boda de 50 años atrás.

Precisamente, con ocasión de las Bodas de Oro Sacerdotales, usted y compañeros de promoción, fueron recibidos en audiencia por el Papa Juan Pablo II, y pudieron concelebrar la Misa con él en su capilla privada del Vaticano:

¿Cómo recuerda aquel acontecimiento?

Con mucha emoción; fue algo muy íntimo y reconfortante. La celebración fue muy de mañana; a primera hora nos presentamos en el Palacio Apostólico todos los ocho compañeros de promoción (nos habíamos ordenado doce) encabezados por el Arzobispo de Zaragoza, don Elías Yanes, número uno de nuestro curso. Nos revestimos con los sagrados ornamentos y guiados por el secretario personal del Papa pasamos a la capilla del Santo Padre en la que él finalizaba su oración matinal. Entonamos un cántico de entrada en español y el Papa, ya revestido de sus ornamentos para la misa, nos impartió la bendición a todos los concelebrantes e inició el sagrado rito. En el altar, asistían al Santo Padre, a derecha e izquierda, nuestro arzobispo Yanes y otro Monseñor. En los reclinatorios de la capilla asistían muy devotamente varias personas, incluso participaba un recién ordenado sacerdote de Gibraltar, que acudía a visitar al Papa acompañado de su madre... Concluida la santa misa, el Santo Padre nos atendió en una sala pequeña cercana a la capilla. Nos saludó a cada uno, a medida que nos presentaba don Elías y le explicaba algo sobre nuestra dedicación personal a la Iglesia: el Papa nos dirigía palabras de felicitación y estímulo para nuestra labor pastoral. Al final permitió que le rodeáramos para las fotos de grupo. Fue un acto inolvidable, que habíamos proyectado con preparación meticulosa y satisfizo todas nuestras ilusiones. Nuestra promoción sacerdotal fue, y ha seguido siendo, la más numerosa de cuantas ha habido en esta diócesis de Tenerife; por eso la celebración del cincuentenario también se distinguió con especiales conmemoraciones... Aquella mañana en Roma, cuando ya dejábamos atrás la columnata de Bernini en la Piazza San Pietro, para encaminarnos hacia Fiumicino, nos sentíamos los seres más felices del mundo, con ganas de decírselo a toda la gente de la calle,... pero nos conformamos con telefonear a nuestras familias de las islas.

La fuerza espiritual que demuestra poseer ¿se la da su fe en Cristo?
           
Naturalmente. Cristo es el apoyo del cristiano; Él da confianza, seguridad y optimismo, y de ello estamos plenamente convencidos todos los que nos reconocemos “sarmientos” de esa “Vid” que Jesús encarna como Señor y Maestro. Los cristianos sabemos que la vinculación con Jesucristo es la garantía de nuestro buen hacer; con Él lo podemos todo; con Él tiene sentido todo en derredor y nos importa hacer bien lo que hacemos.

-. Hay que decir que, también se ha escrito mucho de él, tanto en prensa como en libros, por muchas personas que lo apreciamos. 
-. Igualmente quiero darles las gracias, por su colaboración en ofrecerme su amistad como su amabilidad, en colaborar en esta entrevista e información, cosa que le agradezco muy afectuosamente. Información e historia que quedara para hoy, como para futuras generaciones.

-. Espero que no se hay quedado nada en el tintero.

Con los mejores deseos, un saludo y mucha vida.


José Peraza Hernández

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