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martes, 15 de agosto de 2017

TODAS LAS HOJAS ESTÁN MARRONES Y EL CIELO ESTÁ GRIS.

(John Phillips y Michelle Phillips, en California dreamin)

Salvador García Llanos

En abril de 2011, cuando cumplió ochenta años, Roberto Hernández Illada rezumaba la felicidad de la plenitud de un octogenario. Entonces, escribimos que “sus hijos, familiares, amigos y allegados le tributaron una celebración por sorpresa. Cuando llegó al lugar, creyendo que asistía al cumpleaños de uno de sus hijos, y se encontró con la asistencia de más de setenta personas que, puestas en pie, entonaban la versión española del “Happy birthday”, el hombre no pudo reprimir la emoción. Lógico. Después, cuando recuperó la normalidad, se sintió feliz y comprendió el valor de la amistad sincera”.

No era el primer homenaje que le tributaban a Roberto, como este tampoco es el primer texto en que glosamos su trayectoria y su talante, pero aquel reconocimiento posiblemente haya sido el más cercano, el más entrañable, el más espontáneo, el que más se acerca a su personalidad. Él supo ganarse en vida el respeto y el afecto de los demás, con un sentido de la rectitud y de la responsabilidad que pocas personas pueden lucir. Y se ha granjeado la admiración, esa que no requiere de expresiones grandilocuentes, de quienes conocen de su mesura, de su tesón y de su amor al deporte. “No se es consciente siempre de tener tan buenos amigos”, acertó a decir a la hora de dar las gracias.

En aquella ocasión, antiguos jugadores de aquellos equipos de fútbol que dieron lustre al deporte portuense le acompañaron como lo hicieron entonces. Memorizamos alineaciones y lamentamos la pérdida de los ausentes. Calculamos edades y comentamos episodios de fichajes y ascensos. El papel de Roberto Hernández Illada fue decisivo para muchos deportistas. El legendario Juvenil Once Piratas y el primer ascenso del Club Deportivo Puerto Cruz son hitos entremezclados con la rehabilitación de El Peñón y algún otro obstáculo federativo. Hernández, como le llamamos de vez en cuando, era todo: cuidador del campo, el que tramitaba las fichas, el que iba para Santa Cruz, el que compraba los equipajes, el que hablaba con los padres del jugador… En una época de penurias, cuando la proyección futbolística era dificilísima, Roberto se empeñaba en que los jugadores jóvenes no fumaran y en que no se fueran de verbena en las vísperas de los partidos. Si alguno era sorprendido infringiendo este sencillo particular código de conducta, ya sabe lo que le esperaba. Hay una foto que ha circulado en colecciones privadas y hasta en libros: izado en los hombros de Tomás Galindo y Gutiliano González Pineo, era el testimonio gratificante del ascenso y del éxito de un hombre modesto, de un todoterreno, de un portuense de pro.

Al cabo de los años retornó a la actividad directiva con el Atlético Puerto Cruz. Pero ya no era igual. Las costumbres y los usos tanto sociales como futbolísticos habían cambiado sustancialmente. Aún así, su labor era respetada. Como también lo fue la que desarrolló a posteriori en el Club Natación Martiánez, especialmente con el equipo de waterpolo, al que ascendió a la División de Honor, la máxima que ha alcanzado -junto al Marlins, de béisbol- una representación deportiva del Puerto de la Cruz. La presencia de José Antonio Marrero, quien le sucedió en la presidencia, y una sentida carta que Jesús Cuartero, el técnico, envió desde París, probaron que en esta disciplina Roberto Hernández Illada también dejó huella. Un álbum de fotografías de época, otro familiar y unos cuantos regalos más -entre los que destaca el reloj del Atlético de Madrid, su equipo del alma, entregado por Manuel Torres- testimoniaron la satisfacción de una jornada obsequiosa. Nos quedamos con las ganas, por cierto, de ver los resultados del trabajo digital de Juan Antonio Acevedo quien preparó un DVD con momentos estelares de la vida deportiva de aquel cumpleañero entonces que ayer nos decía adiós y hoy al mediodía, tan cerca de los recintos deportivos donde dejó su sello, recibirá cristiana sepultura.

Hacemos esfuerzos para no repetir la definición de Roberto Hernández Illada en su faceta de dirigente deportivo, cuando este concepto aún estaba lejos de su materialización más avanzada. En su momento dijimos, y así lo hemos empleado a posteriori, que él era el último romántico del deporte. Otro gran amigo suyo, Francisco Sánchez García, quien fuera futbolista profesional, abogado y alcalde de La Orotava, impulsó los honores cívicos concedidos durante nuestra etapa en la alcaldía portuense. Un soñador que, un día como hoy, cuando lamentamos su pérdida, es despedido entre hojas marrones y cielo ceniciento. Pero los esfuerzos -ya ves, estimado Roberto que estás en los cielos- son baldíos. No hay mejor definición. Así que permite que, de nuevo, lo empleemos y te distingamos con esa cualidad que debe enorgullecerte, como así ocurre con todos los que han sido tus discípulos y siguen siendo tus amigos que lloran tu definitiva ausencia.

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