Iván
López Casanova
Dijo
García Lorca que hacer poesía era unir dos palabras que nunca hubiéramos
supuesto que pudieran juntarse, y que, entonces, aparecían brillando con un
nuevo misterio. Y ponía el ejemplo de «ciervo vulnerado» de su admirado san
Juan de la Cruz en el Cántico espiritual. ¿Ocurrirá lo mismo con las del título
de este artículo?
Curiosamente,
se habla poco de ambos términos. Del entusiasmo, quizás porque se piensa,
equivocadamente, que su origen surge fuera de la persona. Y entonces se espera
en vano que ocurran sucesos extraordinarios que no llegan, o que solo ocurren
de manera muy infrecuente. Pero Ortega y Gasset, con sabiduría, nos aclara que
«el mundo, señores, mirado sin amor, sin entusiasmo, sin fervor, parece
vengarse de nosotros volviéndose mudo, erial e inhóspito».
Es
decir, que la raíz del entusiasmo está en nosotros, en cómo contemplamos el
mundo: en el caso que estamos comentando, en cómo miramos el matrimonio y,
entonces, se hace posible unirlo al entusiasmo. Pero aún se deberá vencer otro
obstáculo: el falso romanticismo. Porque hay que aprender a mirar con asombro y
descubrir los brillos del mundo −y del matrimonio− en la vida corriente.
En
una entrevista reciente, el poeta venezolano Rafael Cadenas declaró algo que
resume mucha meditación acumulada: «Bastante misterio hay en la vida
cotidiana»; y lo refleja bien en su poema “Matrimonio”: «Todo, habitual, (…) /
Líneas puras, sin más, de cuadro clásico. / Un transcurrir lleno de antigüedad,
/ de médula cotidiana, / de cumplimiento. / Como de gente que abre a la hora de
siempre».
Con
trazos más vivos, ensambla amor matrimonial y rutina cotidiana el joven poeta
español Jesús Montiel, ganador del último premio Hiperión, en su poema
“Antirromance”. Comienza con una consideración melancólica: «Hoy he visto en un
parque a una pareja / y he pensado: / “No saben la ceniza. (…) / Son torres de
papel que mañana serán / con el viento primero / ruina del amor que se
prometen. / Y entonces culparán a todo el mundo”». Y continúa con una
referencia en el mismo tono sombrío, ahora sobre su propia vida: «Y es cierto
que también fui yo más joven / jurándote conmigo para siempre / sentado en otro
parque igual de solitario».
Pero,
entonces el poema da un giro sorprendente, y encuentra la trabazón entre amor y
vida ordinaria, esa unión que jamás desaparecerá y sobre la cual se puede
fundar la relación interpersonal verdadera y sólida: «Ahora, sin embargo, elijo
ser el hombre / que aparca su poema y te susurra: / “Relájate y descansa, / sal
ya de la cocina, / que yo friego esta noche la torre de los platos”».
Poesía
en la mirada y prosa en la tarea ordinaria, unidas en la vida concreta y real
de un matrimonio con hijos (concretamente, Montiel tiene cuatro: no escribe de
oídas). Sacrificio material y mirada espiritual entrelazadas en detalles
pequeños de la vida cotidiana: así se consigue que la rutina del paso de los
años no ahogue al entusiasmo.
Y
más. Ahora, el español Miguel d´Ors: «Veintitrés años juntos: mientras tú
trajinas con la freidora / pongo el mantel frente al telediario. / “Feliz
aniversario”. Una gran fuente de patatas fritas / y zumo de tomate. Y en el
segundo sorbo ya / viene a mí el furor poético: / La Felicidad consiste / en no
ser feliz / y en que no te importe».
Aprender
a mirar, encontrar el romanticismo en lo cotidiano y olvido de sí para pensar
en la felicidad del otro: estas son las fuentes reales del entusiasmo.
Sé
perfectamente que cuanto más valiosa es una realidad más dolorosa resulta su
ruptura –y, como todos, he conocido muchas situaciones difíciles y tristes−.
Tal vez por ello me parezca más necesario escribir juntas las palabras
matrimonio y entusiasmo. Y más poético: para no olvidar su precioso resplandor
ni su feliz y fecundo misterio.
Iván
López Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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