Evaristo
Fuentes Melián
Juan
Marsé tiene un libro de pequeñas dimensiones, titulado ‘Señoras y señores’,
recopilación de personajes y personas que por su dedicación y popularidad son
conocidos universalmente. Juan Marsé los pone en la picota de sus veleidades
tipográficas y les incrusta cualidades personales, ocultas o bien visibles, con
una literatura a veces mordaz, a veces simplemente cachonda.
He
aquí que yo me planto y me planteo la posibilidad de intentar modestamente
imitar el estilo de Juan Marsé, para analizar y
retratar a una hipotética persona incógnita, que es en realidad una
especie de mosaico de personas relacionadas de alguna manera conmigo, y que
paso a continuación a describir; ruego a mis lectores que no intenten, por
favor, relacionarlas con nadie en particular,
pues la descripción la he camuflado de modo que puede ser nadie o….muchos de
los entes humanos o humanoides con los que me he tropezado en mi ya larga existencia. Más que inspirarme en
Marsé lo que hago en un 90% de las veces es sencillamente plagiarlo.
Helo
aquí:
Hay
tipos que tienen la cara y la voz que se merecen: cara de seminarista, voz de
confesionario. Distingue a esta figura un trascendentalismo vocal y soso
falsamente desmadejado, una humildad frailuna. Es una figura no muy alta, de
ínfulas malheridas, el atuendo sencillo y cómodo. Se mueve silenciosamente como
una gata preñada, y bisbisea susurrando trémulos bemoles. Técnicamente
hablando, es una combinación de rasgos faciales, voz inaudible y actitudes
imprecisas.
Su
estilo, tanto físico como verbal, es engolado, eclesiástico, pretencioso y
pelma, pegajoso y lacrimoso. Su voz, considerada en sí misma como una de las
formas de aburrimiento, es una voz de beata capaz de matar de tedio al más
pintado. Suena como un tembleque de sacristía en la garganta, pero con una
solemne idea de sí mismo. Dios lo coja confesado a la hora de su muerte. Amén.
Espectador
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