Esteban Domínguez
“No se trata de una novela, dice don Rafael Yanes Pérez ya
que lo principal de su cometido es pura historia, pues en él se habla de hechos
ciertos, conocidos: sé trata, en fin, de hechos que han pasado y de los que
muchos fueron testigos presentes, entre los que merece citar una personalidad
cubana llamada Antonio Gonzaga, quien en los alrededores del año 1857 fecha en
que tuvieron los principales acontecimientos, fue testigo de excepción de los
que transcribimos seguidamente.
“Me embarqué para Nueva York, partiendo de La Habana y al
día siguiente por la noche, creí ser víctima de un puñal, de un machete o de un
hacha, ¡Ah! Nunca había visto, ni volveré a ver, la terrible catástrofe que se
desarrolló en mi presencia. Sería las doce cuando de repente, sin nadie
advertirlo ni darse cuenta, fuimos sorprendidos por un buque pirata, cuya
tripulación en un abrir y cerrar de ojos se puso en sobrecubierta en nuestro
bergantín.
La luna aquella noche, bien lo recuerdo alumbraba de lleno
con su luz melancólica y el mar bonancible apenas dejaba percibir las olas. Así
que oímos el ruido de los que saltaban a borda del “Audaz”, que así se llamaba
nuestro buque, abandonamos todos sobresaltados las literas y como una
exaltación volamos hacia arriba. Eran doce hombres armados, robustos y fuertes
los que se hallaban a nuestra vista. Él más grueso que los capitaneaba, era un
rechoncho de nariz chata, de ojos pequeños y hundidos, boca larga, trigueña,
dientes largos y separados; la cabeza sumamente abultada.
¡Que impresiones terribles, Dios Mío!, ¡Que noche, santo
cielo! Todos aquellos bandoleros del mar regían como condenados y el chasquido
de los machetes y de las hachas, se oía de un modo siniestro, causando un
terror indescriptible al rodar las cabezas. ¡No quisiera recordarlo! Qué de
escenas espantosas hubo cuando fueron desgarrados los vestidos de las mujeres y
que fueron sin piedad acuchilladas; cuando aquellas criaturas eran arrastradas
por los cabellos; cuando tiraban al mar jirones de sus carnes ¡Ah! aquellos
desalmados desarmados con los vapores de sangre y con el calor de la lucha,
gozaban más, cuando más extremaban sus crueldades.
Al fin los del “Audaz” sucumbieron. Tan solo yo y una joven
viuda que, envuelta en lágrimas conservaba aún su pequeño hijo entre sus
brazos, quedábamos vivos. Hasta entonces yo no había visto; pues no había
salido de su camarote durante el viaje. Pues bien, como la estatua del dolor se
mantenía aquella mujer bebiendo silencio sus lágrimas. Yo me había escondido y
estaba acurrucado bajo la caja donde la brújula señala al buque su rumbo en
alta mar.
De pronto el capitán
pirata, cuya cabeza de singular forma destacaba ferozmente el sobrio cuadro que
acabo de pintar, se acerca a la mujer resueltamente, le arrebata al niño, se va
hacia la borda del barco y lo arroja a las olas. Entonces la pobre madre se
retorció desesperadamente, su mano levantada al cielo exclamó sin cesar: ¡Por
Dios, por Dios, matadme a mi antes…! al
caer el inocente, mantuvieron las tranquilas aguas flotantes a aquella hermosa
criatura, que en el lenguaje de niño, decía. Upa mamá… Upa mamá… es decir, que
le subiera al buque, que lo sacara del agua…
El jefe de los piratas se detuvo entonces involuntariamente
algunos instantes, viendo como flotar al pobre ángel y escuchando su lamento
aquella débil voz que se alejaba y que parecía querer subir al cielo, allá, a
donde Dios está, al separarse de la borda del buque repitió maquinalmente
aquellas dos palabras del niño: ¡mamá!...¡Upa mamá!.
Después dando que nos amarraran a la joven viuda y a mí con
una cuerda doble sumamente fuerte que allí había para llevarlas a bordo del
barco pirata, ordenando igualmente que le dieran barreno al “Audaz” para que
llenándose de agua se fuera pronto a pique.
El “Audaz” marchaba sin rumbo, sin timón, así no se daba
voz de mando, como nosotros tenía escrita su sentencia: iba pronto a sucumbir…
su hora estaba marcada. Ya las olas invadían la cubierta, no había remedio… mis
pies se humedecían… ya se sentía la impresión del frío mortal que comunicaba el
agua, pero bendita la ¡Providencia!, cuando la menor esperanza estaba dada, un
bergantín a yodo trapo surge a mi vista
rápido cual, si tuviera alas de gaviota, se acerca a nuestro buque y nos
salva. Se trataba, del barco “El Centauro” … sí. Mi joven compañera de
infortunio se llamaba Milagros, la cual más tarde ingresaría en una orden
religiosa.
El pirata era en aquellos tiempos el azote de los mares de las Antillas, estaba
retratado en la cámara de muchos buques, pues era muy nombrado por sus
crueldades y todos los conocían con el apodo de “Cabeza de Perro”, en la cara
de semejante hombre se veía pintado a lo vivo lo que era en su interior, sus
fechorías habían sido atroces, en muchas naciones era muy general el deseo de
coger a tal pirata para que pagara por la pelleja tantas muertes, tantos robos,
tantos crímenes…sembrando la desolación y es espanto por donde quiera. Usaba comúnmente
un ceñidor negro y una cachucha de igual color y así era como estaba retratado
en los buques aquel hombre tan atroz y tan inhumano.
Hay que hacer
observar que la piratería en aquellos tiempos era moneda muy corriente
en los mares de las Antillas, descubriéndose en La Habana una casa misteriosa
con suntuosos salones, con ricos artesonados, pero en la que también habían otros departamentos,
donde se entraba de día y de noche y libros de comercio con signos misteriosos,
así como salones con armas de fuego y hechas, machetes y cuchillos y un subterráneo
que surtía de la materia prima a la principal industria del establecimiento que
era de lucro criminal. Cabeza de Perro traía por las noches el producto de la
piratería que se guardaba en los subterráneos donde nadie podía penetrar y
donde incluso se fabricaban pasteles de carne humana.
Muchos años estuvo Cabeza
de Perro a la piratería, pero dicho sea con verdad: desde la noche
aquella en que abordó al bergantín “El Audaz” y arrojó al mar al pequeño niño, hijo de
Milagros; desde el momento aquel en que
la brisa trajo a su oído, como una reconversión de Dios, la débil súplica de
aquel inocente que decía ¡Upa mamá!...¡Upa mamá!, ya Cabeza de Perro no era
dueño de sí; no era el mismo pirata, se había transformado su ser, pues si se
dormía oía entre sueño la voz del niño, pero… siempre, todas las noches…
siempre. Se llenó de miedo, delirante,
loco, hasta quería arrojarse al mar, murmuraba maquinalmente ¡Upa mamá! ¡Upa
mamá!. Quería dejar la vida. Estaba arrepentido y quería entregarse a la
justicia. Decía “Yo no puedo vivir así a cada instante se me está
representando, de día y de noche, la carita de un niño vivo que tiré al mar, yo
me voy a presentar a la justicia”.
Por mucho que le aconsejaban los cuantos participaban en el
sucio e inhumano negocio para que no le hiciera, tomó la firme decisión de
retirarse de la vida que llevaba, embarcándose en el barco “Tritón” con rumbo a
las Islas Canarias, recalando el buque por la parte norte de la isla, por las
aguas cerca de la costa de la Rambla divisándose en lo alto una casita, blanca
como una paloma, esa casita era donde Cabeza de Perro había visto la primera
luz. Durante toda la travesía Ángel García había permanecido en el camarote;
subió a cubierta, todas las miradas se dirigieron hacia aquella desagradable
figura y alguien quiso reconocerle. El Tritón dobló, al fin, la Punta de Anaga
y apareció en el Puerto de Santa Cruz.
Ángel, iba al parecer, disfrazado y llevaba un nombre
supuesto pues quería pasar inadvertido y pasar tranquilamente en la isla sus
últimos años. Así que salió a tierra con espejuelos verdes que le llegaban casi
hasta la punta de la nariz, un paraguas encarnado bajo el brazo y una jaula con
una cotorra, todo como distintivo de indiano. Los chiquillos al verle le
gritaban a porfía: ¡Cabeza de Perro! ¡Cabeza de Perro! Las autoridades
intervinieron y tuvo que ir preso al Castillo de Paso Alto.
En los años de prisión construyó un pequeño bergantín, por
tratarse de una promesa que había hecho invocando el nombre de la Virgen del
Carmen, fabricando el barco sentado él en un taburete y casi siempre fumando.
El bergantín perfectamente aparejado lo ofreció para que fuera entregado a la
Virgen del Carmen del Realejo bajo y que pasó a engrosar el número de objetos
dados como ofrenda para adornar uno de los templos donde con más devoción se veneraba
la imagen santísima en el antiguo Santuario de su nombre. Aquí pues existe un
recuerdo del primer pirata del mundo en aquellos tiempos, aquí está el testimonio
de la fe religiosa de un criminal arrepentido y allí estaba (antiguo Santuario)
colgado de un tirante en el techo, el bergantín construido por las mismas manos
de Ángel.
Mientras en estos años de prisión de Ángel García, Sor
Milagros, precisamente la madre de aquel niño arrojado al agua, se sintió
enferma y por prescripción facultativa tuvo que dejar Cuba para residir en las
Islas Canarias. Era entonces bien sabido que nuestras islas eran recomendadas
por su temperatura inmejorable, principalmente para los enfermos que padecían
del pecho.
Sor Milagros a los pocos días de haber llegado a Santa Cruz
de Tenerife, tuvo verdaderamente una sorpresa, pues se le presentó motivo para
asistir a un espectáculo que no parecía sino un designio del cielo. Una mañana
salió muy temprano y vio que un inmenso gentío caminaba presuroso hacia un castillo
que se levanta fuera de la población cerca del mar. Todos seguían su misma
dirección, todos iban hacia Paso Alto y todos marchaban deprisa como si fueran
a un espectáculo ameno. Se trataba de que iban a fusilar a Cabeza de Perro
allá, detrás del cuartel de infantería, cerca de los molinos de viento, en las
inmediaciones del Campo Santo.
La hermana de la Caridad tenía por costumbre, acompañar al
reo hasta el suplicio, rezando a su lado. Por lo tanto, llegó al Castillo de
Paso Alto a tiempo que salía de allí entre bayonetas un hombre ya de bastante
edad, de cabeza grande, nariz chata y boca larga. Al ver aquella cara
antipática, aunque la actitud del reo era contrita, ella sintió latir a prisa
su corazón; pero se revistió de valor y fue rezando junto al que dentro de
breves instantes iba a desaparecer de la tierra… iba a dar cuenta a Dios…iba a
morir. El llevaba sus párpados inclinados al suelo y caminaba al paso de la
tropa y al redoblar los tambores. ¡Dios mío, acógeme en tu seno! –murmuró-.
Pasaron algunos instantes y Sor Milagros vio entonces que aquel anciano
derramaba abundantes lágrimas y observó que decía de tiempo en tiempo, maquinalmente,
en voz baja: ¡Upa mamá! ¡Upa mamá!. No le fue ya desconocido el reo. Era Cabeza
de Perro; preso muchos años a espera de la sentencia de muerte, expiando
lentamente su crimen. La hermana de la Caridad recibió tal sorpresa al oír
aquellas palabras, que estuvo a punto de caer al suelo sin sentido. Pero al fin
hizo un esfuerzo sobrehumano, se repuso y mirando al cielo, exclamó: ¡Que
grande es la Providencia!
Al fin se prepararon las armas, se dio la voz de fuego y se
hizo la descarga. Y la hermana de la Caridad, mirándole fijamente con sus manos
cruzadas, repetía llorosa, sumamente conmovida: ¡Perdónale Dios mío! ¡Perdónale!
Y al hablar así elevaba sus ojos al cielo. Tal fue en fin que tuvo Cabeza de
Perro, terror de los mares a mediados del siglo XIX.
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Sor Milagros o Secretos de Cuba. Libro de Aurelio Pérez
Zamora Editado en Santa Cruz de Tenerife en la imprenta
de Félix S. Molowny, calle San Francisco, 32 en el mes de abril
de 1.897.
El libro está dedicado a La Sociedad de Beneficencia
Canaria en La Habana.
En el cual colaboro el Ilustre realejero, don Rafael Yanes
*************
Añado a lo anteriormente comentado del extracto realizado
por don Rafael Yanes Pérez lo que sigue al comienzo de la primera parte, más
datos de interés sobre el pirata Cabeza de Perro y que dicen así para
conocimiento de todos aquellos devotos del Carmen y las peripecias cometidas
por Ángel García “Cabeza de Perro”.
Y que son los que
siguen gracias a la generosidad que en su día tuvo don Andrés Toste de
ofrecerme de este interesante libro que conservo, las páginas más interesantes
para mí.
************
Aunque es amplísima la vida de Cabeza de Perro, quiero
añadir algunas palabras de Ángel que dicen así:
“Vivo tiré al mar y que flotaba sobre las olas pronunciando
dos palabras que siempre resuenan en aquí…en mis oídos. Escucho también con
frecuencia los clamores de las ocho muchachas a esta maldita casa para que
sirvieran de pasatiempo a los grandes señores y las corrompiera el vicio.
¡Pobrecillas! yo me voy a presentar a la justicia, Luis, Me voy a presentar…
-Qué… qué dice usted, señor…?
- ¡Qué… ¿Qué es lo que dijo? -lo que oyes…me voy a
presentar…no puedo más…!
-Padre por Dios!
-Usted nos va a perder a todos. Esta casa va a ser descubierta…Ya sabe
usted que tantos niños como han desaparecido…
-Calla…-lo interrumpió el pirata: -no pronuncies nunca la
palabra niño… ¡Quiero morir!
Cabeza de Perro, sentado en una silla junto a una mesa,
Dándole de frente la débil luz de una lámpara de aceite,
apoyó en su mano la mejilla y guardó silencio por largo rato, pensativo,
mirando siempre al suelo, ensimismado.
- ¿Pero, padre, será posible que está usted resuelto á
dejar unos negocios tan lucrativos como los que tenemos? ¿Que casa en toda la
isla presenta al año los libros de balances tan beneficiosos? La fábrica de
pasteles, la ruleta y los demás juegos, los lujosos salones que atraen á lo más
escogido de la Habana á gozar de las gracias y de las caricias de…
Y Cabeza de Perro le volvió á interrumpir y le dijo con
resolución: -mira. Luis, aunque me dieran llenas de onzas de oro y billetes de
banco todas las arcas de hierro que en los subterráneos existen, créeme que es
cierto como esta luz que nos está alumbrado, que yo Ángel García, por más que
nada tengo de ángel, no seguiré siendo lo que he sido…pues si tuviera cien
vidas, y cien veces me dieran la muerte, no pagaría nunca el mal que ha
causado. ¡Yo no quiero vivir así, ¡Luis, no quiero!
- ¿Está usted loco?
¡Ojalá lo estuviera! -contestó con tristeza Ángel-
-Padre, me ocurre una idea- dijo entonces el hijo, bajando
un tanto la voz, -el excelentísimo don Fermín ha de llegar aquí dentro de pocos
instantes, según acostumbraba todas las noches, para arreglar las cuentas del
día, a notar en los libros las correspondientes partidas, recoger los ingresos
y guardar todo en las arcas; ¿porque unidos los dos, no matamos esta noche á
ese bribón, aquí, entre estas cuatro paredes?
- ¿Estás loco, hijo? Bien sé, como lo sabes tú también, que
es un solemne bribón. Él, que, si se quiere, ha cometido más crímenes que yo,
está engañando al mundo, dándose todos los días golpes de pecho en las
iglesias, llevando escapularios que los luce como al descuido medio ocultos, y
alargando la mano al salir del templo á pobrecitos mendigos, cuando la gente
mira, a fin de aparentar religiosidad un gran beneficio; pero eso, hijo mío que
lo haga Dios: eso no me pertenece, no es de mi cuenta.
Pero yo no conozco ya a mi padre: veo que de poco tiempo a
esta parte es otro; oigo con frecuencia en sus labios la palabra Dios… ¿Dónde
ha ido, pues, a parar su valentía? ¿Dónde está el gran valor del que ha sido
por tanto tiempo el terror de los mares?
-Ya no quiero ser valiente, hijo mío. Esas valentías tan
bárbaras son recuerdos que amargan hoy mi existencia llenando de angustia y
temor mi corazón. Estoy decidido, completamente resuelto, á separarme para
siempre de estos negocios y á no ser más capitán del Invencible ni ser nada…
sólo quiero morirme. Así no oiré más aquellas palabras de la pobre criatura que
estoy oyendo a todas horas, en todas partes, por donde quiera que voy. No bien
había concluido el pirata de decir a su hijo lo que antecede, entró don Fermín
de las Cañadas, el Santurrón, á quien todo el mundo consideraba y reverenciaba.
Así que se presentó el Excelentísimo señor en el sitio
donde se hallaban padre e hijo, ambos le hicieron un relevante saludo y se
pusieron inmediatamente en pie.
-aquí le estaba esperando á Vuecencia mi padre. Parece que
tiene algo importante que hablar, si Vuecencia se lo permite.
-Veamos: ¿se presenta en puerta acaso algún buen negocio?
¿Ha caído hoy algún niño… sobre la mesa?
Al oír la palabra niño, se estremeció involuntariamente el
pirata y como poseído por un terror inexplicable y al mismo tiempo manifestando
cierta energía y entereza, le dijo a don Fermín de un modo resuelto:
He venido aquí esta noche para declarar solemnemente, con
mi mano en el corazón y mis ojos puestos en el cielo, que Ángel García deja de
ser pirata. Ya Cabeza de Perro, como todo el mundo le llama, cesa en esa vida
de aventuras y de crímenes y de inauditos escándalos. Que disponga nuestra
sociedad del invencible, porque ya no soy pirata ni volverán mis pies a pisar
nunca más su cubierta maldita. ¿Lo ha oído bien Vuecencia? ¿Está ya enterado?
- ¿Pero que me dices, Ángel? ¿Cómo te atreves a resolver a
tu antojo á hablarme en esa actitud? ¿Pues no estamos ligados por ocultos, por
secretos vínculos y obligados á continuar siempre nuestros negocios tan
beneficiosos para todos, tan lucrativos? Si tu trabajas y te aventuras con
riesgo de tu persona en alta mar, ¿no trabajo yo también y me expongo en
tierra, á todas las horas de la noche y del día, á morir en un patíbulo, o bien
a llevar en reclusión perpetua el grillete? Es necesario que sigas en la
compañía; sobre todo ahora que no hay ya en la Habana Tacones que gobiernen a
Cuba.
En esto se oye el ruido de dos coches que se detienen á la
puerta principal de la casa y don Fermín receloso de alguna emboscada,
desaparece por encanto, escabulléndose por una trampa muy disimulada que se
hallaba a pocos pasos, en uno de los cuatro ángulos del aposento.
(Dice Aurelio Pérez Zamora) en este interesante relato
posiblemente contado por Sor Milagros, que Tacón había sido relevado dejando la
isla de Cuba tranquila ó casi tranquila; pues tan solo había espacio á sus
pesquisas la casa misteriosa de la calzada de San Lázaro. Ese teatro, pues, de
las maldades más inauditas, ese antro de horrendos crímenes, continuaba allí
siempre como un patrón de ignominia, pero muy oculto, guardando un recóndito
secreto, regidos los socios por unos estatutos admirables, para huir los
criminales cuando fuera necesario, poniéndose á salvo de las garras de la
justicia.
Varias veces al ir Pancho Martí á visitar a su amigo Tacón
á palacio, había pasado por la casa maldita, y al ver el exterior tan raro que
presentaba aquel vetusto edificio, le asaltaron vivísimos deseos de comprarlo á
cualquier precio, para levantar allí un gran teatro, a fin de mejorar en aquella
parte de la población el aspecto público. Pero, a la verdad, el rico
comerciante, el hacendado opulento, que tanto se afanaba por hermosear la
ciudad de la Habana, si hubiera tratado formalmente de llevar á cabo su
pensamiento, de seguro que no lo había podido realizar, porque mientras fuera
aquel edificio guarida de bandoleros como lo era; mientras no llegara el día de
descubrirse aquel antro de la corrupción y del crimen, ¿quién lo vendía? La casa estaba dando un rédito
extraordinario. Solo por sostener la rica industria de la pastelería, la
sociedad secreta no dejaría á dos tirones tan buen
sitio…escondidito…retiradito, como estaba, allá, en un rincón de la ciudad.
Era, pues, tan á propósito el lugar donde se hallaba el edificio, para el
comercio y las varias industrias á que estaba dedicado, que no había otro igual
en toda la Habana, ni á muchas leguas.
Además, allí, dice -Aurelio Pérez Zamora-, en aquella casa
de tan mezquina apariencia, llevaban los principales socios una vida espléndida
y burlaban las pesquisas de la policía, engañándola unas veces y sobornando á
los más subalternos otras. Sí: el dinero se derramaba a manos llenas para
comprar á los agentes de la autoridad: el oro hacía respetar; es decir, volvía
sagradas é inviolables las puertas de aquella mansión del crimen, donde el sol
de la justicia no osaba penetrar jamás.
Aquel edificio era
por dentro un laberinto que no he descrito aún sino á medias. Los departamentos
no se comunicaban unos con otros sino por puertas secretas: los pisos de las
habitaciones ocultaban trampas ingeniosísimas: todos los muebles tenían doble
fondo y había falsos en las paredes. Los espejos eran soberbios y las arañas
pendientes de los techos con incrustaciones, algunas de ellas de oro y jaspe,
brillaban con las luces de una manera fantástica, esplendida, sobresaliente.
Aquello parecía una mansión encantadora, un verdadero palacio de hadas, lleno
de secretos, de escondites y de puertas disimuladas. Y había en un cuarto
contiguo al de las arcas del dinero, montones de alhajas y de polvo de oro de
California, relojes, cucharillas de plata, barbas postizas, mordazas, llaves de
todas clases y tamaños y ganzúas é infinidad de manos de cera que en actitud
contemplativa en las iglesias aparecían cruzadas sobre los vestidos de los
ladrones, mientras que estos introducían sus verdaderas manos para robar, en
los bolsillos de los fieles. El cortinaje era soberbio, y dentro de las arcas
del cuarto oscuro había rollos de monedas de oro y plata y legados de billetes
de banco. En una palabra, lo que existía dentro de aquella casa, era una
riqueza incalculable. Fabulosa.
He descrito a grandes rasgos lo que el edificio
enciclopédico contenía; pero no he dicho nada del principal departamento, mejor
oculto que todos por que ofrecía un terrible cuadro, cuya vista desgarraba el
corazón y perpetuaba los sentidos de más animoso.
Sí; cuando se haga una relación exacta del tenebroso antro
donde con mucho sitio se ocultaba para todo el mundo un crimen, que hacía
ingresar anualmente en el establecimiento cuantiosas riquezas, se verá que Cuba
estaba dejada de la mano de Dios, toda vez que llegó a permanecer por muchos
años en el secreto y en el misterio, una industria basada en uno de los más
terribles delitos que se pueden cometer sobre la tierra…
Las páginas consultadas por mi parte fueron las siguientes:
108, 109, 110, 111, 112, 113, 114, 115 y 116
respectivamente. Aunque el citado libro contiene toda la vida del pirata que
sobrepasan las 450 páginas.
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