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sábado, 5 de agosto de 2017

ÁNGEL GARCÍA, “CABEZA DE PERRO”

Esteban Domínguez

“No se trata de una novela, dice don Rafael Yanes Pérez ya que lo principal de su cometido es pura historia, pues en él se habla de hechos ciertos, conocidos: sé trata, en fin, de hechos que han pasado y de los que muchos fueron testigos presentes, entre los que merece citar una personalidad cubana llamada Antonio Gonzaga, quien en los alrededores del año 1857 fecha en que tuvieron los principales acontecimientos, fue testigo de excepción de los que transcribimos seguidamente.

“Me embarqué para Nueva York, partiendo de La Habana y al día siguiente por la noche, creí ser víctima de un puñal, de un machete o de un hacha, ¡Ah! Nunca había visto, ni volveré a ver, la terrible catástrofe que se desarrolló en mi presencia. Sería las doce cuando de repente, sin nadie advertirlo ni darse cuenta, fuimos sorprendidos por un buque pirata, cuya tripulación en un abrir y cerrar de ojos se puso en sobrecubierta en nuestro bergantín.

La luna aquella noche, bien lo recuerdo alumbraba de lleno con su luz melancólica y el mar bonancible apenas dejaba percibir las olas. Así que oímos el ruido de los que saltaban a borda del “Audaz”, que así se llamaba nuestro buque, abandonamos todos sobresaltados las literas y como una exaltación volamos hacia arriba. Eran doce hombres armados, robustos y fuertes los que se hallaban a nuestra vista. Él más grueso que los capitaneaba, era un rechoncho de nariz chata, de ojos pequeños y hundidos, boca larga, trigueña, dientes largos y separados; la cabeza sumamente abultada.

¡Que impresiones terribles, Dios Mío!, ¡Que noche, santo cielo! Todos aquellos bandoleros del mar regían como condenados y el chasquido de los machetes y de las hachas, se oía de un modo siniestro, causando un terror indescriptible al rodar las cabezas. ¡No quisiera recordarlo! Qué de escenas espantosas hubo cuando fueron desgarrados los vestidos de las mujeres y que fueron sin piedad acuchilladas; cuando aquellas criaturas eran arrastradas por los cabellos; cuando tiraban al mar jirones de sus carnes ¡Ah! aquellos desalmados desarmados con los vapores de sangre y con el calor de la lucha, gozaban más, cuando más extremaban sus crueldades.

Al fin los del “Audaz” sucumbieron. Tan solo yo y una joven viuda que, envuelta en lágrimas conservaba aún su pequeño hijo entre sus brazos, quedábamos vivos. Hasta entonces yo no había visto; pues no había salido de su camarote durante el viaje. Pues bien, como la estatua del dolor se mantenía aquella mujer bebiendo silencio sus lágrimas. Yo me había escondido y estaba acurrucado bajo la caja donde la brújula señala al buque su rumbo en alta mar.

 De pronto el capitán pirata, cuya cabeza de singular forma destacaba ferozmente el sobrio cuadro que acabo de pintar, se acerca a la mujer resueltamente, le arrebata al niño, se va hacia la borda del barco y lo arroja a las olas. Entonces la pobre madre se retorció desesperadamente, su mano levantada al cielo exclamó sin cesar: ¡Por Dios, por Dios, matadme a mi antes…!  al caer el inocente, mantuvieron las tranquilas aguas flotantes a aquella hermosa criatura, que en el lenguaje de niño, decía. Upa mamá… Upa mamá… es decir, que le subiera al buque, que lo sacara del agua…

El jefe de los piratas se detuvo entonces involuntariamente algunos instantes, viendo como flotar al pobre ángel y escuchando su lamento aquella débil voz que se alejaba y que parecía querer subir al cielo, allá, a donde Dios está, al separarse de la borda del buque repitió maquinalmente aquellas dos palabras del niño: ¡mamá!...¡Upa mamá!.

Después dando que nos amarraran a la joven viuda y a mí con una cuerda doble sumamente fuerte que allí había para llevarlas a bordo del barco pirata, ordenando igualmente que le dieran barreno al “Audaz” para que llenándose de agua se fuera pronto a pique.

El “Audaz” marchaba sin rumbo, sin timón, así no se daba voz de mando, como nosotros tenía escrita su sentencia: iba pronto a sucumbir… su hora estaba marcada. Ya las olas invadían la cubierta, no había remedio… mis pies se humedecían… ya se sentía la impresión del frío mortal que comunicaba el agua, pero bendita la ¡Providencia!, cuando la menor esperanza estaba dada, un bergantín a yodo trapo surge a mi vista   rápido cual, si tuviera alas de gaviota, se acerca a nuestro buque y nos salva. Se trataba, del barco “El Centauro” … sí. Mi joven compañera de infortunio se llamaba Milagros, la cual más tarde ingresaría en una orden religiosa.

El pirata era en aquellos tiempos  el azote de los mares de las Antillas, estaba retratado en la cámara de muchos buques, pues era muy nombrado por sus crueldades y todos los conocían con el apodo de “Cabeza de Perro”, en la cara de semejante hombre se veía pintado a lo vivo lo que era en su interior, sus fechorías habían sido atroces, en muchas naciones era muy general el deseo de coger a tal pirata para que pagara por la pelleja tantas muertes, tantos robos, tantos crímenes…sembrando la desolación y es espanto por donde quiera. Usaba comúnmente un ceñidor negro y una cachucha de igual color y así era como estaba retratado en los buques aquel hombre tan atroz y tan inhumano.

Hay que hacer  observar que la piratería en aquellos tiempos era moneda muy corriente en los mares de las Antillas, descubriéndose en La Habana una casa misteriosa con suntuosos salones, con ricos artesonados, pero  en la que también habían otros departamentos, donde se entraba de día y de noche y libros de comercio con signos misteriosos, así como salones con armas de fuego y hechas, machetes y cuchillos y un subterráneo que surtía de la materia prima a la principal industria del establecimiento que era de lucro criminal. Cabeza de Perro traía por las noches el producto de la piratería que se guardaba en los subterráneos donde nadie podía penetrar y donde incluso se fabricaban pasteles de carne humana.

Muchos años estuvo Cabeza  de Perro a la piratería, pero dicho sea con verdad: desde la noche aquella en que abordó al bergantín “El Audaz” y arrojó  al mar al pequeño niño, hijo de Milagros;  desde el momento aquel en que la brisa trajo a su oído, como una reconversión de Dios, la débil súplica de aquel inocente que decía ¡Upa mamá!...¡Upa mamá!, ya Cabeza de Perro no era dueño de sí; no era el mismo pirata, se había transformado su ser, pues si se dormía oía entre sueño la voz del niño, pero… siempre, todas las noches… siempre.  Se llenó de miedo, delirante, loco, hasta quería arrojarse al mar, murmuraba maquinalmente ¡Upa mamá! ¡Upa mamá!. Quería dejar la vida. Estaba arrepentido y quería entregarse a la justicia. Decía “Yo no puedo vivir así a cada instante se me está representando, de día y de noche, la carita de un niño vivo que tiré al mar, yo me voy a presentar a la justicia”.

Por mucho que le aconsejaban los cuantos participaban en el sucio e inhumano negocio para que no le hiciera, tomó la firme decisión de retirarse de la vida que llevaba, embarcándose en el barco “Tritón” con rumbo a las Islas Canarias, recalando el buque por la parte norte de la isla, por las aguas cerca de la costa de la Rambla divisándose en lo alto una casita, blanca como una paloma, esa casita era donde Cabeza de Perro había visto la primera luz. Durante toda la travesía Ángel García había permanecido en el camarote; subió a cubierta, todas las miradas se dirigieron hacia aquella desagradable figura y alguien quiso reconocerle. El Tritón dobló, al fin, la Punta de Anaga y apareció en el Puerto de Santa Cruz.

Ángel, iba al parecer, disfrazado y llevaba un nombre supuesto pues quería pasar inadvertido y pasar tranquilamente en la isla sus últimos años. Así que salió a tierra con espejuelos verdes que le llegaban casi hasta la punta de la nariz, un paraguas encarnado bajo el brazo y una jaula con una cotorra, todo como distintivo de indiano. Los chiquillos al verle le gritaban a porfía: ¡Cabeza de Perro! ¡Cabeza de Perro! Las autoridades intervinieron y tuvo que ir preso al Castillo de Paso Alto.

En los años de prisión construyó un pequeño bergantín, por tratarse de una promesa que había hecho invocando el nombre de la Virgen del Carmen, fabricando el barco sentado él en un taburete y casi siempre fumando. El bergantín perfectamente aparejado lo ofreció para que fuera entregado a la Virgen del Carmen del Realejo bajo y que pasó a engrosar el número de objetos dados como ofrenda para adornar uno de los templos donde con más devoción se veneraba la imagen santísima en el antiguo Santuario de su nombre. Aquí pues existe un recuerdo del primer pirata del mundo en aquellos tiempos, aquí está el testimonio de la fe religiosa de un criminal arrepentido y allí estaba (antiguo Santuario) colgado de un tirante en el techo, el bergantín construido por las mismas manos de Ángel.

Mientras en estos años de prisión de Ángel García, Sor Milagros, precisamente la madre de aquel niño arrojado al agua, se sintió enferma y por prescripción facultativa tuvo que dejar Cuba para residir en las Islas Canarias. Era entonces bien sabido que nuestras islas eran recomendadas por su temperatura inmejorable, principalmente para los enfermos que padecían del pecho.

Sor Milagros a los pocos días de haber llegado a Santa Cruz de Tenerife, tuvo verdaderamente una sorpresa, pues se le presentó motivo para asistir a un espectáculo que no parecía sino un designio del cielo. Una mañana salió muy temprano y vio que un inmenso gentío caminaba presuroso hacia un castillo que se levanta fuera de la población cerca del mar. Todos seguían su misma dirección, todos iban hacia Paso Alto y todos marchaban deprisa como si fueran a un espectáculo ameno. Se trataba de que iban a fusilar a Cabeza de Perro allá, detrás del cuartel de infantería, cerca de los molinos de viento, en las inmediaciones del Campo Santo.

La hermana de la Caridad tenía por costumbre, acompañar al reo hasta el suplicio, rezando a su lado. Por lo tanto, llegó al Castillo de Paso Alto a tiempo que salía de allí entre bayonetas un hombre ya de bastante edad, de cabeza grande, nariz chata y boca larga. Al ver aquella cara antipática, aunque la actitud del reo era contrita, ella sintió latir a prisa su corazón; pero se revistió de valor y fue rezando junto al que dentro de breves instantes iba a desaparecer de la tierra… iba a dar cuenta a Dios…iba a morir. El llevaba sus párpados inclinados al suelo y caminaba al paso de la tropa y al redoblar los tambores. ¡Dios mío, acógeme en tu seno! –murmuró-. Pasaron algunos instantes y Sor Milagros vio entonces que aquel anciano derramaba abundantes lágrimas y observó que decía de tiempo en tiempo, maquinalmente, en voz baja: ¡Upa mamá! ¡Upa mamá!. No le fue ya desconocido el reo. Era Cabeza de Perro; preso muchos años a espera de la sentencia de muerte, expiando lentamente su crimen. La hermana de la Caridad recibió tal sorpresa al oír aquellas palabras, que estuvo a punto de caer al suelo sin sentido. Pero al fin hizo un esfuerzo sobrehumano, se repuso y mirando al cielo, exclamó: ¡Que grande es la Providencia!

Al fin se prepararon las armas, se dio la voz de fuego y se hizo la descarga. Y la hermana de la Caridad, mirándole fijamente con sus manos cruzadas, repetía llorosa, sumamente conmovida: ¡Perdónale Dios mío! ¡Perdónale! Y al hablar así elevaba sus ojos al cielo. Tal fue en fin que tuvo Cabeza de Perro, terror de los mares a mediados del siglo XIX.
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Sor Milagros o Secretos de Cuba. Libro de Aurelio Pérez Zamora Editado en Santa Cruz de Tenerife en la imprenta
de Félix S. Molowny, calle San Francisco, 32 en el mes de abril de 1.897.
El libro está dedicado a La Sociedad de Beneficencia Canaria en La Habana.

En el cual colaboro el Ilustre realejero, don Rafael Yanes
                             
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Añado a lo anteriormente comentado del extracto realizado por don Rafael Yanes Pérez lo que sigue al comienzo de la primera parte, más datos de interés sobre el pirata Cabeza de Perro y que dicen así para conocimiento de todos aquellos devotos del Carmen y las peripecias cometidas por Ángel García “Cabeza de Perro”.

 Y que son los que siguen gracias a la generosidad que en su día tuvo don Andrés Toste de ofrecerme de este interesante libro que conservo, las páginas más interesantes para mí.


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Aunque es amplísima la vida de Cabeza de Perro, quiero añadir algunas palabras de Ángel que dicen así:

“Vivo tiré al mar y que flotaba sobre las olas pronunciando dos palabras que siempre resuenan en aquí…en mis oídos. Escucho también con frecuencia los clamores de las ocho muchachas a esta maldita casa para que sirvieran de pasatiempo a los grandes señores y las corrompiera el vicio. ¡Pobrecillas! yo me voy a presentar a la justicia, Luis, Me voy a presentar…

-Qué… qué dice usted, señor…?

- ¡Qué… ¿Qué es lo que dijo? -lo que oyes…me voy a presentar…no puedo más…!

-Padre por Dios!  -Usted nos va a perder a todos. Esta casa va a ser descubierta…Ya sabe usted que tantos niños como han desaparecido…

-Calla…-lo interrumpió el pirata: -no pronuncies nunca la palabra niño… ¡Quiero morir!

Cabeza de Perro, sentado en una silla junto a una mesa,

Dándole de frente la débil luz de una lámpara de aceite, apoyó en su mano la mejilla y guardó silencio por largo rato, pensativo, mirando siempre al suelo, ensimismado.

- ¿Pero, padre, será posible que está usted resuelto á dejar unos negocios tan lucrativos como los que tenemos? ¿Que casa en toda la isla presenta al año los libros de balances tan beneficiosos? La fábrica de pasteles, la ruleta y los demás juegos, los lujosos salones que atraen á lo más escogido de la Habana á gozar de las gracias y de las caricias de…

Y Cabeza de Perro le volvió á interrumpir y le dijo con resolución: -mira. Luis, aunque me dieran llenas de onzas de oro y billetes de banco todas las arcas de hierro que en los subterráneos existen, créeme que es cierto como esta luz que nos está alumbrado, que yo Ángel García, por más que nada tengo de ángel, no seguiré siendo lo que he sido…pues si tuviera cien vidas, y cien veces me dieran la muerte, no pagaría nunca el mal que ha causado. ¡Yo no quiero vivir así, ¡Luis, no quiero!

- ¿Está usted loco?

¡Ojalá lo estuviera! -contestó con tristeza Ángel-

-Padre, me ocurre una idea- dijo entonces el hijo, bajando un tanto la voz, -el excelentísimo don Fermín ha de llegar aquí dentro de pocos instantes, según acostumbraba todas las noches, para arreglar las cuentas del día, a notar en los libros las correspondientes partidas, recoger los ingresos y guardar todo en las arcas; ¿porque unidos los dos, no matamos esta noche á ese bribón, aquí, entre estas cuatro paredes?

- ¿Estás loco, hijo? Bien sé, como lo sabes tú también, que es un solemne bribón. Él, que, si se quiere, ha cometido más crímenes que yo, está engañando al mundo, dándose todos los días golpes de pecho en las iglesias, llevando escapularios que los luce como al descuido medio ocultos, y alargando la mano al salir del templo á pobrecitos mendigos, cuando la gente mira, a fin de aparentar religiosidad un gran beneficio; pero eso, hijo mío que lo haga Dios: eso no me pertenece, no es de mi cuenta.

Pero yo no conozco ya a mi padre: veo que de poco tiempo a esta parte es otro; oigo con frecuencia en sus labios la palabra Dios… ¿Dónde ha ido, pues, a parar su valentía? ¿Dónde está el gran valor del que ha sido por tanto tiempo el terror de los mares?

-Ya no quiero ser valiente, hijo mío. Esas valentías tan bárbaras son recuerdos que amargan hoy mi existencia llenando de angustia y temor mi corazón. Estoy decidido, completamente resuelto, á separarme para siempre de estos negocios y á no ser más capitán del Invencible ni ser nada… sólo quiero morirme. Así no oiré más aquellas palabras de la pobre criatura que estoy oyendo a todas horas, en todas partes, por donde quiera que voy. No bien había concluido el pirata de decir a su hijo lo que antecede, entró don Fermín de las Cañadas, el Santurrón, á quien todo el mundo consideraba y reverenciaba.

Así que se presentó el Excelentísimo señor en el sitio donde se hallaban padre e hijo, ambos le hicieron un relevante saludo y se pusieron inmediatamente en pie.

-aquí le estaba esperando á Vuecencia mi padre. Parece que tiene algo importante que hablar, si Vuecencia se lo permite.

-Veamos: ¿se presenta en puerta acaso algún buen negocio? ¿Ha caído hoy algún niño… sobre la mesa?

Al oír la palabra niño, se estremeció involuntariamente el pirata y como poseído por un terror inexplicable y al mismo tiempo manifestando cierta energía y entereza, le dijo a don Fermín de un modo resuelto:

He venido aquí esta noche para declarar solemnemente, con mi mano en el corazón y mis ojos puestos en el cielo, que Ángel García deja de ser pirata. Ya Cabeza de Perro, como todo el mundo le llama, cesa en esa vida de aventuras y de crímenes y de inauditos escándalos. Que disponga nuestra sociedad del invencible, porque ya no soy pirata ni volverán mis pies a pisar nunca más su cubierta maldita. ¿Lo ha oído bien Vuecencia? ¿Está ya enterado?

- ¿Pero que me dices, Ángel? ¿Cómo te atreves a resolver a tu antojo á hablarme en esa actitud? ¿Pues no estamos ligados por ocultos, por secretos vínculos y obligados á continuar siempre nuestros negocios tan beneficiosos para todos, tan lucrativos? Si tu trabajas y te aventuras con riesgo de tu persona en alta mar, ¿no trabajo yo también y me expongo en tierra, á todas las horas de la noche y del día, á morir en un patíbulo, o bien a llevar en reclusión perpetua el grillete? Es necesario que sigas en la compañía; sobre todo ahora que no hay ya en la Habana Tacones que gobiernen a Cuba.

En esto se oye el ruido de dos coches que se detienen á la puerta principal de la casa y don Fermín receloso de alguna emboscada, desaparece por encanto, escabulléndose por una trampa muy disimulada que se hallaba a pocos pasos, en uno de los cuatro ángulos del aposento.

(Dice Aurelio Pérez Zamora) en este interesante relato posiblemente contado por Sor Milagros, que Tacón había sido relevado dejando la isla de Cuba tranquila ó casi tranquila; pues tan solo había espacio á sus pesquisas la casa misteriosa de la calzada de San Lázaro. Ese teatro, pues, de las maldades más inauditas, ese antro de horrendos crímenes, continuaba allí siempre como un patrón de ignominia, pero muy oculto, guardando un recóndito secreto, regidos los socios por unos estatutos admirables, para huir los criminales cuando fuera necesario, poniéndose á salvo de las garras de la justicia.

Varias veces al ir Pancho Martí á visitar a su amigo Tacón á palacio, había pasado por la casa maldita, y al ver el exterior tan raro que presentaba aquel vetusto edificio, le asaltaron vivísimos deseos de comprarlo á cualquier precio, para levantar allí un gran teatro, a fin de mejorar en aquella parte de la población el aspecto público. Pero, a la verdad, el rico comerciante, el hacendado opulento, que tanto se afanaba por hermosear la ciudad de la Habana, si hubiera tratado formalmente de llevar á cabo su pensamiento, de seguro que no lo había podido realizar, porque mientras fuera aquel edificio guarida de bandoleros como lo era; mientras no llegara el día de descubrirse aquel antro de la corrupción y del crimen, ¿quién lo vendía?  La casa estaba dando un rédito extraordinario. Solo por sostener la rica industria de la pastelería, la sociedad secreta no dejaría á dos tirones tan buen sitio…escondidito…retiradito, como estaba, allá, en un rincón de la ciudad. Era, pues, tan á propósito el lugar donde se hallaba el edificio, para el comercio y las varias industrias á que estaba dedicado, que no había otro igual en toda la Habana, ni á muchas leguas.

Además, allí, dice -Aurelio Pérez Zamora-, en aquella casa de tan mezquina apariencia, llevaban los principales socios una vida espléndida y burlaban las pesquisas de la policía, engañándola unas veces y sobornando á los más subalternos otras. Sí: el dinero se derramaba a manos llenas para comprar á los agentes de la autoridad: el oro hacía respetar; es decir, volvía sagradas é inviolables las puertas de aquella mansión del crimen, donde el sol de la justicia no osaba penetrar jamás.

 Aquel edificio era por dentro un laberinto que no he descrito aún sino á medias. Los departamentos no se comunicaban unos con otros sino por puertas secretas: los pisos de las habitaciones ocultaban trampas ingeniosísimas: todos los muebles tenían doble fondo y había falsos en las paredes. Los espejos eran soberbios y las arañas pendientes de los techos con incrustaciones, algunas de ellas de oro y jaspe, brillaban con las luces de una manera fantástica, esplendida, sobresaliente. Aquello parecía una mansión encantadora, un verdadero palacio de hadas, lleno de secretos, de escondites y de puertas disimuladas. Y había en un cuarto contiguo al de las arcas del dinero, montones de alhajas y de polvo de oro de California, relojes, cucharillas de plata, barbas postizas, mordazas, llaves de todas clases y tamaños y ganzúas é infinidad de manos de cera que en actitud contemplativa en las iglesias aparecían cruzadas sobre los vestidos de los ladrones, mientras que estos introducían sus verdaderas manos para robar, en los bolsillos de los fieles. El cortinaje era soberbio, y dentro de las arcas del cuarto oscuro había rollos de monedas de oro y plata y legados de billetes de banco. En una palabra, lo que existía dentro de aquella casa, era una riqueza incalculable. Fabulosa.

He descrito a grandes rasgos lo que el edificio enciclopédico contenía; pero no he dicho nada del principal departamento, mejor oculto que todos por que ofrecía un terrible cuadro, cuya vista desgarraba el corazón y perpetuaba los sentidos de más animoso.

Sí; cuando se haga una relación exacta del tenebroso antro donde con mucho sitio se ocultaba para todo el mundo un crimen, que hacía ingresar anualmente en el establecimiento cuantiosas riquezas, se verá que Cuba estaba dejada de la mano de Dios, toda vez que llegó a permanecer por muchos años en el secreto y en el misterio, una industria basada en uno de los más terribles delitos que se pueden cometer sobre la tierra…

Las páginas consultadas por mi parte fueron las siguientes:

108, 109, 110, 111, 112, 113, 114, 115 y 116 respectivamente. Aunque el citado libro contiene toda la vida del pirata que sobrepasan las 450 páginas.

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