Lorenzo
de Ara
Me
van a tener que perdonar, pero si escribo es porque no tengo otra cosa mejor
que hacer. Ya sé, no me griten, que podría leer, ver una buena serie, salir a
patear por este Valle, bajar a mi muelle y pegarme un baño, quedar con algunos
amigos (¡yo no tengo amigos, cojones!) y hablar y escuchar (sobre todo
escuchar). Pero no me apetece nada. Inapetencia. Una vaciedad absoluta. Con
decirles que me importa un huevo la manifestación de hoy sábado en Barcelona. Y
me importa otro huevo (ya van dos) si al Rey le hacen una encerrona.
Escribo
para cumplir.
Ayer
viernes, leyendo al hijoputa de Borges (él me quito las ganas de ser escritor),
creo que nació de nuevo en mí esa sensación que tuve allá por la década de los
80, a mediados, mientras vagabundeaba por Madrid y Toledo. Es una sensación de
acabamiento. ¿Pasotismo? No, qué va. Es mucho más hondo.
Con
esa sensación de acabamiento me pasé dos años en la capital de España y los
fines de semana en Toledo. Pasando hambre y recibiendo el no por respuesta en
todas las casas y bares. Nada de lo que escribía tenía interés. ¡Qué malo era
todo, por Dios!
Un
escritor que hoy disfruta del aplauso de la crítica y también es querido por
los lectores (¿cómo serán los lectores?, yo no los conozco), me dijo una tarde,
por fuera de la casa: ”Oye, canario, ¿por qué no aprendes a hacerte una paja
con la mano izquierda y haces algo de provecho en esta vida?”. Y me cerró la
puerta.
Hoy
necesito buscar sinónimos de pluradidad, vale: diversidad, variedad,
multiplicidad, abundancia; ¡guay del Paraguay!
Un
humilde consejo. A los que escriben: si todavía, por suerte, no han leído a
Borges, no lo hagan. Es un asesino sin piedad. Lean a Juan Cruz si quieren
seguir escribiendo. No necesitarán oxígeno para pisar ese sequedal.
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