Pedro Ángel González Delgado
Todo superhéroe tiene su antagonista al que, erróneamente,
se califica como villano por el mero hecho de oponerse al que se cree
protagonista. Es una estrategia sencilla, pero que cala. Se ha llevado a la
sociedad a un estado en el que califica de villano a todo aquél que sea el
antagonista de la historia que nos cuentan, pero lo cierto es que no todos los
contrincantes son bellacos, ni todos los abyectos son los adversarios, pues son
cosas diferentes y, desgraciadamente, son estigmatizados conforme al lugar que
alguno, erigido como mesías no sabemos muy bien de qué, ubica a los demás.
El socialismo desde sus inicios trabaja en el culto al
líder y, de esa forma, todo aquél que ose oponerse al pensamiento único que se
dirige desde el paladín autoproclamado progresista, únicamente por ser
discrepante, es conceptuado como infame, en lugar de como divergente, siguiendo
esa teoría por la que, a través de la falsa superioridad moral de la izquierda,
se permite graduar la categoría de los demás.
Esta forma de hacer las cosas las tiene bien aprendidas
Marco - sin ese - González que, sabedor de la necesidad de convertirse en
líder, hace que todos y cada uno de sus pasos sean seguidos por los flashes (no
el metahumano Flash y su antagonista Reverse Flash), sino el de las cámaras que
lo siguen doquiera que pisa, no vaya a ser que su mejor sonrisa pase
desapercibida. Conoce bien las redes sociales y en ellas debe aparecer día sí y
día también, de forma que, además de hacer política, la de la publicidad, no la
que se escribe en mayúsculas, da cobertura a su vanidad.
De esa forma, si su poder es la sonrisa, la antítesis será
la seriedad. Igualmente, si su virtud es una supuesta espontaneidad, lo
contrario será el orden y el rigor. Con ello, por un lado, demoniza a los que
han demostrado sensatez, armonía y rigurosidad en la gestión y, al mismo
tiempo, consigue un pretexto para sus desmanes, desaciertos y despilfarros.
Todo lo justifica la sonrisa que, a fuerza de forzarla, se asemeja más al Joker
que a Batman, olvidando, todo sea dicho, que éste último es el bueno y no el
primero, por mucho que su gesto muestre la risita.
Un semestre se ha cumplido ya del nuevo mandato. Medio año,
que se dice pronto, en el que la herencia recibida se va agotando y se hace
cada día más necesario ver la gestión que a la administración se debe imponer.
Y es así donde flaquea quien se considera a sí mismo como glorioso, como una
perfecta imperfección como ha llegado a definirse. Así, el regidor de los
destinos de los ciudadanos del Puerto de la Cruz, trata de disimular su
debilidad con luces y globos de colores, pero hasta en esto falla. Solamente
así se explica que muchas de las actividades que a bombo y platillo se
anunciaron dentro del programa de actividades, o bien hayan resultado un
fiasco, o bien ni siquiera se hayan celebrado. De esa suerte, se convoca para
un acto de decoración de la Plaza Manuel Ballesteros en el barrio de Punta
Brava que no se celebra. Se invita a acudir a la inauguración de un Portal de
Belén en una Asociación de Vecinos que no está terminado, así como se anuncia
un concierto de piano en el Castillo San Felipe en el que ni hay piano ni
pianista. Todo sea por rellenar un programa de actividades con el único fin de
aparentar que se es mejor que el anterior, pero luego la realidad es tozuda. Es
tan testaruda que permite darse cuenta que el Niño Dios ha desaparecido del
programa de festejos que celebra la Natividad del mismo, como también se ha
volatilizado cualquier acto conmemorativo de la Constitución Española en las
Casas Consistoriales del Ayuntamiento de Puerto de la Cruz, poniendo con ello
su impronta este desgobierno socialcomunista, que trata de hacer olvidar
nuestras raíces y nuestra forma de convivencia, aplicando la máxima del afamado
escritor colombiano cuando nos decía que la muerte no llega con la vejez, sino
con el olvido.
No se trata en exclusiva de una falta de dirección en las
políticas de actos o de defensa de nuestras tradiciones, toda vez que el
desbarajuste se nota también en el trabajo ordinario de las áreas. El reparto
de competencias a las que quisieron ponerle nombres más llamativos para
destacar, afecta a la distribución de los quehaceres y, de esa forma, obras de
mantenimiento absolutamente sencillas de realizar, pero imprescindibles para el
ciudadano, no llegan a ponerse de acuerdo ni siquiera en el departamento que
debe hacerlas. A su vez, se llega a afirmar que se están realizando obras, sin
que el plazo de contratación de la empresa que pudiera optar a acometerlas
hubiera finalizado. Se comete el desacierto de adjudicarle la organización de
un acto a una empresa por importe cercano a los treinta mil euros y el contrato
se firma algunos días después del acto que, por cierto, ni novedoso, ni mejor
que los anteriores, aunque su costo fuese bastante superior. Y así, un sinfín.
Por ello, a este grupo de colores y alegrías que dirige los destinos portuenses
únicamente podemos pedirle por Navidad, un poco más de fundamento, por favor.
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