Lorenzo de Ara
Nadie quiere llegar a las manos. ¿Usted? Claro que no. Pero
usted lleva razón. Si está en el bando de la buena gente, la que quiere
solidaridad, igualdad, libertad, orden constitucional, unidad de España,
entonces no alberga dudas. La razón es suya, nuestra. “La irracionalidad gana
terreno frente a las fuerzas de la razón”, aclara Lorenzo Bernardo de Quirós en
La Vanguardia.
El autor prosigue de esta manera: “Cuarenta años después
del final de la dictadura, los ciudadanos de las Españas parecen haber olvidado
los principios que hicieron posible la construcción de una sociedad abierta. El
pluralismo de ideas y de valores, la tolerancia hacia las formas distintas de
vivir y de pensar, la creencia en que sólo poseemos una parte de la verdad, la
disposición a entender las razones del adversario, etcétera, están dando paso a
un escenario muy diferente. El espíritu de reforma que presidió la escena
pública durante las pasadas décadas está siendo sustituido por el de ruptura,
que constituye en esencia un juego de suma negativa; es decir, la política
española está degenerando en un escenario de potenciales vencedores y
vencidos…”.
Y aquí surge el distanciamiento con Quirós.
En el presente, los que militamos, oh, sí, militamos, en el
bando de los justos, no sólo tenemos una parte de la verdad; la tenemos en su
totalidad. Y no hay argumento en contra que pueda llevarnos a reconsiderar que
la realidad es así. No existen adversarios en el otro bando. Ni hablar. Y la
afirmación no presupone que España esté condenada al enfrentamiento directo,
pero si zanja, o debería, el simplón argumento de que todos, sin excepción,
tenemos derecho a enseñar nuestras cartas, a exponer nuestros objetivos
políticos, aunque éstos contravengan leyes que están ahí para garantizar
precisamente la convivencia entre iguales.
No cabe la duda. El hombre dubitativo que permite al
enemigo expresarse, es igual de peligroso que ese otro que se prepara para la
guerra, y lo es por cobarde, cortoplacista, simplista y profundamente
desestabilizador. No tienen la verdad quienes trabajan en la destrucción de la
España que alumbró en 1977.
Por ejemplo, cuando el general Fulgencio Coll, hoy concejal
de Vox, ayer jefe del Estado Mayor, asegura en un recomendable artículo pedir
una intervención de “los poderes del Estado” para frenar la investidura, a fin
de que Sánchez no pacte con fuerzas políticas como ERC, partidarias de romper
la unidad de España, el general se convierte en humilde portador de la verdad.
¿Incómoda? Puede, pero verdad que amedrenta al agusanado socialdemócrata o
pepero de vida cómoda e intelectual gordinflón, avejentado, chocho y rastrero.
¿Son así todos los intelectuales en España? No. ¿Tiene España intelectuales?
Dejo la respuesta a personas más inteligentes.
Hay que parar la traición. Detener la violación y el acto
criminal que perpetran los enemigos de España.
¿Es inexacto hablar de enemigos de España? Responderán los
advenedizos que no sólo es una exageración; es también una falsedad que rebosa
odio enfermizo. “Tenía razón Clemenceau: siempre es mejor callar que decir
barbaridades. El silencio es oro, aunque a algunos les parezca quincalla”,
reflexiona mi respetado Màrius Carol (ya saben, director de La Vanguardia).
Sin embargo, el silencio de los corderos, que es lo que
pide el buen catalán, es inaceptable. Dañino para España y para mis intereses.
Oh, sí, los míos.
Porque aquí y ahora yo me juego mucho.
Y en el ínterin, los ciento noventa y siete centímetros de
calidad que responden al nombre de, Pero Sánchez, ponen en marcha la política
de opacidad más radical que España haya conocido desde 1977. Moncloa no quiere
periodistas alrededor. El Congreso y el Senado son lugares más inhóspitos que
Atacama. Se quedaron sin vida. Grasa sobrante para el mesiánico Sánchez. La
Abogacía del Estado situada entre el masaje con final feliz al cuerpo político
de ERC, o quedar como defensora de la legalidad, sin medias tintas, aunque
embista el tirano. Y del pueblo ni hablamos. ¿Para qué? Hace tiempo que no
espero nada de él.
En mi bando están los últimos de Filipinas.
En el otro la masa se regocija con una cerveza fría y el
bar abierto; ahí están los menesterosos, esos a los que nada importa que
Sánchez chantajee a nueve millones de pensionistas.
Así que poseemos la verdad. No una parte. La verdad es
nuestra. La mentira está en el otro bando.
¡Hay que combatirla! De frente. ¿Te
apuntas?
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