Lorenzo de Ara
Escribe Tomás Gómez en La Razón: "Cuando un dirigente
confunde sus intereses con los del país, alguien debería quitarle el
liderazgo". Dicho lo cual, la conclusión está muy clara. Sánchez es un
peligro. Lo era ya cuando en el psoe (fenecido) se lo quitaron de encima, pero
no de la manera correcta o más contundente (le dejaron el Peugeot). España está
en manos de los enemigos. Y todavía servidor tiene que leer en variados y
hediondos medios de comunicación que eso de "enemigos internos" es un
absurdo que lo que pretende en engallinar más el panorama. Pero no, España
tiene enemigos en su propia casa, y el número uno habita La Moncloa, que es el
cuartel general de los sediciosos. Sánchez cede a gusto. Y se encama con todo
aquel que busque, anhele y aspire a consumar la aniquilación de 500 años de
convivencia en común. Ni siquiera Europa podrá frenar la balcanización de un
territorio que hasta hace muy poco tiempo era ejemplo de avance notable en
democracia, convivencia y apuesta por esa misma Europa. No ha sido la derecha
(que también) la responsable máxima de este drama. Si ETA recibió la bendición
de sus curas tras los asesinatos múltiples, el progresismo hecho de felonías varias,
barato y rastrero, es aplaudido por una masa/vulgo que vota sin la más remota
idea de lo que ocurre. Al igual que sucede con el nacionalismo, la masa/vulgo
siente, pero no razona. Y ahí radica el éxito de Sánchez. Y el fracaso de
España.
Uno de los mayores daños que se le puede propinar a España
es obviar que lo que recibió de Europa hace un par de día no es otra cosa que
una patada en el culo. ¡Que te den, Españita! Europa, con la justicia al
frente, huele perfectísimamente el avanzado estado de putrefacción en que se
encuentra esta vieja nación sin la cual no se entiende la Europa del TJUE. Sin
el Reino Unido Europa tiene un pase. Pero sin España ni hablar. Y no porque
ahora ostentemos el cuarto puesto económico de ese club de haraganes. Somos
imprescindibles porque sin nosotros no se entiende la Europa occidental de
cultura judeocristiana. Así que, negar lo evidente sería un fracaso del
firmante. Europa nos ha pasado por encima. Y por mucho que se ornamente la
pantalla del ordenador con abracadabrantes maniobras ortográficas, España ha
sido humillada, su justicia también, su gobierno (¿qué gobierno?), su pueblo,
su economía, sus medios de comunicación (salvo que en estos prevalezca el
vasallaje a los cerebros con toga o sin toga de más allá de los Pirineos).
Ganan los traidores, los enemigos. Y nadie, por lo menos yo no lo haré (de
momento), pide la salida de ese club que no nos entiende ni quiere sentarse
cinco a minutos a escuchar que lo que aquí ha ocurrido es que el orden
constitucional ha sido atacado con virulencia extrema. El TJUE humilla y
mancilla. Y España no está para ser la jovencita de la escena con mantequilla
en "El último tango en París". España, en todo caso, sería Marlon
Brando. Y Europa aquella Lolita. O la mantequilla. España siempre será para
esas tierras del norte del viejo continente la exportadora de los gloriosos
Tercios. Deberían temernos, incluso siendo aliados. Pero nunca deberían
tomarnos el pelo. Somos mucho más
importantes y gloriosos que ellos. Basta con echar al felón y votar con
cerebro. Votar con patriotismo. Hacer periodismo con patriotismo.
“Quizás el Tribunal Supremo debió ahorrarse la consulta a
la justicia europea, y la opinión pública se habría ahorrado ahora la
interpretación deliberadamente sesgada, y manipulada con inexplicables
mentiras, que ha hecho el independentismo del fallo del Tribunal de UE”,
escribe Manuel Marín en ABC. Tan cierto que hoy nos preguntamos el por qué y el
para qué. Alemana, Francia, por poner dos claros ejemplos de gigantismo
europeo, jamás hubieran cometido tamaño disparate. Nosotros, que apestamos a
inferioridad atávica, cuando en realidad debería suceder que nos tomaran por
una nación orgullosa y engreída (lo que somos), más que la francesa y mucho más
que la alemana, caemos en la trampa del gilipollas que, leyendo con claridad el
letrero de “prohibido el paso” se aventura por lo desconocido, cayendo al
ratito después por un agujero sin fondo. Ese agujero se llama aborregamiento.
Claro que “ser lúcido en España es muy triste” (Arturo
Pérez Reverte), pero esa lucidez (tenue y empobrecida) está condenada a mal
vivir sirviendo a paletos sin escrúpulos que mandan, pero no gobiernan.
La cosa no va sobre el eterno pesimismo del ser español.
Don Benito Pérez Galdós ni siquiera lo era. Pesimista, digo. Todo depende de
que esa lucidez esté al servicio de la patria. Porque yo sigo creyendo en ella.
Y voy para viejo. Y mis días se apagan.
Pero mientras me queden fuerzas, señalaré que el gran mal
de esta patria nuestra es la constante caza del hombre lúcido.
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