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sábado, 21 de diciembre de 2019

LA CAZA DEL HOMBRE LÚCIDO


Lorenzo de Ara

Escribe Tomás Gómez en La Razón: "Cuando un dirigente confunde sus intereses con los del país, alguien debería quitarle el liderazgo". Dicho lo cual, la conclusión está muy clara. Sánchez es un peligro. Lo era ya cuando en el psoe (fenecido) se lo quitaron de encima, pero no de la manera correcta o más contundente (le dejaron el Peugeot). España está en manos de los enemigos. Y todavía servidor tiene que leer en variados y hediondos medios de comunicación que eso de "enemigos internos" es un absurdo que lo que pretende en engallinar más el panorama. Pero no, España tiene enemigos en su propia casa, y el número uno habita La Moncloa, que es el cuartel general de los sediciosos. Sánchez cede a gusto. Y se encama con todo aquel que busque, anhele y aspire a consumar la aniquilación de 500 años de convivencia en común. Ni siquiera Europa podrá frenar la balcanización de un territorio que hasta hace muy poco tiempo era ejemplo de avance notable en democracia, convivencia y apuesta por esa misma Europa. No ha sido la derecha (que también) la responsable máxima de este drama. Si ETA recibió la bendición de sus curas tras los asesinatos múltiples, el progresismo hecho de felonías varias, barato y rastrero, es aplaudido por una masa/vulgo que vota sin la más remota idea de lo que ocurre. Al igual que sucede con el nacionalismo, la masa/vulgo siente, pero no razona. Y ahí radica el éxito de Sánchez. Y el fracaso de España.

Uno de los mayores daños que se le puede propinar a España es obviar que lo que recibió de Europa hace un par de día no es otra cosa que una patada en el culo. ¡Que te den, Españita! Europa, con la justicia al frente, huele perfectísimamente el avanzado estado de putrefacción en que se encuentra esta vieja nación sin la cual no se entiende la Europa del TJUE. Sin el Reino Unido Europa tiene un pase. Pero sin España ni hablar. Y no porque ahora ostentemos el cuarto puesto económico de ese club de haraganes. Somos imprescindibles porque sin nosotros no se entiende la Europa occidental de cultura judeocristiana. Así que, negar lo evidente sería un fracaso del firmante. Europa nos ha pasado por encima. Y por mucho que se ornamente la pantalla del ordenador con abracadabrantes maniobras ortográficas, España ha sido humillada, su justicia también, su gobierno (¿qué gobierno?), su pueblo, su economía, sus medios de comunicación (salvo que en estos prevalezca el vasallaje a los cerebros con toga o sin toga de más allá de los Pirineos). Ganan los traidores, los enemigos. Y nadie, por lo menos yo no lo haré (de momento), pide la salida de ese club que no nos entiende ni quiere sentarse cinco a minutos a escuchar que lo que aquí ha ocurrido es que el orden constitucional ha sido atacado con virulencia extrema. El TJUE humilla y mancilla. Y España no está para ser la jovencita de la escena con mantequilla en "El último tango en París". España, en todo caso, sería Marlon Brando. Y Europa aquella Lolita. O la mantequilla. España siempre será para esas tierras del norte del viejo continente la exportadora de los gloriosos Tercios. Deberían temernos, incluso siendo aliados. Pero nunca deberían tomarnos el pelo.  Somos mucho más importantes y gloriosos que ellos. Basta con echar al felón y votar con cerebro. Votar con patriotismo. Hacer periodismo con patriotismo.

“Quizás el Tribunal Supremo debió ahorrarse la consulta a la justicia europea, y la opinión pública se habría ahorrado ahora la interpretación deliberadamente sesgada, y manipulada con inexplicables mentiras, que ha hecho el independentismo del fallo del Tribunal de UE”, escribe Manuel Marín en ABC. Tan cierto que hoy nos preguntamos el por qué y el para qué. Alemana, Francia, por poner dos claros ejemplos de gigantismo europeo, jamás hubieran cometido tamaño disparate. Nosotros, que apestamos a inferioridad atávica, cuando en realidad debería suceder que nos tomaran por una nación orgullosa y engreída (lo que somos), más que la francesa y mucho más que la alemana, caemos en la trampa del gilipollas que, leyendo con claridad el letrero de “prohibido el paso” se aventura por lo desconocido, cayendo al ratito después por un agujero sin fondo. Ese agujero se llama aborregamiento.

Claro que “ser lúcido en España es muy triste” (Arturo Pérez Reverte), pero esa lucidez (tenue y empobrecida) está condenada a mal vivir sirviendo a paletos sin escrúpulos que mandan, pero no gobiernan.

La cosa no va sobre el eterno pesimismo del ser español. Don Benito Pérez Galdós ni siquiera lo era. Pesimista, digo. Todo depende de que esa lucidez esté al servicio de la patria. Porque yo sigo creyendo en ella. Y voy para viejo. Y mis días se apagan.

Pero mientras me queden fuerzas, señalaré que el gran mal de esta patria nuestra es la constante caza del hombre lúcido.

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