(Crónica real
de una muerte injusta del siglo XX y el pensamiento vigente en este siglo XXI)
George Junius
Stiney Jr. nació un 21 de octubre de 1929 bajo la desgracia de un color de piel
camino al centro de un polígono y las cruces de infelíz final.
El 23 de marzo
de 1944, el apenas niño y amante de la pintura había estado jugando con su
hermana dos años menor, Katherine. Para entonces, el inocente George tenía 14
años. Ese mismo día habían ultimado con una viga de casi 20 kilos a Betty Jun
Binnicker, de 11 años, y a Mary Emma Thames, de 8 años, cerca de la casa del
niño de color. Ese mísmo día fue detenido y acusado de Doble asesinato en
Primer Grado y sin motivo más que el de portación de piel destinada al final
más triste que ninguna historia desearía contar.
El 24 de abril
de 1944, el Tribunal del Condado de Claredon comenzó el juicio contra George
Stiney Jr. a las 12:30 y culminó a las 17:30. Solo se escucharon posibles
interpretaciones de culpabilidad por parte de los jueces y más nada. A su
hermana Katherina no le quisieron tomar declaración o no les importó en
realidad. Tras diez minutos de deliberación, a las 17:40, el jurado integrado
en su totalidad por diez hombres blancos, bajó el martillo de la crueldad
sostenido con la mano rota de la injusticia. "Culpable" y condenado a
morir en la silla eléctrica. El argumento: "es negro, fue él, no hay
ninguna duda para los criterios de la Corte".
Cuando aún no
pasaban tres meses de la sentencia, por anhelo de muerte de los blancos del
lugar, en la Penitenciaría Estatal de Carolina del Sur, la mañana cargaba
neblinas de inhumanidad y dolor abierto al mundo vacío de amor. Durante sus
días de detención, a los padres de George les prohibieron todo tipo de regalos
hacia el niño juzgado. Era 16 de junio de 1944 y George ingresó a la sala de
ejecuciones ante cuarenta testigos que fumaban, se comían las uñas y muerdían
sus labios esperando a que baje la palanca con su descarga de 2.400 voltios
cada una.
George medía
apenas 1.55 mts y pesaba 40 kg. Muy poco para el peso de lo inexplicable. Por
ello, debieron agregar un directorio telefónico a la silla para que el inocente
niño negro se sentara encima y así también alcanzaran a dar las vueltas
necesarias las correas anudadoras de vida.
Ni la defensa
ni la acusación cumplieron protocolo normal alguno para un juicio de esta
índole. La prueba en contra de George fue "obtenida de manera indebida, no
conforme a los códigos y procesos penales", pero la palanca bajó tres
veces. Los verdugos le quitaron la máscara luego de la última descarga. Allí
estaba el cuerpo quemado por dentro, los ojos muy abiertos y brillantes de
lágrimas, mientras que la boca del niño negro despedía babas de asco hacia sus
asesinos con matrícula y licencia. Ahí, luego del espectáculo atróz, se lo
declaró oficialmente "muerto". Fue el último ejecutado menor de 16
años en el siglo pasado.
El 18 de
diciembre de 2014, a setenta años de un crímen cometido por la justicia que
juzga desde siempre las apariencias, la jueza norteamericana Carmen Tevis
Mullen exoneró a George Junius Stiney Jr. Allí estaba la justicia tuerta y
renga llegando al lugar del vacío, al dictámen que George jamás conocerá pero
necesitó una vez para seguir viviendo con toda su inocencia a cuesta.
"Gracias
a Jesus", dijo Katherina el día del fallo en 2014.
Hoy, a sus 89
años, creemos que ese día también lloraron junto a ella; el santo de los
desdichados, la vida y las verdades con todo su cielo de nubarrones y
silencios.
Lucio
Albirosa.
En: "La
venganza del olvido"
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