Evaristo
Fuentes Melián
Que el
Carnaval se ha desmejorado al organizarse concienzuda y ruidosamente, es cosa
sabida por la gran mayoría de habitantes del orbe mundial. La mascarita que estuvo entrando cada año a
lo largo de varias décadas, mediados del siglo XX, en la casa de un familiar mío,
no se volverá a repetir nunca jamás. ¡Eso sí que eran máscaras y no las de
ahora! Conocía detalles muy íntimos de la familia, pero nunca se supo quién
coño era.
Se ha desmitificado la esencia del
Carnaval, por muchas murgas y comparsas que quieran ponerle. Las máscaras
fueron prohibidas en los primeros años de posguerra y más tarde paulatinamente
consintiéndose, pero bajo el nombre enmascarado de Fiestas de Invierno.
Y no podemos olvidar lo del aspecto sexual:
antes, para ligar con una máscara (léase sobajeo), tenías que ir a salas de
bailes famosos; en cada localidad tinerfeña había una, empezando por el Parque
Recreativo de Santa Cruz, que se llamaba popularmente Parque Restregativo…Y en
los pueblos también los había, por ejemplo: el cine Olympia, convertido en sala
de baile, en el Puerto, y el cine Atlante (q.e.p.d.) en La Orotava. Lo de la
libertad sexual ha cambiado desde la prohibición pacata y cursi al polo opuesto
de la permisividad total.
No se lo creerán ustedes, queridos
lectores, pero al salir muy temprano a la calle este último lunes de carnaval,
observé en la acera de la avenida principal portuense, un sostén femenino color
negro azabache. Es de suponer –con mi imaginación calenturienta de viejo más
que verde---que la fémina de marras se desvistió, hizo el acto sexual con su
novio y luego, en medio de un emporretamiento mayor que el edificio Belair,
salió tan fresca, avenida adelante, olvidándose de su pieza íntima.
Aquí me quedo. Pero quiero terminar con una
anécdota: ojeando y hojeando rápidamente la prensa del día, me encuentro una
foto con cuatro mujeres vestidas de riguroso luto; en principio creí que eran
cuatro llorosas viudas del miércoles de Ceniza, día del entierro de la sardina.
Pero, al fijarme bien en la foto, me llevé una ingrata sorpresa: eran cuatro
mujeres en Arabia Saudita, vestidas de negro hasta la coronilla, paseando
¿alegremente? por una calle de su localidad.
Epílogo: no les queda nada a esas mujeres
árabes con el rostro tapado, para llegar a poder dejar olvidado su sujetador
interior en medio de la calle. Cien años, por lo menos.
Espectador
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