Lorenzo de Ara
Asegura Ramón
Pérez-Maura que “igual sí que nos merecemos un presidente que nos mienta
impunemente.” Se refiere a España. A los españoles. A usted y a mí. Y sabe una
cosa, lleva razón el bueno de don Ramón. Merecemos lo peor. Merecemos tener un
presidente que nos mienta, que nos humille, que trabaje para destruir España,
que se apropie de la totalidad de los poderes del Estado y se ponga al servicio
de los enemigos declarados de la democracia. Mientras tanto, la masa-vulgo
sigue con derecho a voto. ¡Un hombre un voto! Tal aberración hace que reniegue
de una democracia donde el paleto come trolas tiene derecho a perpetuar en el
poder al más repugnante político que ha parido este sistema enfermo.
Pedro Sánchez
tiene no engaña. Hace lo que siempre ha querido hacer si por casualidades de la
vida tocaba poder en algún momento. Destruir. Es un depredador que no se anda
por las ramas. La mentira es una herramienta más de su inagotable arsenal para
cargarse nuestro modelo de sociedad. Así que cuando Jorge Bustos afirma que
“quien invoca enfáticamente el sentido común suele estar fabricando la coartada
para una aberración inminente”, en España deberíamos asumir que esa persona
está instalada confortablemente en la Moncloa, pero no solamente en la Moncloa,
lo está también en el PP, Cs, Podemos, y en ese largo etcétera de nomenclaturas
que se presentan a unas elecciones para que la sociedad aborregada ejerza su
derecho a voto. Tiene gracia que enterrada la herencia helenista, romana y bíblica,
el populacho que apesta a ruido y sudor de bar siga teniendo en sus manos el
poder de perpetuar la mentira.
Soy pesimista
cuando pienso en el futuro de España. No encuentro hombres que se sitúen por
encima de la media. Sé que hay personas inteligentes que podrían trabajar por
el bien común, pero no quieren acercarse a la política. Piensan, y no se
equivocan, que ella está lo peor de la sociedad.
Tan absurda y
decrépita es la psiquis del político, que los buenos hombres huyen despavoridos
cuando reciben el ofrecimiento de participar en tal o cual proyecto ideológico.
Ignacio Torreblanca escribe: “El mensaje de Casado apelando al voto útil,
racional y pragmático que sume fuerzas para desalojar a Sánchez de La Moncloa
es erróneo y contraproducente: ignora que en los tiempos que vivimos, y sobre
todo en esta elección, que gira, nos guste o no, en torno a los sentimientos
agraviados, el voto es mucho más identitario y emocional de lo que nunca lo ha
sido”. Y es que la propuesta, susurrada al oído del líder del PP por algún gurú
bien remunerado, viene a confirmar que la putrefacción de las cabezas de los
que dirigen o quieren dirigirnos es absoluta. No trabaja Casado en convencer a
los españoles que han dejado de creer en el PP, qué va; lo que hace es pedirle
(exigirle) a VOX que se baje los pantalones, que se arrincone en una guarida
hasta pasadas las elecciones del 28A. ¿Absurdo? No. Suicida.
Algo bueno sí
que ha hecho Pablo Casado. Cargarse el marianismo y renovar-oxigenar el PP con
algunos nombres que por lo menos despiertan ilusión. Es un paso que se
agradece. Pero, insisto, esto no va de nombres (exclusivamente), va de ideas. Y
el PP es lento y torpe a la hora de propagar argumentos que la población que
aún piensa, la que no está poseída por el pensamiento único que impone el
frentepopulismo, debe recibir sin interferencias.
Las urnas
hablarán sí, pero la masa-vulgo está ya preparada para engullir la gran
mentira. Y basta ya de seguir afirmando que España puede equipararse a países
de nuestro entorno (¿Europeo?). Tras la decisión de la Junta Electoral Central
y la dejación de funciones del Gobierno de Pedro Sánchez, no debemos seguir
confundiendo a los pocos españoles inteligentes. España dejó de ser un país
equiparable a Francia, Alemania, Portugal, Italia. Somos lo que somos. Si
Franco se convierte en el protagonista de la campaña del 28A, cómo diablos
miraremos de tú a tú a esas otras grandes naciones. Sánchez no es un marciano,
forma parte de nosotros. Y nosotros somos él. ¿Duele? Ya sé que duele abrir los
ojos y ver la cruda realidad. Pero cuando hablamos de Sánchez lo estamos
haciendo también de la masa-vulgo que deambula por la piel de toro; que tiene
derecho a votar sin tener un atisbo de cultura democrática. Somos nosotros.
La democracia
hasta ayer era imperfecta, afortunadamente. Hoy la mentira es perfecta,
¿invencible?
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