Salvador García
Llanos
Doloroso
proceso de confección de candidaturas electorales en los partidos políticos. En
la práctica totalidad. Cada vez más dolorosos. Entre elecciones orgánicas, o
primarias, que así se denominan para identificarlas en la jerga, empujones,
personalismos, caprichos y revanchismos, necesidades y afanes de continuismo,
encuestas más o menos prefabricadas, operaciones y ofrecimientos, puñales,
fullerías y estrategias varias, fichajes apresurados y ocurrentes, lo cierto es
que las organizaciones afrontan un trance delicado, costoso y complicado para
alcanzar una solución satisfactoria, que debería ser pensada para beneficiar
los intereses generales de la ciudadanía y para materializar un proyecto
político que, teóricamente, va a tener la confianza de la mayoría o de una
amplio respaldo social.
El ombliguismo
y la endogamia no son buenos factores para acompasar este proceso. Los partidos
políticos no han sabido o no han podido dar con las teclas adecuadas para
encontrar una solución apropiada, a la altura de la supuesta madurez
democrática, incluida la suya propia, la que cabe colegir después tantos
ejercicios y de varias convocatorias. Se habla de procesos participativos y se
dice que hable la militancia pero algunos tímidos intentos, en esas primarias,
han devenido imperfectos y, lejos de alumbrar soluciones, han enrarecido, han
levantado mantos de preocupación y han oscurecido los horizontes, hasta el
punto de que los mismos integrantes de las organizaciones coinciden a la hora
de afirmar que las primarias las carga el diablo.
Se admite,
faltaría más, que en colectivos humanos amplios o numerosos es muy difícil
hallar soluciones. Las relaciones humanas -y más en política- son enrevesadas,
a veces inextricables. Predominan los recelos y los disensos. Entonces, qué
menos que aparezcan los resabios y las debilidades de la condición humana
cuando hay puestos en juego. Y con los puestos, hasta medios de vida o ingresos
estables durante un período de tiempo.
Pero
reconociendo tales condicionantes y las incomprensiones personales que también
abundan, si no se dispone de criterios objetivos sólidos para elaborar un
proceso de selección de candidatos constructivo y transparente -se diría que
hasta pedagógico-, con garantías para todos, electores y elegibles, por
supuesto, difícilmente se superará con holgura y sin traumas tan delicado
trance. En ese sentido, ¿sirven de algo las ponencias donde se dedica un
extenso apartado a la organización, al modelo de partido que se pretende?
Entonces, los vicios hacen acto de aparición y las dudas empiezan a germinar,
injertados los descontentos. Y ahí los partidos deberían ser conscientes de
que, sociológicamente hablando, está probado que la desunión es más castigada o
penalizada que la corrupción. Los electores desconfían de quienes se pelean o
discuten desaforadamente en público, sobre todo, en medios de comunicación. Y
de quienes se presentan ante la ciudadanía apelando a valores que luego no son
capaces de mantener en corral propio.
Hay que
decirlo pero mucho nos tememos que caiga en saco roto y que dentro de cuatro
años se vuelva a tropezar en la misma piedra: a ver si se aprende la lección, a
ver si se corrigen los desvíos y las imperfecciones porque si hay que
cualificar la democracia, los partidos deben ser los primeros en dar ejemplo,
en arreglar sus propias cuitas, en modernizar sus estatutos adaptándolos a las
demandas de participación. Insistimos, con vocación de pedagogía política. Eso
contribuiría a mitigar el desapego y a incorporar a gente que de verdad está
interesada en la política y ser útil a la sociedad antes que encontrar un cargo
público remunerado.
Si no, más de
ombliguismo y endogamia.
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