Salvador García
Llanos
No resultó
extraño que bien avanzado el recital (¿recital?), un asistente se levantara e
hiciera claros ademanes de marcharse diciendo que “esto no es serio, esto no es
poesía, la poesía es otra cosa”. La poesía performativa que estaban poniendo en
escena Ángel Pageo, Alfonso Sánchez, Paqui Jiménez y Rocío Muñoz (con ese giro
tipográfico el apellido), en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
(IEHC), no es la convencional, evidentemente, y sorprendía por su transgresión,
por su osadía, por sus moldes alejados de las rimas, de las estrofas y de la
construcción poética más conocida y más trascendente. De ahí que la
interrupción no pasara de anécdota en aquel acto singular y desacostumbrado,
coincidentemente enriquecida cuando tras el abandono del disconforme, el primer
verso del poema siguiente, a cargo de Pageo, era:
- ¡Oh, ¡Señor,
por qué te fuiste!
Leído, no sin
cierto énfasis, fueron inevitables las sonrisas que ya habían aflorado -con
cierta timidez- en lecturas anteriores para aproximarnos a la hilaridad, entre
las formas expresivas y los mensajes poéticos que iban desgranando los
intervinientes (y va sin segundas) entre metáforas, aposiciones, sintagmas
adjetivales, apóstrofes, anáforas, dilogías y figuras encaminadas a despertar
sensibilidades y captar la atención de los oyentes. Jiménez, por ejemplo, tan
grácil, empeñada en no titular sus composiciones, seguramente porque le
parecerán aún más personalizadas, en tanto que Rocío, de ese apellido
'interruptus' (¿'interruptus'?), culminaba sus odas con requiebros que tenían
pleno sentido y provocaban una sonrisa, ya fuera poetizando “El Corte Inglés” o
cantando a las papas fritas con huevo (a ver en qué lugar de la poesía española
encontramos algo tan original).
Claro que
Sánchez y Pageo no se quedaron atrás. El primero habla de irreverencia poética
y propicia la interactuación con el público, haciéndole gritar ¡Te quiero!
mientras hace una señal puño en alto y juega con las palabras sin importarle la
mal asonancia o la impudicia y si rayan el insulto. Ensaya con “la puta
mudanza” y el auditorio replica sin reparos. Su estancia en New York le ha
valido para descubrir nuevos valores poéticos y Ángel Pageo, el polifacético
artista, fue el único que leyó sentado ante el micrófono, con cadencia
'albertiana', ma non troppo, al buscar “el horizonte de la palabra” después de
glosar a los héroes de su infancia y acercarse a las “Tierras de Alejandría” de
las que tan cerca dijo sentirse.
Los cuatro
leyeron sus propios versos, con mucho de frescura y espontaneidad. Jiménez,
empeñada en convertir en minúsculas las grandes frases, logró que la arena
penetrase sin dañar las palabras. Y así, sin destacar uno más que otro,
desgranaron durante casi una hora sus propias estrofas, descubriendo esa poesía
performativa, tan del gusto de los sudamericanos, basada en que la acción que
significa se realiza al enunciarse. Fue el filósofo del lenguaje John Langshaw
Austin quien, en su obra Cómo hacer las cosas con palabras, explica que un
enunciado performativo, por su mera expresión, da pie a que se realice un
hecho. Es importante que los protagonistas respeten lo que el filósofo
lingüista llama 'criterios de autenticidad', que fue lo que contrastamos en la
performance de estos cuatro poetas/actores -si es válida la definición- en su
actividad artística basada en la improvisación.
Claro que era
poesía.
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