Salvador García
Llanos
Difícil decir
qué ha exhibido el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, con su
declaración alusiva a una manifestación del innombrable. ¿Músculo, ganas de
confrontación, autoridad exacerbada, poderío, soberbia, un alarde de chulería o
mero fragor dialéctico propio de la precampaña electoral? Difícil.
Salvo dar pie
a que se cumpla, una vez más, aquella frase acuñada, “en la derecha todos se
saben lo de todos”, las palabras de Aznar no pasan inadvertidas. Va el
innombrable y suelta que “la izquierda ha llevado al rincón a la derechita
cobarde”. El ex presidente se da por aludido y replica: “A mí, mirándome a la
cara, nadie me habla de una derechita cobarde porque no me aguanta la mirada”.
Uno, minimizando a todo un espacio político. Otro, luciendo rostro de pugilista
sobrado.
En fin, que no
parecen modales muy edificantes los suyos. Cierto que, conscientes de que la
fragmentación del espacio y que tres luchando por su conquista significa una
contrariedad, hacen esfuerzos por aglutinar, pero lucir esos arranques
dialécticos, aparte de reflejar algunos rasgos de la personalidad política, se
presta a interpretaciones que parecen no muy favorables, ni siquiera entre los
más fieles.
Aunque luego
se den un abrazo y pelillos a la mar hasta la próxima colisión. Pero un poquito
de humildad no vendría nada mal, ¿verdad?
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