Salvador
García Llanos
La historia
está llena de episodios en que la aportación de los jóvenes, de los
estudiantes, resultó determinante para frenar o impulsar, para ser el
catalizador de alguna causa en un contexto de movilización social. Cuando los y
las jóvenes se comprometen y reivindican, cuando hacen valer su protesta o su
aspiración, los gobiernos, de cualquier signo, son conscientes de que hay un
cambio de rumbo pues ese papel va a influir y ser tenido en cuenta.
Ahora es el
cambio climático lo que está en juego. Y ayer se produjo una primera
demostración, en España y en otros muchos países, de que los estudiantes toman
la iniciativa para urgir a los poderes públicos planes y medidas que frenen ese
cambio cuyas consecuencias se empiezan a notar. No han sido partidos políticos
ni sindicatos, ni organizaciones ecologistas o vecinales, los que han sido a
las calles sino los estudiantes quienes han transmitido algo más que un
sentimiento. La emergencia climática es un hecho y las calles empiezan a ser un
clamor. Hay que ser conscientes de que todo está en riesgo: la economía, la
salud, la política, los ecosistemas y amplios sectores de la sociedad en
situación de vulnerabilidad.
Los
estudiantes piden hechos, medidas justas, eficaces y urgentes. Quieren que,
ante un fenómeno de evidentes riesgos y perjuicios colectivos, haya una visión
corresponsable de las autoridades, una sensibilidad orientada a la búsqueda de
soluciones.
Ya hay una
marca identificativa: Juventud por el clima. Sus promotores abrazan la causa
con entusiasmo e ilusión, pero también con realismo pues son conscientes de que
no será fácil mantener la constancia. Pero, de momento, las respuestas
iniciales son positivas. Ahora, hay que mantenerlas. Quieren empoderar a la
sociedad y situar la demanda como una prioridad social: el planeta está
peligro.
Por eso, el
acierto del lema de la convocatoria que ayer se desplegó por ciudades de todo
el mundo: “No hay un planeta B”, se convirtió en un grito de compromiso para
frenar el cambio climático. Y está bien que la calle sea el escenario donde se
convierta en un clamor. Que el cambio climático ocupe la centralidad y
transmita a las instituciones una idea profunda de que se requieren soluciones,
es positivo y alentador.
Los
estudiantes, otra vez. Determinantes.
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