José Peraza
Hernández
Siglos antes
de llevarse a efecto las Cruzadas, ya existían en Tierra Santa instituciones
caritativas que cuidaban de la asistencia a los peregrinos que acudían a
visitar los lugares testigos de la Pasión de Jesucristo. Desde la toma de
Jerusalén el año 1.099, resultado de la Primera Cruzada encabezada por
Godofredo de Bouillón, los monjes de San Lázaro, ocupados con anterioridad en
el cuidado de los leprosos, se apresuraron a ofrecer sus servicios. Es
sumamente curioso señalar que los Lazaristas acogían a cualquier caballero de
otra Orden que contrajera la lepra y, siempre que guardara su Regla, era bien
recibido entre ellos. Algunos caballeros cruzados tomaron el papel de los
monjes anteriores y parece ser que desde 1.115 formaron una comunidad independiente
entre las Órdenes orientales, tomando la Regla de San Agustín. A este respecto,
puede citarse una bula de Pascual II, confirmando la Regla y otra en 1.255 del
Papa Alejandro IV, quien, dos años antes, los había puesto bajo la protección
de la Santa Sede. En tanto esto sucedía, los Caballeros de San Lázaro tomaban
parte en una desdichada batalla, la de Gazza, el 18 de octubre de 1.244, en la
que perecieron todos ellos. Ni uno solo sobrevivió a tal combate.
Otros, de la
misma Orden, lucharon también bajo San Luis, junto con los Templarios, los
Hospitalarios y los Teutónicos, en otra desastrosa batalla, la de Mansourach
(1.250) y también formaron parte de las Cruzadas de San Luis y en las
expediciones a Siria (1.250 a 1.254). La fortaleza de San Juan de Acre, en
poder de los cristianos desde la I Cruzada, fue asediada por los soldados del
Sultán de El Cairo. Los Maestres de las Órdenes del Temple y de San Lázaro
estaban al mando de los defensores. Ambos jefes perecieron en la batalla y
después de una heróica resistencia, San Juan de Acre tomó a poder de los
musulmanes en 1.291. Y con este hecho quedó determinada la caída de todo el
reino latino de Jerusalén. Antes de que esto sucediera, la Orden de San Lázaro
reconocida por varios Pontífices, entre ellos Inocencio IV y Paulo V, tuvo en
Palestina grandes posesiones, pero cuando el sultán Saladino ocupó Jerusalén,
dió un año de plazo a las Órdenes Hospitalarias para abandonar la ciudad.
El rey de
Francia Luis VII que por penitencia había emprendido la Segunda Cruzada al
volver a su país, en el año 1.149 llevó con él a doce hermanos de San Lázaro y
en 1.154, hizo donación a la Orden del castillo de Boigny, para que la misma
estableciera su encomienda general, extendiéndose la Orden por numerosas
ciudades de Francia. Por su parte, cierto noble inglés, que admiraba a la
Orden, introdujo en Inglaterra a los lazaristas, que fijaron su domiciliación
en la ciudad de Burton.
Todo esto
provocó un gran cambio en la Orden porque, protegida por los reyes, llegó un
momento en que fue más poderosa en Europa de lo que había sido en Asia. Pero
volvamos a su aspecto militar: después de la caída de SanJuan de Acre, los
lazaristas que sobrevivieron fueron a refugiarse a la isla de Chipre. Otros se
establecieron en Sicilia, en Cápua, lugar del que fueron extendiéndose por toda
Italia. La rama francesa de Boigny y la italiana de Cápua fueron las más
importantes, pero esto no fue óbice para que fundaran prioratos y encomiendas,
aparte de la de Burton, en Hungría, Flandes y otros países de Europa.
En 1.490, el
Papa Inocencio VIII decidió unir la Orden de San Lázaro a la de San Juan de
Jerusalén, pero la rama francesa continuó autónoma, ante lo cual el Papa León X
anuló la unificación ordenada por su predecesor. Por su parte, el rey de
Francia Enrique IV, unió a la Orden de San Lázaro la del Carmelo, en vista de
que esta última languidecía y era conveniente su unificación con otra más
poderosa.
La Orden de
San Lázaro no desatendía, ni muchísimo menos, sus obligaciones militares ni su
lucha contra el poder turco. En el siglo XVII armó una flota para combatir
contra los corsarios y piratas, eligiendo el puerto y ciudad de Saint Maló como
centro de sus operaciones marítimas. La Orden llegó a reunir hasta diez
fragatas y luchó valerosamente defendiendo la seguridad de las costas
francesas.
En este mismo
siglo, el XVII, el Papa Gregorio XIII dictó una bula por la que mandaba
incorporar la Orden de San Lázaro a la de San Mauricio, formándose así la
llamada Orden de San Mauricio y San Lázaro, y que fue una de las más
distinguidas de Italia. Ocurrió algo semejante a la ocasión anterior, cuando
otro Papa trató de incorporarla a la de San Juan de Jerusalén. El Priorato de
Sicilia acató la bula pontificia, pero no ocurrió lo mismo con el Gran Maestre
de los Lazaristas de Boigny que, con varios prioratos y encomiendas,
continuaron su vida independiente. Entre los grandes Maestres del siglo XV,
cabe citar a Francisco de Borbón, los marqueses de Nerestang, de Luvois, de
Dangeau, el Duque de Berry, después Luis XVI y luego el Conde Provenza, más
tarde rey con el título de Luis XVIII. Como Caballeros de la Orden de San
Lázaro en otros países, pueden citarse a los Zares de Rusia, Pablo I y
Alejandro I y al Archiduque Leopoldo de Austria. El rey Luis XVIII de Francia y
más tarde Carlos X, se declararon protectores de esta Orden.
En Francia
había tres importantes Órdenes, muy antiguas: La del Espíritu Santo, la de San
Luis y la de San Miguel. Pues bien, junto a ellas figuraba la de los
Lazaristas. Estas eran exigencias que imponía el ingreso a la Orden de San
Lázaro: Nueve grados de nobleza, sin principio conocido, o remontándose a fecha
incierta.
Pasados los
tiempos guerreros, la Orden de San Lázaro, permaneció, no extinguiéndose como
algunas otras. Actualmente se halla representada en Francia, Alemania, Italia,
Holanda, Suiza, Portugal y, naturalmente, en España. Con fecha 26 de junio de
1.935 registró la Orden sus Estatutos en España. El 9 de mayo de 1.940 fue
reconocida con carácter oficial y declarada de utilidad pública en todo el
territorio nacional, por orden que se publicó en el Boletín Oficial del Estado
el 10 del mismo mes.
Su reglamento
de la lucha contra la lepra, aprobado por Decreto de 8 de marzo de 1.946,
concede y asigna a la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro de Jerusalén,
importantes misiones. Los componentes de esta Orden se dividen en dos grupos:
Los miembros y los afiliados. Sólo los primeros y aun entre estos, los
Caballeros de Justicia, pueden asistir a los Capítulos de sus respectivos
Prioratos. Aparte de los de Justicia hay los de Devoción. Todos pueden ser
caballeros, damas o eclesiásticos, pero es absolutamente preciso profesar la religión
católica.
Los miembros,
Caballeros de Justicia, están obligados a probar de manera indubitable, la
legitimidad de sus ascendientes hasta el segundo grado civil inclusive, la
nobleza de cien años de dos de sus apellidos, uno de los cuales siempre será el
primero por la línea paterna y el otro, bien el segundo de la citada línea, o
el primero de la materna; esto queda a elección del pretendiente al ingreso.
Los Caballeros de Justicia, usan como distintivo una cruz octogonal verde,
bordada sobre el frac o el uniforme, así como en sus mantos capitulares. Las
categorías son: Gran Collar, Gran Cruz, Comendador y Caballero. Sólo los
miembros, no así los afiliados, están autorizados a usar el uniforme de la
Orden, de paño azul oscuro, con cuello y bocamangas blancas, charreteras y
pantalón galoneado. Sable o espadín, depende de los actos. Sombrero apuntado y
botas de charol. La Orden está regida por el Gran Maestre que lo es con
carácter vitalicio y queda autorizado a nombrar un coadjutor. También existe un
Consejo Supremo Consultivo que orienta al Gran Maestre en aquellas materias en
que se solicita su parecer. Los afiliados, aquellos que practican pruebas de
nobleza son denominados como "nobles de mérito" y los dispensados de
ellas son considerados únicamente como "de mérito". Tanto los
primeros como los segundos pueden tener los mismos grados que los miembros,
pero no llevan la cruz bordada. Para estos, existe la cruz denominada de
"Mérito", dividida en cuatro categorías, así como medallas,
concedidas por relevantes servicios.
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