Lorenzo de
Ara
“El húsar” es la primera novela de
Arturo Pérez-Reverte. Aun siendo así, ha estado siempre entre mis preferidas de
este genial autor. Entretiene muchísimo. Me pasa lo mismo con “Trafalgar”, que
pasó sin pena ni gloria, pero que a un servidor de ustedes entusiasmó por su
perfección narrativa, sobre todo, en lo concerniente a la descripción de lo que
tiene que ver con los barcos y la vida en ellos. Ni que decir tiene que la obra
completa del almeriense tiene picos de genialidad absoluta. Ahorraré la lista
de títulos. Le espera el Nobel, en lucha amistosa con Javier Marías. Cuanto
antes, por favor.
Es un
comienzo que me place porque me cansa la política local y el periodismo local.
Escribo “me cansa”, aunque podría añadir (y lo hago) “me asquea”. Más el
periodismo que la política. Hay días. También la política que se ejercita
(aunque engorda) en el Puerto de la Cruz, es igual de meretriz que la profesión
a la que estoy condenado desde hace treinta años. O tal vez más.
Leer no es
habitual entre los tipejos que me rodean. Eso se sabe por el hedor que
arrastran consigo. El analfabeto funcional es un ser que tiene más parentesco
con el sable que con el florete. El sable, es sabido, está bien para entrar a
matar cuando la rabia consume; el florete, arma preciosista, cumple el mismo
objetivo, pero su uso implica movimientos armoniosos. El analfabeto funcional
es pariente del tejón de la miel. Tienen la ferocidad que siempre forma parte
del ignorante con derecho al blablablá.
Sabido es que el tejón devora todo el cuerpo de la víctima, y así hace
el analfabeto funcional: acaba con toda mi paciencia. En realidad, acabó hace
tiempo con ella.
El
analfabeto funcional es quizás el bicho más agresivo del mundo.
Tejones en
la política local ha habido y habrá siempre. En el periodismo proliferan por
doquier. Los viejos tejones de la profesión son incluso maestros del disfraz.
Cuanto más viejo se hace, más ganan en pasarse de listos los cabrones.
Yo también
me hago viejo, pero, al no ser tejón, en todo caso, un vulgar y simpático suricato,
mi única defensa, al elegir la soledad, consiste en salir lo imprescindible de
la guarida, con el único objeto de alimentarme y regresar a las redes de mi
casa, con un sinfín de cuevas. Yoes.
El suricato
recibe a los politicastros de lo local con ganas de enviarlos a tomar por culo.
A los que medio valen para algo y a los que sencillamente sobran en mi vida,
que es, con mucho, más valiosa y rica que la de ellos.
Y en el
periodismo, sobre todo presente, el suricato desea lo mismo, apartar de sus
ojos a las garrapatas, bocazas, empresarios de chichinabo al frente de un
negocio sin tener puta idea de lo que significa ser empresario y, mucho menos,
lo que es un medio de comunicación local en el siglo XXI.
Y todos
estos males donde chapoteo a diario, son la consecuencia de la falta de
lectura. Hombrecillos y mujercillas que hablan a través del ideario del
partido, o periodistas que sacaron el título y jamás regresaron a la lectura
por interés personal.
Es el
analfabetismo bien pagado lo que trae la peste a la política y al periodismo.
Yo apesto por tener que depender de ellos para sobrevivir Y sólo hay un
responsable de este detritus: el firmante.
(A mi admirado
escritor lo desterré de Cartagena, para ubicar su nacimiento en Almería. Pido
disculpas.)
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