José Peraza
Hernández
Fueron las
necesidades y defensa de los Santos Lugares del Cristianismo los que dieron
origen a la creación de las Órdenes de Caballería, u órdenes Militares.
Dejando aparte
todo lo concerniente a Oriente y ciñéndonos exclusivamente a España, la
creación de estas Órdenes no difiere gran cosa de aquellas que se originaron en
torno a Jerusalén y los Santos Lugares. Si cruzados fueron aquellos caballeros,
cruzados lo fueron también cuantos compusieron las Órdenes Militares españolas
(Alcántara, Montesa, Santiago, etc.) dado que en España también el cristianismo
luchaba contra la religión mahometana personificada por los árabes invasores de
la Península. En las Cruzadas que se desarrollaron en Tierra Santa no
participaron los caballeros españoles. ¿Y para qué iban a hacerlo? Tenían al
común enemigo de su fe instalado en el propio territorio nacional.
Las Órdenes
Militares españolas son las de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. Pero
la existencia de éstas no excluía a cuantos españoles quisieran combatir en Palestina
bajo la Cruz de Cristo, inscribiéndose en las otras Órdenes, tales como la de
los Templarios, Hospitalarios o del Santo Sepulcro.
Eran
organizaciones mitad religiosas, mitad guerreras formadas por monjes que
seguían las Reglas de algunas de las grandes Órdenes existentes. Absolutamente
todas, precisaban para constituirse la autorización pontificia como Órdenes
Religiosas que eran, pero, además, la de los Reyes. Pero al depender
directamente de la Santa Sede quedaban, por lo tanto, exentas en lo religioso
de la jurisdicción el clero secular. Existía el voto obligatorio, que casi
siempre consistía en la castidad, pobreza y obediencia, pero también debían
pronunciar el hallarse en todo momento dispuestos al combate contra los
enemigos de la religión cristiana.
En casi todas,
se introdujeron dos clases de miembros: los monjes que hacían la vida
conventual, entregados solamente a rezos y plegarias y los caballeros que, sin
perjuicio de encontrarse también sujetos a ayunos, oraciones, penitencias y
otros deberes religiosos, disponían de mayor libertad al ser considerados como
guerreros y encontrarse casi continuamente en campaña contra el enemigo de la
fe cristiana. Absolutamente todos los caballeros llevaban la cruz o insignia de
la orden a la que pertenecían sobrepuesta o bordada en la capa o manto.
Quedaba una
última clase, la que se denominaba de los "donados" o
"sirvientes de armas". Y además de esta clase, que podría equipararse
a la de los escuderos, las órdenes contaban con la ayuda de numerosas personas
de la población civil que, por su adhesión a estas corporaciones recibían el
nombre de "familiares".
Absolutamente
todas estaban regidas por un Consejo, con cargos administrativos, pero todos
sujetos a la autoridad de un Gran Maestre. Y fueron no pocas las ocasiones en
que el Gran Maestre de una orden de este tipo llegó a tener tanta, o más
autoridad que el rey y tampoco faltaron las ocasiones en que se enfrentaron a
sus Monarcas. El poder de las Órdenes Militares llegó a ser enorme, teniendo
bajo su mando y jurisdicción numerosas tierras, villas, castillos y fortalezas.
Como sus servicios como un ejército en campaña eran inestimables, los reyes no
sólo no se atrevían a enfrentarse a sus Maestres, sino que los cubrían de
riquezas.
El declinar de
las Órdenes Militares españolas se inició con el reinado de los Reyes
Católicos. Conseguida la expulsión de los moros de España, hecha la unificación
nacional y sin enemigo, las Órdenes Militares dejaban de tener la principal
causa de su existencia.
La misión de
las Órdenes Militares estaba cumplida: los enemigos de la religión cristiana
habían sido vencidos en España, sus guerreros ya no tenían adversario al que
combatir.
Disponer de un
poder total y absolvente, sin permitir que existiera un Estado dentro de otro
Estado. Ese es el motivo por el cual, desde un comienzo y no siéndole ya de
utilidad, Fernando e Isabel pusieran todo su empeño en ir minimizando el papel
de los señores feudales para terminar anulándolo por completo. Terminada la
Reconquista con la toma de Granada, la altivez antigua de la nobleza debió
someterse al poder real.
Los tiempos en
que los nobles aragoneses se atrevían a enfrentarse a su rey y decirle en pleno
rostro "Cada uno de nosotros vale tanto como vos y todos juntos más que
vos", habían pasado para siempre. Ni Fernando ni Isabel eran Monarcas
capaces de doblegarse ante el poder del feudalismo.
Los Grandes
Maestres de las Órdenes Militares, especialmente en Castilla, disponían de un
poder enorme y un influjo social importantísimo lo que les permitía alternar
con los reyes en un plano de igualdad. Malamente los Reyes Católicos podían
tolerar que esta situación siguiera vigente igual al pasado. Así, con habilidad
política, incorporaron los Maestrazgos de la mayor parte de las Órdenes Militares
a la Corona.
Los cuantiosos
bienes de las Órdenes españolas pasaron al poder de la autoridad real y
tierras, villas y castillos tuvieron por sus únicos señores a los reyes. A las
Órdenes Militares ya no les quedó otra cosa que la denominación de instituciones
honoríficas. Por si esto no bastaba, se creó el llamado Consejo de las Órdenes
Militares, organismo que, en realidad, tan sólo era el conducto por el que a
dichas Órdenes les llegaba la voluntad real. Pero todo tiene su contrapartida:
la nobleza mediante su ingreso en las Órdenes Militares, tenían ricas
encomiendas y exención total del pago de tributos al tesoro real.
Esta
organización perduró en España hasta los comienzos del siglo XIX, en la que se
dictaron leyes que anularon los señoríos, así como multitud de derechos que
habían venido formando el antiguo sistema administrativo y social. Los bienes
que les quedaban a las Órdenes Militares quedaron sujetos a la desamortización
especialmente a la ley de 1 de mayo 1.855 y 11 de julio de 1.856. El Estado se
incautó de dichos bienes y las instituciones que, en el pasado dispusieron de
tanto poder y riqueza, quedaron convertidas en meramente honoríficas.
La primera
República suprimió las Órdenes Militares junto a las Maestranzas de Caballería,
pero posteriormente en el año 1.874, las restableció, dejando al Pontificado
que regulase su disciplina, lo que hizo el Papa el 18 de noviembre de 1.875.
Detallar las
empresas guerreras de las Órdenes Militares sería trabajo largo y prolijo,
repitiendo buena parte de la historia de España. Pero puede decirse que sus
caballeros tomaron parte en todas las guerras contra los moros durante los
siglos XIII, XIV y XV, y que sus Maestres iban al frente de sus huestes,
muriendo muchas veces en las batallas. Por citar un sólo ejemplo, los Grandes
Maestres de la Orden de Santiago, Sancho Fernández, murió en la batalla de
Alarcos, el también Maestre Pedro Arias, en la de las Navas, y otro Maestre,
Pedro González de Aragón, en el Sitio de Alcaraz.
En lo que se
refiere a la riqueza que llegaron a poseer las Órdenes Militares, basta citar a
la de Calatrava, cuyas posesiones pasaban de 350, entre villas y lugares donde
vivían más de 200.000 personas. Sus iglesias eran 90 y sus encomiendas llegaban
a 130 que producían anualmente más de cuatro millones de reales. En lo que se
refiere a la de Alcántara, poseía 35 encomiendas, con 53 villas y aldeas, dos conventos
de comendadores y un colegio en Salamanca que fundó Felipe II.
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