Evaristo fuentes
Melián
Al fin apareció el cadáver del niño Julen
(hasta en el pueblo más alejado y pequeño de Andalucía se oyen nombres de pila
de otros idiomas).
Una parte importante de los medios
audiovisuales y las redes sin autocontrol han llegado a un punto en que toda noticia
mala está rodeada de una parafernalia, auspiciada por técnicos del idioma y la
fantasía semántica y gramatical, especialistas en la deformación de la noticia,
o sea, en la desinformación. En términos religiosos son de profesión:
Inventores de mentiras pecaminosas. Y no son cualquier cosa; algunos de los
videos y argumentos que transitaron por las redes, fueron bien estudiados y
redactados con verosímil contenido. En consecuencia, muchos dudaron
–-dudamos—de que el niño Julen hubiera caído por aquel pozo de 25 centímetros
de diámetro.
Para no amargar más a mis lectores, les
quiero contar un par de historias falsas. Uno de mis amigos de la infancia
tenía una finca en la isla de La Palma, e iba de vez en cuando; y cuando
regresaba nos contaba con pelos y señales que montaba uno de los caballos de su
cuadra y estaba horas y horas recorriendo al galope todas sus extensas
propiedades agrícolas. Pero si lo pensabas un momento, te dabas cuenta de que
estaba mintiendo. Tantas horas cabalgando, tantos kilómetros recorridos, no
podían ser verdad, se hubiera ‘caído’ por el borde de la Isla Corazón, o
hubiera llegado a Fuencaliente para abrasarse (con ‘ese’, que es de quemar) en
las cenizas de la erupción volcánica.
Otro amigo venía de vacaciones en verano a
la playa de Martiánez con su frecuentemente alborotado oleaje. Una vez nos dijo
que se iba nadando hasta la Laja de la Sal (una roca en la costa a un par de
kilómetros de la playa); se lanzó cual Tarzán con la primera ola, pero dio un par
de brazadas en estupendo estilo
crol, miró al fondo y se dio la vuelta.
Y al llegar a la arena exclamó, con cara de asustado y mucho teatro, que ¡había
visto un tiburón!
Espectador
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