José Peraza
Hernández
Muerto el
fundador de la orden, don Suero Fernández Barrientos, le sucedió en el gobierno
de la misma, don Gómez Fernández, su compañero de fundación y, según la opinión
de algunos, su hermano, ya con el título de prior. Ciudad Rodrigo, tras ser
reconquistada del poder los moros, estaba siendo repoblada por cristianos, pero
estos molestaban con sus incursiones a sus vecinos del reino de Portugal,
separado ya de la Corona Leonesa. Un tanto harto el monarca portugués de aquel
estado de cosas, decidió enviar una expedición de castigo que arrasara Ciudad
Rodrigo, confiando el mando de la misma a su hijo y heredero, el príncipe don
Sancho. Entrada que fue, la fuerza portuguesa, por tierras de León talando y
devastando todo a su paso, el Prior de la Orden de Alcántara se apresuró a
acudir con sus freires y vasallos, dispuesto a defender lo que consideraba su
territorio. Incorporados los miembros de la Orden al ejército del rey Fernando
que, advertido, acudía a enfrentarse a los intrusos, se trabó la batalla en los
campos de Argañán, siendo los invasores derrotados y quedando muertos o
prisioneros los portugueses que no lograron escapar con su príncipe.
Victorioso, el rey Fernando, decidió dirigir sus armas contra los moros de la
frontera meridional de su reino.
Traspasada la
frontera y después de tomar unas cuantas villas, cayó sobre la de Alcántara,
plaza fuerte que, sin embargo, no pudo resistir las arremetidas del monarca
cristiano, rindiéndose. Los portugueses, queriendo aprovechar la oportunidad de
que Fernando andaba ocupado en otras partes, invadieron de nuevo sus dominios,
penetrando en Galicia, tomando Tuy y otros castillos, para encaminarse a
marchas forzadas hacia Badajoz, con el intento de ocupar esta población,
sabedor de ello, el rey Fernando, se encaminó a la capital extremeña y en las
calles de Badajoz, se trabó la lucha. De nuevo, los leoneses resultan
vencedores y el rey portugués en su huida, alcanza un postigo de la ciudad y
tal es su aturdimiento que choca violentamente contra un madero, pegándose un
golpe tan fuerte que queda con una pierna fracturada y es fácilmente hecho
prisionero por las huestes leonesas.
Don Fernando
no se contentó con esta victoria y aprovecha la ocasión para atacar Cáceres en
poder de los moros, haciéndolos huir y conquistando la ciudad. En todas estas
guerras sirvió don Gómez con sus freires y vasallos, pero el Rey no les hizo
merced alguna de lo conquistado, dado que la Orden no tenía todavía rentas ni
fuerzas para defenderlo y lo habría perdido. Pero le confió dominio sobre
varias villas contiguas a su territorio, en la ribera del Coa, y algunas
heredades. Rechazados los almohades, entraron en León y pusieron cerco a Ciudad
Rodrigo en cuyo auxilio corrió el rey Fernando, apoyado, también en esta
ocasión, por don Gómez y sus freires. Los cristianos, aunque inferiores en
número, alcanzaron la victoria y a ello contribuyeron poderosamente los
caballeros de don Gómez. Agradecido el rey por el auxilio de la Orden, declaró
solemnemente que la tomaba bajo su protección y amparo, mediante un Real
Privilegio. Sanción más alta obtuvo don Gómez para la Orden, al solicitar del
Papa la aprobación de la misma, lo que le fue otorgado mediante bula de fecha
29 de diciembre de 1.177. Aquí es donde aparece por primera vez la dignidad de
Maestre, al que todos deberían obediencia y respeto.
Don Gómez
deseaba extender su Orden a Castilla y sabedor de que don Alfonso VIII,
preparaba una irrupción en la Extremadura musulmana, le ofreció sus servicios
que fueron aceptados. El Maestre y sus caballeros participaron en la contienda
y una de las primeras plazas que reconquistaron fue la de Trujillo.
Vasallo don
Gómez del Rey de Castilla asistió a las Cortes de Carrión. Se ignora si don
Gómez y sus freires asistieron a la batalla de Alarcos. Perdida aquella batalla
por los cristianos, los moros llegaron hasta Toledo, asediándola. En Trujillo
resistieron los Caballeros de la Orden que la guardaban, pero su inferioridad
numérica les obligó a rendirse. La muerte del primer Maestre don Gómez
Fernández debió producirse en el año 1.200, pues en él se eligió su sucesor. El
rey Alfonso de Castilla, ofreció la plaza de Alcántara a la Orden de Calatrava,
por ser plaza muy codiciada por los moros y difícil de defender. Los calatravos
pronto comprendieron que no les era posible atender tan dilatada frontera. Y
fue entonces cuando la Orden de Perero se comprometió a defender la villa y
fortaleza de Alcántara, con lo cual de allí en adelante así fue conocida: Orden
de Alcántara. El transcurrir del tiempo fue dando paso a los consiguientes
Maestres de esta Orden, al tiempo que aumentaba su poder. Así, el Maestre don
Gonzalo-Martínez de Oviedo, decimocuarto Maestre, tuvo un miserable final.
Mezclado en las intrigas de Castilla, temeroso de la ira del Rey, se refugió en
el castillo de Valencia de Alcántara, sin duda con la esperanza de obtener la
ayuda del rey de Portugal. Este no llegó y las tropas del Rey escalaron durante
la noche las murallas del castillo, cogieron preso al Maestre don Gonzalo, que
fue degollado.
Continuó la
sucesión de Maestres, unos con mejor suerte que otros, hasta llegar al final,
un tanto aventurero, de don Martín Yañez de Barbudo. Desastroso fue su final;
un ermitaño del Santuario de Nuestra Señora de los Hitos, cerca de Alcántara,
llamado Juan de Sayo, que gozaba fama de santidad, le dijo que sabía por
revelación divina que habría de tomar Granada sin perder ni un solo hombre. El
Maestre, concedió crédito al visionario y envió dos escuderos al rey de
Granada, mofándose de su religión y retándole a singular combate entre ambos, o
entre caballeros que eligiesen, siendo dobles los moros que los cristianos. Los
mensajeros fueron presos y maltratados lo que enfureció al Maestre y le empujó
a marchar sobre Granada. Salió la expedición, llevando delante una cruz y el
pendón de la Orden. Llegó a Córdoba donde mentes sensatas quisieron disuadirle
de su descabellado proyecto, pero alegó que obedecía por mandato divino, se
alborotó el pueblo y hasta se le agregaron cinco mil ciudadanos, confiando
ciegamente en la protección de Dios. En Egea le mataron tres caballeros y
entonces acusó al ermitaño de mentiroso, pero este aseguró que en la batalla
resultaría victorioso porque así se lo había revelado Dios. Entretanto, el
reino de Granada ya estaba en armas: cinco mil jinetes y más de ciento veinte
mil infantes esperaban al tozudo Maestre. Salieron y sorprendiendo a las
huestes de don Martín Yañez hicieron tal matanza que fueron pocos los que
lograron escapar, pagando, el crédulo Maestre, el crédito concedido al ermitaño.
Y así se llega hasta el último Maestre de Alcántara: don Alonso de Monroy, que
hacía el número trigesimosexto. Ya no hubo más. No fue la suya una vida plácida
porque pronto se enemistó con los Reyes Católicos, ya que orientaba sus
simpatías hacia los Reyes de Portugal. Sufrió cárcel, se fugó de ella, atravesó
no pocos avatares en una época turbulenta con las luchas civiles entre los
bandos de "la Beltraneja" y la más tarde reina Isabel "la
Católica". Viendo acercarse sus últimos años, Monroy trató de reconciliarse
con los Reyes, pero ya era tarde, porque todos sus bienes y mayorazgos habían
pasado a otras manos de las que ya no era posible arrancarlos.
Don Alonso de
Monroy, hasta su muerte, contando ochenta años, en 1.511, siempre fue afecto a
la dinastía portuguesa. Mucho mejor le hubiera ido siendo fiel y leal vasallo
de los Reyes Católicos. Con él terminó la independencia de la Orden de
Alcántara, cuyos caballeros tanto y tanto colaboraron a la Reconquista.
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