José Peraza
Hernández
La Orden de los
Hermanos Hospitalarios o de San Juan de Jerusalén fue fundada con fines
benéficos y puramente piadosos, para convertirse después en cuerpo armado, que
adquirió gran fama por las hazañas bélicas en las que participó.
En el 637, los
árabes se extendieron por Palestina, llevando por capitán al califa Omar. No
fueron ni tan intolerantes ni tan crueles como la leyenda los pinta,
permitiendo, el califa Omar, a los peregrinos, la entrada en Jerusalén hasta el
punto que, por la relación de un monje llamado Bernardo, del año 870, existía
un hospital para los latinos (este nombre se daba para distinguirlos de los
griegos). En 1.048, se añadió una capilla, Santa María de la Latina, a cargo de
la Orden de San Benito. El administrador, fue Gerardo de Tom, francés, nacido
en Provenza. Con las Cruzadas y un poderoso Ejército, a las órdenes de
Godofredo de Bouillón y Raimundo de Tolosa conquistó Jerusalén. En la ciudad
donde Jesús predicó el amor, aquellos que se decían sus seguidores cometieron
una horrible matanza. A la vista del Santo Sepulcro, trocado el furor en piedad
y horror, depusieron las armas y, postergados, vertieron lágrimas de
arrepentimiento.
Muchos de los
cruzados renunciaron a volver a Europa y partieron su pan con enfermos y
peregrinos. Creyó Gerardo llegado el momento de constituir la comunidad,
sometiéndola a regla. Se adoptó la regla de San Agustín, el negro hábito y una
cruz de paño blanco con ocho puntas, las ocho bienaventuranzas.
El Papa Pascual
II, les otorgó grandes mercedes en una Bula del 1.113. Fallecido Gerardo le
sucedió Raimundo Dupuy, quien comprendió que, en aquellas tierras, la cruz y la
espada debían marchar juntas y propuso que la Orden, sin dejar el hábito
religioso, no desdeñara empuñar las armas en defensa de la cristiandad y que
fueran, benéficos con los amigos e inexorables con los enemigos.
A partir de
entonces la orden de San Juan de Jerusalén quedó convertida en una fuerza
militar que intervino continuamente contra los mahometanos. No sólo eso, sino
que, por la codicia de algunos de sus Maestres, emprendía expediciones de
conquista, para apoderarse de tierras y riquezas. Pero la dominación cristiana
en Jerusalén fue efímera: el sultán Saladino, conquistó la ciudad. Ahora bien,
Saladino era un hombre culto, generoso y magnánimo. Permitió salir, a cuantos
quisieran hacerlo, llevándose sus bienes y reservó a los cristianos el Santo
Sepulcro, la libertad de culto y la propiedad del hospital a los Caballeros de
San Juan por el tiempo preciso para la curación de los heridos, que se calculó
en un año.
Conservó la Orden
de San Juan de Jerusalén algunas fortalezas en Palestina y junto con los
Templarios, continuaron guerreando, dado que las sucesivas Cruzadas fueron un
absoluto fracaso.
En 1.291, el
sultán Melec emprendió una gran ofensiva para arrojar definitivamente a los
cristianos. El ejército formado por las órdenes de San Juan de Jerusalén y el
Temple, combatió fieramente, pero al fin, no quedó más remedio que embarcar
hacia Chipre. Quedaba Palestina perdida para la Cristiandad.
Reorganizada la
Orden, tornó a intentar la reconquista de Palestina e incluso llegaron a tomar
Damasco, pero tuvieron que reembarcarse. La Orden deseaba una sede y emprendió
la conquista de la isla de Rodas, lo que consiguió en 1.310. Pronto, los
componentes de la Orden comenzaron a llamarse Caballeros de Rodas y como la Orden
del Temple fue disuelta y su gran Maestre y principales caballeros ejecutados
bajo acusación de herejía, buena parte de sus riquezas fueron a parar a la de
San Juan que se convirtió en la más rica y opulenta.
En los años
siguientes los Caballeros de Rodas intervinieron en muchas guerras en Europa u
Oriente, pues ya no sólo constituían un Ejército, sino que tenían escuadra,
tomando parte en muchos combates navales.
Los turcos
decidieron ocupar la isla, y en 1.522, se presentó una formidable flota con ciento
cuarenta mil hombres, mandados por el bajá Mustafá. Durante seis meses,
pelearon contra los invasores, causándoles más de cuarenta mil muertos, pero
tuvieron que aceptar la oferta del sultán Solimán y, el 1 de enero de 1.525
salieron de la isla los últimos Caballeros de Rodas.
Nuevamente la
Orden tenía que buscar una residencia. El Gran Maestre se dirigió al emperador
Carlos V, solicitando que les cediera una tierra donde fijar su residencia. El
emperador les ofreció la isla de Malta. Se firmó la cesión en 1.530 y la Orden
tomó posesión de las islas de Malta, Gozo y Trípoli. Estas dos últimas no
permanecieron mucho tiempo en poder de la Orden, puesto que una escuadra
otomana mandada por el bajá Dragut se apoderó de ellas, venciendo la
resistencia de los escasos defensores. La Orden que ya comenzaba a denominarse
como "de Malta", armó galeras y no cesó en su lucha contra las naves
turcas. Fue una época de incesantes combates navales. Años después, la Orden de
Malta participó en la batalla de Lepanto.
Fue transcurriendo
el tiempo y no fueron los turcos quienes expulsaron a los antiguos caballeros
de Rodas de la isla de Malta, sino los franceses, una vez que derrocaron la
monarquía de Luis XVI y establecieron la república.
El día 6 de junio
de 1.798, fue el último del poder y la opulencia de la Orden. Nombrado el
general Bonaparte jefe de la expedición francesa a Egipto, se presentó ante
Malta, desembarcó a sus soldados y se apoderó de la isla, bien merced al
desconcierto entre los defensores, bien, como sospechaban los más, por
confabulación del Gran Maestre Hompesch con los franceses.
Se firmó la
capitulación el 11 del mencionado mes y teniendo en cuenta los pactos que se
estipulaban en favor del Gran Maestre, una renta igual a la que perdía, la seguridad
de reservarle todos sus honores y distinciones; razón hay para presumir que no
se otorgarían tales mercedes a un vencido, sino por vía de gratitud o de
recompensa.
El gran Maestre
Fernando de Hompesch se retiró a Trieste con aquellos que quisieron seguirle,
pero habiendo perecido asesinado el año 1.801, se proclamó protector de la
Orden el Papa Pío VII, nombrando Gran Maestre a Ruspoli, el cual estableció su
residencia en Catania, una antigua población de Sicilia.
En tanto, los
habitantes de Malta, mal avenidos con los franceses, se sublevaron y puestos de
acuerdo con las escuadras aliadas de Inglaterra y Portugal, obligaron a
capitular a aquellos, sometiéndose al punto a la protección y después al
dominio de la Gran Bretaña, puesto que aunque en los preliminares de la paz,
firmados en Londres en 1.801, se consiguió la devolución de Malta a la Orden,
ratificándose después en el tratado de Amiens de 1.802, y posteriormente en el
Congreso de Viena donde se reclamó el cumplimiento de aquella estipulación,
quedó sin efecto alguno, Malta fue adjudicada de hecho a Inglaterra.
De esta suerte
perdieron la posesión de Malta los caballeros a quien tanto debía la
cristiandad.
En 1.845 la Orden
podía considerarse virtualmente disuelta, a medida que en cada país existía y
se organizaba de distinto modo.
El poder, la
riqueza y la soberanía de la antigua Orden de los Caballeros Hospitalarios, de
Rodas, de Malta y San Juan de Jerusalén han venido a reducirse a una tradición
gloriosa, a un título meramente honorífico que se concede como recompensa de
servicios y méritos particularmente, pero sin carácter alguno religioso y
muchísimo menos, militar.
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