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jueves, 12 de septiembre de 2019

EL VALBANERA


Este trabajo nos envía Juan Carlos Quintana Reyes.

Expresidente de la Asociación Canarias del municipio de Baracoa, Guantánamo, Cuba. Trabajo que fue enviado por Juan-Manuel García Ramos Tinerfeño.

Cíclicamente, el suceso, elevado a mito, del naufragio, un 10 de septiembre de 1919, del trasatlántico español Valbanera, de la Naviera Pinillos & Izquierdo, vuelve a la actualidad. Y vuelve este otro septiembre, cien años después.

Han sido muchas las palabras vertidas sobre lo sucedido al Valbanera tras enfrentarse a un verdugo inesperado, un huracán categoría 4 (la máxima conocida es 5), con vientos de 240 kilómetros a la hora (según registró en su día el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos),  lo que le ocasionó perder el control de máquinas y gobierno y ser arrastrado hasta el lugar donde se le avistó por primera vez el 19 de septiembre de 1919 por un cazasubmarinos de la US Navy, semihundido, apresado por las arenas pantanosas del Bajo de la Media Luna, a cuarenta millas al oeste de Cayo Hueso.

Las cuatrocientas ochenta y ocho personas que perdieron la vida y las setecientas cuarenta y dos que decidieron desembarcar en Santiago de Cuba han generado, directa e indirectamente, miles y miles de versiones sobre la tragedia del Valbanera, miles y miles de interpretaciones y de leyendas sobre la índole de su ida a pique.       
    
Ese inmenso caudal de verbalizaciones ha quedado envuelto en el mito, dentro de esa categoría de relato, a mitad de camino entre los comprensibles y espontáneos sentimientos y los razonamientos objetivos de todos aquellos vinculados al suceso de uno u otro modo: desde los emotivos testimonios de los supervivientes y de sus allegados, y hasta el concurso de los espiritistas cubanos en las averiguaciones de turno, y la literatura derivada de esas reacciones, a las investigaciones rigurosas, ejemplificadas estas por el marino mercante, comisario marítimo de averías y perito náutico en siniestros marítimos, Fernando José García Echegoyen, el mayor indagador que ha tenido, sin duda ninguna, el naufragio del Valbanera, y el esfuerzo personal y profesional más solvente de acercamiento imparcial a lo acaecido.

Tras el hallazgo del pecio del Valbanera a doce metros de profundidad de las aguas del Bajo de la Media Luna, no se encontraron cadáveres y las tesis sobre lo que pudo ocurrir resultaron de lo más truculentas.  En ese catálogo hemos de incluir –tan solo sea por la personalidad y la proyección de su autor− un cuento mediocre del gran Ernest Hemingway, «Después de la tormenta», donde el Premio Nobel estadounidense fábula sobre el saqueo que sufrió el Valbanera, después de su hundimiento, por parte de pescadores de esponjas griegos…

Esa fue una de las leyendas de las muchas que circularon. Otras se referían a castigos divinos por las abundantes prostitutas que viajaban a bordo de ese barco; a cómo en las noches de buen tiempo se seguían oyendo las voces de las ánimas de los desaparecidos pidiendo auxilio; a cómo esas cuatrocientas ochenta y ocho personas habían sido succionadas por un cráter gigantesco, una boca del infierno de la que había escapado el casco del buque de puro milagro… La inexistencia de cadáveres y de restos disparó las imaginaciones, cosa que tampoco era extraña cuando los accidentes ocurrían en las cercanías de ese triángulo oceánico maldito. Uno de esos doce vórtices viles que existen en el mundo y donde se registran desapariciones más que misteriosas.

Lo que sí está claro después de los cien años transcurridos, es que el siniestro del Valbanera fue antes una premonición colectiva experimentada por muchos de los mil ciento cuarenta y dos pasajeros y de algunos de los ochenta y ocho tripulantes. Un sino amargo, una fuerza misteriosa, que se apoderó de muchas de esas mentes.

Entre ellas, de la de mi abuelo, aunque en su caso con ciertos visos de lógica, pues, entre las capacidades innatas de ese joven emigrante del norte de Tenerife estaba la de leer los cielos, la de dominar el arte de las cabañuelas, esa forma rústica de predicción meteorológica. Mi abuelo me contaba que al llegar a Santiago de Cuba el 5 de septiembre de 1919 no le gustaron ni los cielos atlánticos ni los cielos del Mar Caribe y siempre me insistió en que esa apreciación atmosférica determinó su abandono de un barco que ya consideró maldito.

¿Había advertido ya la conformación del huracán que se desataría días después? Esa es una pregunta que no he dejado de hacerme durante bastantes años.

Son muchas las preguntas sin respuesta y muchas las respuestas dadas a los ilimitados interrogantes que desató el naufragio del Valbanera.

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