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viernes, 13 de septiembre de 2019

CUANDO UN AULA SE CARAMELIZA


Carlos Alberto Felipe Martell

Aunque suelo expresarlo con diferentes palabras, recursos e ideas, quienes suelen leerme saben que todo mi alumnado, toda aquella persona que pasa por el aula donde doy mis clases, se convierte en balada para toda la vida. Al menos en mi corazón. Pero no todas las baladas, no todas las promociones, suenan igual. No siempre un grupo es capaz de derretirte, de activar tus emociones más íntimas, esas emociones que nunca pensaste compartir porque te daba vergüenza. Sin embargo, en 2016, irrumpió en el “Grado en Turismo” de la ULL la Promoción Caramelo. Irrumpió con muchísima personalidad colectiva, se hizo un hueco en mi vida, y yo decidí que quería quedarme con ella. Y ahora, en 2019, sigue enquistada en mi sistema emocional. Nunca antes la palabra “enquistada” me sonó tan bien, pero es que las vivencias de 2016 fueron de una intensidad sideral, intensidad poco frecuente en un aula universitaria cuando hablamos de una asignatura cuatrimestral.

Rebobino mi memoria. Estamos en 2016. Septiembre, octubre, noviembre, diciembre. Entro al aula E.3.1 tres veces por semana para pasar unos cincuenta minutos con la Promo Cara. Reafirmo una decisión que tomé en 2015. Como máxima autoridad que soy en el aula, dicha autoridad me permite ceder al alumnado la máxima autoridad en el aula. Sé que creerán que exagero, pero les aseguro que esos ciento cincuenta minutos semanales oxigenan mi vida y le dan un sentido que no existía en décadas anteriores. Un año antes, en 2015, la Promoción Fantasía me había enseñado a vivir el trabajo con mucha ilusión, pero ahora, en 2016, la Promoción Caramelo me obliga a dar un paso más. A partir de ahora, y para siempre, mi profesión se convierte en un hobby. Aunque parezca raro, es una sensación que da muchísimo vértigo, pues te sientes atraído a hacer cosas que creías imposible. Te transformas en un profesor osado, rebasas unas líneas prohibidas, parametrizadas a nivel social, que nadie se atreve a rebasar. Esas líneas solo son tópicos que nunca se han puesto en discusión ni se han sometido a debate; son normas comúnmente aceptadas por la comunidad universitaria que, en el fondo, lo único que hacen es reafirmar la posición del docente por encima del estudiante. Pero los tópicos están para que algún osado los cuestione, así que yo lo hago. No hacerlo sería decepcionar a la Promoción Caramelo.

Con el paso de los meses, llega a producirme cierto rubor el hecho de que me paguen un sueldo por pasármelo chachipiruli al hacer lo que me gusta. Por momentos tengo una sensación paradójica de que no estoy haciendo las cosas bien, pues en el manual de los tópicos se dice que todo trabajo supone un gran esfuerzo y sacrificio (de ahí la recompensa económica aparejada), pero en mi caso no existe ni esfuerzo ni sacrificio. Como no creo en los tópicos, me olvido de mi rubor, me olvido del dinero, me olvido de que estoy trabajando, e interactúo. Interactúo y disfruto. Interactúo porque creo en ellos y porque creo que ellos, los “caramelos”, agradecen que interactúe.

Aprendo con ellos y de ellos. Es exactamente en 2016, con esta promoción, cuando me hago más joven. A pesar de cumplir 53 años, me noto como un palíndromo de 35. Al final de cada sesión, me acomodo un rato junto a los caramelos en sus propios pupitres. Imito su jerga, sus gestos, sus juegos mentales, me adapto a sus conversaciones como un camaleón. Esta es la promoción del “¿Perdonaaaaa? ¿Holaaaaaa? De nada y gracias”. Solo son palabras y frases sueltas, pero pronunciadas con tanta fuerza, gracia y enfado, que lo que hacen es demostrarme que estoy ante una generación inconformista, luchadora y muy segura de sí misma. Eso me gusta. Esta gente nunca ha permitido que se vulneren sus derechos ni que les falten el respeto. Nosotros, los profesores, dado que llevamos muchos años en el mismo sitio y siempre hacemos más o menos lo mismo (salvo que nos renovemos), nadamos en un ambiente viciado, pues tendemos a mecanizar las cosas. Los alumnos son la base de la universidad. Sin los alumnos, la universidad no existiría y nosotros no tendríamos trabajo. Precisamente ellos, las personas que están de paso, tienen la perspectiva para detectar qué es lo que está funcionando mal en nuestro ambiente viciado. Por eso nosotros, los profesores, tenemos la obligación de escucharles. Ellos ven mucho más claro lo que nosotros somos incapaces de ver. ¿Por qué? Porque desde dentro no es fácil ver las cosas, sobre todo si llevas mucho tiempo. Ustedes, en concreto ustedes, caramelos, han reclamado, han protestado cuando tenían que hacerlo o cuando creían que tenían que hacerlo. Con mayor o menor acierto. Con mejores o peores resultados. Pero eso no importa, da igual. Lo importante es que lo habéis intentado y lo habéis peleado. Lo otro, los resultados, es más complicado, porque es muy difícil cambiar al que tienes enfrente. Pero ese tampoco es tu objetivo. Tú tienes que estar muy orgulloso y con la cabeza muy alta por tu inconformismo. Tu inconformismo es y será tu arma para siempre.

Y ahora, mientras escribo estas líneas, cuando ellos están entrando en la fase final de su recorrido universitario, recuerdo nítidamente cómo se caramelizaba el aula. Mi memoria revive algunos días de ese último cuatrimestre mágico de 2016. Recuerdo (¡cómo no!) el día de mi cumpleaños. Aquel día chocolatearon la facultad, llenaron la clase de tarta, de música, de risas… Me sentí niño, mucho más niño que ellos. En más de una ocasión metimos juegos en el aula y los versionamos para inventar otros; los nuestros. Del “Mannequin Challenge” pasamos al “Mi Otro Yo is coming” o al “Secador Zombie”. Ellos, con su efecto caramelo, fueron capaces de derretirme en 2016. Ahora llegan sus últimos meses regulares en la facultad. Quiero que se gradúen, pero no quiero que se vayan. Sería como si faltara algo. Me atrevería a afirmar que este es el colectivo más visible en la facultad, en los pasillos, en los ascensores, en la cafetería, en el comedor. Cada día, ellos, de repente, aparecen y rellenan los escasos huecos de soledad. A partir de junio de 2020 dejarán tal vacío que, cuando no estén, se tambalearán los pilares que sujetan a la facultad y los que me sujetan a mí. Porque nunca antes hubo una construcción tan sólida hecha con una base de caramelo. Porque nunca antes escuché una balada de caramelo.

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