Carlos Alberto
Felipe Martell
Aunque suelo
expresarlo con diferentes palabras, recursos e ideas, quienes suelen leerme
saben que todo mi alumnado, toda aquella persona que pasa por el aula donde doy
mis clases, se convierte en balada para toda la vida. Al menos en mi corazón.
Pero no todas las baladas, no todas las promociones, suenan igual. No siempre
un grupo es capaz de derretirte, de activar tus emociones más íntimas, esas
emociones que nunca pensaste compartir porque te daba vergüenza. Sin embargo,
en 2016, irrumpió en el “Grado en Turismo” de la ULL la Promoción Caramelo.
Irrumpió con muchísima personalidad colectiva, se hizo un hueco en mi vida, y
yo decidí que quería quedarme con ella. Y ahora, en 2019, sigue enquistada en
mi sistema emocional. Nunca antes la palabra “enquistada” me sonó tan bien, pero
es que las vivencias de 2016 fueron de una intensidad sideral, intensidad poco
frecuente en un aula universitaria cuando hablamos de una asignatura
cuatrimestral.
Rebobino mi
memoria. Estamos en 2016. Septiembre, octubre, noviembre, diciembre. Entro al aula
E.3.1 tres veces por semana para pasar unos cincuenta minutos con la Promo
Cara. Reafirmo una decisión que tomé en 2015. Como máxima autoridad que soy en
el aula, dicha autoridad me permite ceder al alumnado la máxima autoridad en el
aula. Sé que creerán que exagero, pero les aseguro que esos ciento cincuenta
minutos semanales oxigenan mi vida y le dan un sentido que no existía en
décadas anteriores. Un año antes, en 2015, la Promoción Fantasía me había
enseñado a vivir el trabajo con mucha ilusión, pero ahora, en 2016, la
Promoción Caramelo me obliga a dar un paso más. A partir de ahora, y para
siempre, mi profesión se convierte en un hobby. Aunque parezca raro, es una
sensación que da muchísimo vértigo, pues te sientes atraído a hacer cosas que
creías imposible. Te transformas en un profesor osado, rebasas unas líneas
prohibidas, parametrizadas a nivel social, que nadie se atreve a rebasar. Esas
líneas solo son tópicos que nunca se han puesto en discusión ni se han sometido
a debate; son normas comúnmente aceptadas por la comunidad universitaria que,
en el fondo, lo único que hacen es reafirmar la posición del docente por encima
del estudiante. Pero los tópicos están para que algún osado los cuestione, así
que yo lo hago. No hacerlo sería decepcionar a la Promoción Caramelo.
Con el paso de los
meses, llega a producirme cierto rubor el hecho de que me paguen un sueldo por
pasármelo chachipiruli al hacer lo que me gusta. Por momentos tengo una
sensación paradójica de que no estoy haciendo las cosas bien, pues en el manual
de los tópicos se dice que todo trabajo supone un gran esfuerzo y sacrificio
(de ahí la recompensa económica aparejada), pero en mi caso no existe ni
esfuerzo ni sacrificio. Como no creo en los tópicos, me olvido de mi rubor, me
olvido del dinero, me olvido de que estoy trabajando, e interactúo. Interactúo
y disfruto. Interactúo porque creo en ellos y porque creo que ellos, los
“caramelos”, agradecen que interactúe.
Aprendo con ellos y
de ellos. Es exactamente en 2016, con esta promoción, cuando me hago más joven.
A pesar de cumplir 53 años, me noto como un palíndromo de 35. Al final de cada
sesión, me acomodo un rato junto a los caramelos en sus propios pupitres. Imito
su jerga, sus gestos, sus juegos mentales, me adapto a sus conversaciones como
un camaleón. Esta es la promoción del “¿Perdonaaaaa? ¿Holaaaaaa? De nada y
gracias”. Solo son palabras y frases sueltas, pero pronunciadas con tanta
fuerza, gracia y enfado, que lo que hacen es demostrarme que estoy ante una
generación inconformista, luchadora y muy segura de sí misma. Eso me gusta.
Esta gente nunca ha permitido que se vulneren sus derechos ni que les falten el
respeto. Nosotros, los profesores, dado que llevamos muchos años en el mismo
sitio y siempre hacemos más o menos lo mismo (salvo que nos renovemos), nadamos
en un ambiente viciado, pues tendemos a mecanizar las cosas. Los alumnos son la
base de la universidad. Sin los alumnos, la universidad no existiría y nosotros
no tendríamos trabajo. Precisamente ellos, las personas que están de paso,
tienen la perspectiva para detectar qué es lo que está funcionando mal en
nuestro ambiente viciado. Por eso nosotros, los profesores, tenemos la
obligación de escucharles. Ellos ven mucho más claro lo que nosotros somos
incapaces de ver. ¿Por qué? Porque desde dentro no es fácil ver las cosas,
sobre todo si llevas mucho tiempo. Ustedes, en concreto ustedes, caramelos, han
reclamado, han protestado cuando tenían que hacerlo o cuando creían que tenían
que hacerlo. Con mayor o menor acierto. Con mejores o peores resultados. Pero
eso no importa, da igual. Lo importante es que lo habéis intentado y lo habéis
peleado. Lo otro, los resultados, es más complicado, porque es muy difícil
cambiar al que tienes enfrente. Pero ese tampoco es tu objetivo. Tú tienes que
estar muy orgulloso y con la cabeza muy alta por tu inconformismo. Tu
inconformismo es y será tu arma para siempre.
Y ahora, mientras
escribo estas líneas, cuando ellos están entrando en la fase final de su
recorrido universitario, recuerdo nítidamente cómo se caramelizaba el aula. Mi
memoria revive algunos días de ese último cuatrimestre mágico de 2016. Recuerdo
(¡cómo no!) el día de mi cumpleaños. Aquel día chocolatearon la facultad,
llenaron la clase de tarta, de música, de risas… Me sentí niño, mucho más niño
que ellos. En más de una ocasión metimos juegos en el aula y los versionamos
para inventar otros; los nuestros. Del “Mannequin Challenge” pasamos al “Mi
Otro Yo is coming” o al “Secador Zombie”. Ellos, con su efecto caramelo, fueron
capaces de derretirme en 2016. Ahora llegan sus últimos meses regulares en la
facultad. Quiero que se gradúen, pero no quiero que se vayan. Sería como si
faltara algo. Me atrevería a afirmar que este es el colectivo más visible en la
facultad, en los pasillos, en los ascensores, en la cafetería, en el comedor.
Cada día, ellos, de repente, aparecen y rellenan los escasos huecos de soledad.
A partir de junio de 2020 dejarán tal vacío que, cuando no estén, se
tambalearán los pilares que sujetan a la facultad y los que me sujetan a mí.
Porque nunca antes hubo una construcción tan sólida hecha con una base de
caramelo. Porque nunca antes escuché una balada de caramelo.
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