Teresa González
Vino, y bebí su
néctar sorbo a sorbo, todo.
Me embriagué en su
elixir y embriagué a otros
que me embriagaron
con su río blanco en mis poros
La morada rosa
perdió la razón del todo
y dormida se quedó,
presa, en unos ojos claros
amorosamente
tiernos sobre su obscuro
interior. La cuenca
fecundada del conjuro
se liberó
encontrando ajenos ojos lejanos
que sangran todavía
en su rosa macilenta
porque sin retorno
se fue el sueño en la piel
que hoy le deja
muda después de los cincuenta.
La memoria olvidó
el sabor dulce de la miel
Tus ojos distantes
en mi regresiva cuenta
dudo y quiero ver
trasfigurando mi hiel.
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